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Los enigmas del 11M

El Salón de los Pasos Perdidos

Ayer se celebró en el Congreso el vigesimonoveno aniversario de la Constitución, marcado por la crisis desatada tras el colapso del proceso de negociación entre el PSOE y ETA.

No sabemos si el PSOE continuará adelante con la hoja de ruta pactada con la banda terrorista. Las primeras declaraciones de Rubalcaba tras el atentado, hablando de "tiroteo fortuito"; las ambiguas declaraciones de Zapatero acerca de si se dan o no las circunstancias requeridas y, sobre todo, la ausencia de toda respuesta concreta por parte del Gobierno, apuntan a que la voluntad de Zapatero, del Gobierno y del PSOE es continuar con el plan trazado. A pesar de los muertos. Pero la cuestión no es ya si Zapatero tiene la voluntad de seguir negociando con quienes acaban de asesinar a dos guardias civiles, sino si va a poder hacerlo.

La presión de la opinión pública está siendo insoportable para el PSOE, que ve en las últimas fechas cómo la ciudadanía le vuelve la espalda en la calle a la hora de salvar la cara a Zapatero; que está viendo cómo desde determinados ámbitos mediáticos que hasta el momento habían apoyado los contactos con ETA se preguntan a qué espera Zapatero para reaccionar; que está viendo cómo se generaliza entre todos los sectores sociales la pregunta para la cual el PSOE no tiene respuesta: ¿por qué no se revoca la autorización parlamentaria de negociación con los asesinos?

La oposición, con Rajoy a la cabeza, está siendo exquisita en las formas, buscando que nadie pueda obtener un titular que diga que el PP no apoya al Gobierno en la lucha antiterrorista. Pero el martes, como informaba ayer La Razón, el PP volverá a plantear en el Congreso la revocación de esa resolución parlamentaria inicua, y el Gobierno tendrá que retratarse. Y el coste electoral de rechazar esa revocación propuesta por el PP sería demasiado alto.

Ahí precisamente, en el coste electoral, es donde se encuentra el meollo de la cuestión: si el Gobierno persevera en el error, a pesar del coste electoral que supone no adoptar medidas concretas inmediatas contra los terroristas, la única explicación posible es que el adoptar esas medidas supondría para el PSOE un coste todavía mayor. De modo que la pregunta es inevitable: ¿por qué el actuar contra la banda terrorista le supondría un coste al Gobierno? ¿Qué cartas maneja ETA para que el Gobierno esté atado de pies y manos? Y la conclusión es inevitable también: sea cual sea la respuesta a la pregunta anterior, España no puede permitirse un Gobierno que no puede (por el motivo que sea) luchar contra el terrorismo con toda la potencia de fuego del Estado de Derecho.

Ayer, la cara de Zapatero mientras Marín leía su discurso en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso era todo un poema. Está tocado seriamente. Parecía un boxeador sonado que acabara de incorporarse de la lona y al que el árbitro le pasa la mano por delante de la cara, para comprobar si ve bien. Y en el ambiente del salón se percibía una tensión que las buenas formas apenas conseguían disimular.

Una vez que terminó el discurso de Marín, allí pudimos ver a Peces-Barba aleccionando primero a la vicepresidenta y luego al presidente. Allí estaba Moratinos, que no sé cómo se las arregla para parecer siempre ausente o fuera de lugar en cualquier sitio al que acude. Allí estaban Rajoy y Zaplana, con cara más seria que de costumbre, conscientes de que atravesamos momentos en los que se requiere jugar con más finura de la habitual.

Había división de opiniones en cuanto al discurso de Marín. Para unos, era un ejercicio de hipocresía, al permitirse reclamar que la próxima legislatura sea menos ruda y menos bronca, después de haber consentido que su partido intentara machacar a la oposición durante la legislatura presente. Para otros, Marín pretendía reprender al PP por su oposición radical al Gobierno en estos años. Para otros, en fin, Marín le estaba lanzando una sutil puñalada a Zapatero, exigiéndole precisamente el consenso que no ha practicado.

Para mí, sin embargo, el discurso de Marín tenía otro sentido completamente diferente. Me llamó mucho la atención que repitiera por dos veces que la Constitución "no es un mito intocable". Teniendo en cuenta que resulta poco probable que Marín abogue por reformar la Constitución en la dirección propuesta por DENAES, por el PP o por UPD, está claro que de lo que hablaba Marín es de "tocarla" justo en sentido contrario. Es decir, en el sentido reclamado por los nacionalistas de distinto pelaje, ETA incluida.

Asimismo, Marín pidió que volviera a tenerse "respeto por los límites". Haciendo con la mano el gesto de quien le aprieta el gaznate a otro, Marín explicó que "aunque en las negociaciones se puede apretar al contrario", es necesario saber dónde están los límites y cuándo hay que aflojar la mano.

Yo no saqué la impresión de que Marín hablara ni para el PP, ni para el PSOE. Lo que yo vi en su discurso es un mensaje muy claro al mundo nacionalista: no nos apretéis más, que ya tenemos la cara como el gato de la canción, triste y azul. El discurso que pude oír ayer en el Salón de los Pasos Perdidos me pareció el de un Gobierno y un partido que están al borde de la asfixia.

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