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Los enigmas del 11M

No me da la gana

Editorial del programa Sin Complejos del domingo 17/4/2011

Si yo pronuncio el nombre de Emmy Noether, la mayoría de ustedes no sabrá de quien demonios estoy hablando. Y, sin embargo, se trata de una de las mujeres más inteligentes y más importantes del siglo XX.

Hija de un matemático de origen judío, Emmy Noether nació en 1882 en una pequeña ciudad alemana. Durante sus primeros años, recibió una educación similar a la de tantas mujeres de su época: clases de cocina, de cuidado de la casa, de piano, de idiomas... Pero a los 18 años decidió que a lo que ella quería dedicarse era a las Matemáticas, como su padre, así que solicitó matricularse en la Universidad de Erlingen.

Las normas vigentes en 1900 en la universidad prohibían a las mujeres matricularse como alumnos de pleno derecho, así que a Emmy sólo se le permitió asistir a las clases en concepto de oyente, y siempre que autorizara su presencia el profesor de cada asignatura concreta.

A pesar de las dificultades, Emmy consiguió graduarse en 1903 y cuatro años más tarde obtuvo su doctorado en Matemáticas.

Emmy Noether quería dedicarse a la investigación y la enseñanza, así que solicitó un puesto de profesor en la universidad. Pero el puesto le fue negado, de nuevo por ser mujer. Aunque gracias a la insistencia de su padre, se le permitió trabajar en el Instituto Matemático de Erlingen, sin contrato ni sueldo, durante siete años, entre 1908 y 1915. De aquella época datan sus primeros artículos de investigación.

En 1915, el famoso matemático David Hilbert intentó contratar a Emmy como ayudante suyo en la Universidad de Gotinga. Pero la propuesta de Hilbert tropezó con la rotunda oposición de los miembros de las facultades de Filología y de Historia, que se negaban a que la universidad contratara a una mujer. Emmy Noether, de todos modos, aceptó trasladarse a Gotinga con Hilbert. Y durante tres años más, continuó trabajando sin contrato y sin sueldo. Se la permitía, eso sí, dar clases a los alumnos, pero siempre que fuera en nombre de Hilbert y no en nombre propio.

Fue en esos tres primeros años de estancia en Gotinga cuando Emmy, que continuaba viviendo del dinero que su padre le hacía llegar, obtuvo algunos de sus resultados más deslumbrantes, entre ellos el que hoy es conocido con el nombre de Teorema de Noether, uno de los teoremas matemáticos más hermosos de la Historia y que tiene una importancia fundamental en la Física Moderna y, en especial, en la Física de las Partículas Subatómicas.

Sólo gracias a la intercesión de David Hilbert y del propio Albert Einstein se autorizó por fin a Emmy, en 1919, a dar clases en su propio nombre (aunque todavía sin sueldo) y a presentarse a las oposiciones para profesor titular de la universidad. Tres años más tarde, en 1922, conseguía por fin que le asignaran una plaza, aunque - otra vez debido a su condición de mujer - se le negó la de profesor titular y se le asignó en su lugar otra plaza de profesor auxiliar, de carácter extraordinario y sin sueldo. Todavía tendría que transcurrir un año más para que le concedieran un sueldo reducido.

Durante toda la década de 1920, Noether continuó realizando numerosos descubrimientos matemáticos y a su alrededor se juntó un nutrido y fiel grupo de alumnos, algunos de los cuales acudían desde el extranjero para estudiar con ella, atraídos por su fama.

El reconocimiento oficial le llegaría por fin en 1932, cuando la Universidad de Leipzig le concedió uno de los más prestigiosos galardones matemáticos de la época: el premio Ackerman-Teuben. Ese mismo año, Emmy tuvo una destacada participación en el Congreso Internacional de Matemáticas celebrado en Zurich.

Pero cuando Emmy Noether estaba en la cúspide de su carrera, ésta resultó repentinamente truncada por el ascenso al poder de los nazis. A Emmy le tocó vivir las manifestaciones de alumnos exigiendo "unas Matemáticas arias para los arios". En 1933, todos los profesores de origen judío, como Emmy Noether, fueron expulsados de la Universidad. Emmy se vio forzada así, a finales de aquel mismo año, a trasladarse a Estados Unidos, donde le ofrecieron un puesto en una universidad de Pennsylvania.

Allí, por primera vez, pudo comenzar a dedicarse a las Matemáticas en un entorno libre de prejuicios: libre de prejuicios contra las mujeres y libre de prejuicios contra los judíos. Y entonces, en abril de 1935, cuando por fin parecía que todos los problemas habían quedado atrás, tuvo que ser intervenida quirúrgicamente de un tumor en un ovario, muriendo pocos días después por las complicaciones derivadas de la operación.

La de Emmy Noether es, como pueden ver ustedes, una historia llena de adversidades. Pero, sin embargo, no es una historia trágica, porque se trata de una historia de lucha, de superación y de éxito. A pesar de los pesares, Emmy Noether logró ver cumplido su sueño: siendo mujer y judía, llegó a obtener un reconocimiento internacional, venciendo las reticencias de aquel mundo académico machista y antisemita de la Alemania de principios del siglo XX. Y, dedicándose a esas Matemáticas a las que amaba, consiguió que su nombre pasara a la Eternidad como uno de los más grandes matemáticos de toda la Historia y, desde luego, como la mujer más importante de toda la Historia de las Matemáticas.

A veces, cuando miramos alrededor, percibimos que todo son problemas, que todo son obstáculos, que los muros que hay que derribar son demasiado altos y demasiado sólidos para nuestras escasas fuerzas. Y en esos casos uno siente a menudo la tentación de cuestionarse para qué tanto esfuerzo.

Pero la historia de Emmy Noether enseña que ningún fracaso es una derrota si tú no decides tirar la toalla. Y que quien tenga una ambición o quiera cambiar el mundo puede hacerlo: basta con perseguir tu objetivo sin descanso, sin importar los obstáculos, sin importar las incomprensiones y sin importar los reveses parciales.

Siendo mujer y judía, Emmy Noether hubiera tenido muy fácil encontrar excusas para rendirse. Pero decidió que las Matemáticas eran el amor de su vida. Y a partir de ahí, consiguió convertir cada adversidad en un paso más hacia la gloria. Y cada vez que una nueva dificultad le surgía en el camino, ella supo aplicar la única receta infalible para el éxito, ante la cual todos los obstáculos desaparecen.

Esa receta que consiste en una sola cosa: cada vez que esa vocecita interior te conmina a rendirte, tan sólo tienes que responder "No me da la gana".

Y gracias a eso, Emmy Noether sigue viviendo hoy en día en las teorías que desarrolló y en el teorema que lleva su nombre.

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