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Los enigmas del 11M

Entrar en la favela

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 22/9/2012

La Rocinha (que quiere decir algo así como "El ranchito") es la segunda mayor favela de Río de Janeiro, con más de 860.000 metros cuadrados de superficie y casi 70.000 habitantes. La densidad de chabolas y casuchas es tal, que sólo el 20% del barrio es transitable en automóvil: por el resto de sus callejuelas sólo puede irse a pie o en moto.

Durante décadas, La Rocinha ha sido territorio vedado para las autoridades policiales, que no osaban poner un pie dentro de ella. A todos los efectos, quien controlaba la favela de La Rocinha era la banda de narcotraficantes denominada "Amigos de los amigos". El Estado brasileño no existía en la práctica en esa favela de Brasil, como en tantas otras.

El 9 de noviembre del año pasado, el Gobierno del país puso en marcha una operación para la toma de control de La Rocinha. La razón era, por supuesto, limpiar las calles de Río de Janeiro de cara a las Olimpiadas de 2016. El barrio entero fue cercado por centenares de efectivos de la Policía y del Ejército y el líder de "Amigos de los amigos" fue detenido mientras intentaba eludir el cerco.

A partir de ahí las fuerzas del orden volvieron a patrullar esa favela. Y a pesar de las amenazas de las distintas bandas de narcotraficantes, que sellaron un acuerdo frente al enemigo policial común, lo cierto es que "Amigos de los amigos" quedó completamente desarbolada y que ninguna otra banda de narcos ha conseguido volver a hacerse con el control de ese territorio hasta entonces sin ley.

Hace dos días, el gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral, inauguraba por fin en La Rocinha la primera comisaría de policía del barrio, con lo que las fuerzas del orden han vuelto a tener una instalación permanente allí. El estado brasileño ha reconquistado, después de 30 años de ausencia, ese territorio.

¡Y no ha pasado nada, oiga! O mejor dicho: sí ha pasado. Ha pasado que los delincuentes que dirigían la favela e imponían su ley han desaparecido. Y todas sus amenazas de tomar represalias si la Policía osaba entrar en La Rocinha han resultado ser solo bravatas.

Esta semana hemos asistido a un acto más de la farsa con la que el gobierno de Artur Mas trata de encubrir el hecho de que Cataluña está en quiebra, como casi todas las autonomías, y de que es el nacionalismo el principal responsable de esa ruina.

Envolviéndose en la bandera, Artur Mas y sus huestes intentan a la desesperada que los ojos de los catalanes se dirijan hacia Madrid, para que a nadie se le pase por la cabeza pedir cuentas a quienes han despilfarrado el dinero de los catalanes en mantener un chiringuito del que viven tantas decenas de miles de paniaguados.

Cataluña es una auténtica favela democrática, en la que los cada vez más estrechos callejones del pensamiento único nacionalista han ido ocupando de manera lenta, pero constante, los campos de la libertad de pensamiento. Una favela en la que una banda de delincuentes (porque delincuente es quien a sabiendas incumple la ley y desobedece las sentencias judiciales) impone su ley al margen de la Ley. Una favela en la que el Estado desapareció hace 30 años y los traficantes de ficticios sentimientos nacionales campan a sus anchas.

Los sucesivos gobiernos han renunciado a poner un pie en ese territorio prohibido. Atemorizados ante las cada vez más directas amenazas, o quizá cómplices a través de vaya usted a saber qué mordidas, permiten que los ciudadanos catalanes vivan desprotegidos, al albur de los deseos de quienes mandan por la fuerza de los hechos consumados.

Y lo más sangrante es que no tendría por qué ser así. Bastaría con que el Gobierno de la Nación quisiese, para que ese estado de anormalidad legal y democrática terminara. Porque la inmensa mayoría de la población española, y buena parte de la catalana, está ya harta de tanto cuento, de tanto desafuero y de tanta tontería. No es verdad que los delincuentes sean más: simplemente hacen más ruido.

Así que ya es hora de que quienes tienen que actuar actúen y vuelvan a imponer la Ley en ese territorio sin Ley llamado Cataluña.

Y si así se hace, no pasará nada, oiga. O mejor dicho: sí pasará. Pasará que el Estado volverá a estar presente en esa región de la que desertó hace 30 años. Y que los delincuentes dejarán de poder vivir a costa del dinero y de los derechos de los demás. Y que los catalanes podrán por fin gozar de la misma libertad de la que gozamos en otras partes de España.

Así que, señor Rajoy: ¿no cree usted que ha llegado la hora de entrar en la favela?

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