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Los enigmas del 11M

La autocensura de los medios aquí y allá

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 22/4/2012

John Fitzgerald Kennedy es una figura histórica enormemente sobrevalorada. Es cierto que se pueden rastrear hasta su mandato presidencial los orígenes de algunos de los avances positivos que la sociedad norteamericana - y la sociedad occidental en general - ha experimentado. Pero también es verdad que en su mandato se consolidaron, si es que no se iniciaron, algunas de las tendencias más preocupantes que amenazan el futuro de esa misma sociedad occidental. Permítanme que les hable hoy, en concreto, de la libertad de prensa.

Kennedy fue investido presidente de los Estados Unidos el 20 de enero de 1961 y menos de tres meses después ordenó la invasión de la Bahía de Cochinos en Cuba, con el objetivo de derrocar a Fidel Castro. La operación corrió a cargo de exiliados cubanos apoyados de manera encubierta por la CIA y su objetivo era establecer una cabeza de puente en la isla, para luego nombrar un gobierno provisional y solicitar la intervención oficial de Estados Unidos.

Pero todo el montaje acabó en un estruendoso fracaso, principalmente por culpa del propio Kennedy, que, temeroso de que fuera demasiado evidente la implicación estadounidense en la operación, limitó extraordinariamente los medios materiales puestos a disposición de los voluntarios cubanos anticastristas. Por ejemplo, Kennedy redujo a la mitad los medios aéreos con respecto a los planes originales de la CIA, lo que terminó dando al traste con la invasión. Más de cien exiliados cubanos murieron en Bahía de Cochinos y otros 1200 fueron hechos prisioneros por las tropas de Fidel Castro.

Bahía de Cochinos no solo fue un desastre desde el punto de vista de la pérdida de vidas humanas, sino que sus consecuencias políticas fueron exactamente opuestas a las que se buscaban, ya que se proporcionó a Fidel Castro la excusa perfecta para declarar abiertamente - cosa que hasta ese momento no había hecho - el carácter socialista y marxista de su revolución. Y se le proporcionó también la excusa idónea para afianzarse en el poder mediante una salvaje oleada de represión.

En el plano interior, la implicación de la CIA en la operación no tardó en ser conocida por el gran público, desatándose una avalancha de críticas en la prensa hacia el gobierno de Kennedy. Las actividades de la CIA comenzaron a ser sometidas a escarnio y escrutinio públicos. Y es en ese momento cuando entra en escena el debate sobre la libertad de prensa al que quería referirme.

El 27 de abril de 1961, tan solo diez días después de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos, Kennedy pronunció un inquietante discurso en el Hotel Waldorf-Astoria de Nueva York ante la Asociación Americana de Editores de Periódicos.

Ese discurso, que merece la pena leer completo, no puede ser más siniestro. Porque lo que Kennedy venía a afirmar abiertamente era que los medios de comunicación tienen la obligación moral de autocensurarse con respecto a las actividades gubernamentales, cuando la situación de crisis así lo exija o cuando así lo demande el interés nacional. O sea, para entendernos, que aunque el gobierno americano no tenía la menor intención de implantar la censura oficial con respecto a las actividades encubiertas de la CIA, los editores de periódicos deberían limitar voluntariamente ese tipo de informaciones, para no dañar lo que Kennedy considerara oportuno.

"Hoy en día", decía Kennedy en aquel discurso, "todos los periódicos se preguntan, al tratar cualquier tema, si es o no noticia. Lo único que os quiero sugerir es que os hagáis también la pregunta de si esa noticia va en interés de la seguridad nacional. Y espero que cada grupo en Estados Unidos - los sindicatos, los empresarios y los funcionarios públicos a todos los niveles - se haga la misma pregunta en lo que respecta a sus actividades, y que sometan su actuación a ese mismo criterio".

Más claro, imposible: lo que Kennedy sugería es que, aunque los Estados Unidos no estaban en guerra, se supeditara la libertad de prensa a lo que el gobierno de turno dictara, en aras de la razón de estado. Lo cual equivalía, por supuesto, a mirar hacia otro lado en lo referente a las actividades encubiertas de la CIA.

En ese discurso, Kennedy se permitió incluso el lujo de sugerir veladamente, recurriendo a una anécdota histórica de Karl Marx, que el dinero puede ser una buena manera de callar las bocas de los periodistas demasiado independientes.

Como digo, ese discurso de Kennedy no puede ser más siniestro. Y lo peor es que, con el paso del tiempo, las tesis de Kennedy han ido imponiéndose, y en los medios de comunicación occidentales se practica hoy en día una autocensura que hace que las actividades de los servicios de información sean mucho más opacas que hace medio siglo, y que facilita enormemente a esos servicios la tarea de desinformar e intoxicar a la sociedad.

Sin embargo, fíjense ustedes en que al menos se intentaba vestir el tema con un manto de respetabilidad. Si se pedía a los medios que se autocensuraran era por una causa noble: para proteger a la Nación.

Ayer tuvieron lugar en España dos actos convocados por la sociedad civil. En Barcelona, las asociaciones y partidos que luchan por la libertad lingüística celebraron un mitin en el Teatro Goya en favor del bilingüismo en la escuela. En Madrid, Voces contra el Terrorismo hizo lo propio en el Hotel Emperador, para denunciar la continuidad de la política de cesión ante ETA.

Ambos actos estuvieron llenos a reventar. El público asistente desbordaba las capacidades de las dos salas alquiladas para la ocasión y buena parte de la audiencia tuvo que seguir los discursos de pie, en los pasillos. Los propios discursos estuvieron cargados de emotividad y de sentido político. Y algunas de las frases pronunciadas por los intervinientes - por ejemplo, por Francisco Caja en Barcelona o por Salvador Ulayar en Madrid - estaban tan meditadas y tan cargadas de sentido común que darían para una docena de titulares de periódico.

Y, sin embargo, si buscan hoy ustedes en los principales medios de comunicación referencias a esos discursos, verán que la cobertura dada a esos actos es casi inexistente. Para buena parte de nuestros medios, la lucha de las víctimas del terrorismo porque se les haga justicia no existe. Como no existe tampoco la lucha de los padres para que sus hijos puedan estudiar en el idioma oficial del estado.

La autocensura se ha instalado, desde hace mucho, en los medios de comunicación españoles, que acallan la voz de la sociedad civil cuando esa voz desafía lo que la agenda política oficial marca.

Y observen ustedes la radical diferencia entre la autocensura que Kennedy pedía a los medios y la que en España se practica: mientras que Kennedy solicitaba que los medios de comunicación se autocensuraran para proteger los intereses - reales o supuestos - de la Nación, en España la autocensura se dirige sistemáticamente a acallar precisamente a aquellos que intentan proteger la Democracia, la Libertad, la Nación y la Constitución.

Es decir, en España, la autocensura ha derivado en una defensa, no de la Nación, sino de una casta gobernante cuyos intereses no solo no coinciden, sino que chocan frontalmente, con los del Estado al que deberían servir.

Cuando la prensa deja de ser libre, cualquier aberración es posible. Y en España, donde las elites gobernantes carecen de sentido de estado, esas aberraciones terminan derivando en un perjuicio para la Nación y, como consecuencia, para todos los ciudadanos.

Son nuestra libertad y la Nación lo que está en peligro. Y es responsabilidad nuestra denunciar cómo buena parte de la clase periodística ha traicionado su deber, convirtiéndose con su silencio en el mejor aliado del despotismo.

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