Editorial del programa Sin Complejos del sábado 13/8/2011
Erik Satié es uno de los más originales compositores franceses de finales del siglo XIX y principios del XX. Tal vez el nombre no les diga nada a ustedes, pero si les pongo esta música seguro que todos la han oído en una u otra ocasión:
El gran amor de su vida fue la pintora Suzanne Valadon, la primera mujer que ingresó en la Sociedad Nacional de Bellas Artes francesa y a quien Toulouse-Lautrec inmortalizaría en uno de sus cuadros. El romance entre la pintora y el músico duró seis meses, tras los cuales ella le abandonó, lo cual le marcó profundamente.
La rutina diaria de Satié era muy simple: salía por la mañana de su habitación e iniciaba un largo peregrinaje de café en café. Era allí, en las mesas de los cafés, donde componía sus obras, anotando la música en partituras, cuando disponía de ellas, o si no en servilletas o en trozos de papel cualesquiera. Volvía a casa ya entrada la tarde, con mucho más alcohol en el cuerpo del que tenia al salir.
Fue amigo de casi todos los artistas de renombre de su época, desde Picasso a Tristan Tzara, pasando por Ravel, Cocteau, Honneger o Stravinsky, y ejerció una gran influencia, casi sin pretenderlo, sobre las vanguardias artísticas del París de la época.
Era bastante misántropo y un perfecto excéntrico. Entre sus obras musicales hay algunas con títulos tan absurdos como "Sonatina burocrática", "Embriones disecados" o "Verdaderos preludios blandos para un perro". En cierta ocasión, el compositor Claude Debussy reprochó a Satié que "sus obras carecían de forma". Satié, ni corto ni perezoso, compuso tres duetos para piano y les puso por título "Tres fragmentos con forma de pera", ya que las notas parecían dibujar sobre el pentagrama la forma de esa fruta. "¿No decías que no sabía componer obras con forma?", le preguntó a Debussy en el momento de entregarle la partitura.
En un determinado momento, Satié se compró 12 trajes absolutamente idénticos. A partir de entonces, vestía todos los días el mismo traje, hasta que se veía obligado a desecharlo por el exceso de uso, momento en el cual lo sustituía por el siguiente del lote.
Murió de cirrosis hepática en 1925. Cuando sus amigos entraron en su habitación parisina, donde nadie salvo Satié había puesto el pie en 27 años, pudieron constatar la pobreza en la que vivía y el caos que allí reinaba. Encontraron dos pianos llenos de polvo (lo que confirma que Satié no componía en su habitación), además de toda una colección de objetos estrafalarios, entre ellos más de un centenar de paraguas y los seis trajes idénticos que todavía le sobraban, del lote de doce que había comprado hacía años. Y en aquel mare mágnum de objetos, encontraron también, distribuidos por todas partes – detrás del piano, en los bolsillos de los trajes, ... -, una multitud de papeles con composiciones inéditas. Es de una de esas composiciones de las que quiero hablarles.
Concretamente, entre esas obras inéditas del compositor francés había una para piano denominada "Vejaciones", que consistía en un tema de 180 notas que, según las indicaciones de Satié, el pianista tenía que repetir la friolera de 840 veces. Sí, han escuchado ustedes bien: la obra "Vejaciones" está formada por un mismo tema, de dos minutos de duración, que se repite 840 veces. Si se respetan las indicaciones de velocidad del compositor, las 840 repeticiones implican estar tocando ininterrumpidamente el mismo tema en el piano ¡durante todo un día completo!
Bastante absurdo, ¿verdad? Pues lo realmente sorprendente no es que Satié – el genialoide Satié, el misántropo Satié, el excéntrico Satié, el alcohólico Satié – compusiera semejante engendro. ¡Lo realmente impresionante es que hay quien lo toca! La primera vez que se interpretó completa la obra "Vejaciones" de Satié fue en 1963, cuando doce pianistas, encabezados por John Cage, se turnaron durante dieciocho horas en el Pocket Theatre de Manhattan para tocar las 840 repeticiones de aquel tema.
Hay incluso pianistas que han interpretado la obra por sí solos, eso sí, a una velocidad un poco mayor de la que Satié recomendaba. En Youtube, el canal de vídeo más famoso de Internet, podrán ustedes encontrar, por ejemplo, la interpretación completa de "Vejaciones" realizada por el pianista francés Nicolás Horvath. El vídeo con la interpretación completa de esa obra de Satié dura la friolera de 9 horas y 41 minutos, a lo largo de las cuales el pianista repite, de manera incansable, la matraca que Satié compuso.
Y hay también, aunque parezca mentira, críticos musicales que han tratado de explicar cómo el repetir 840 veces ese tema de Satié conduce a formas nuevas de percibir el sonido.
Ahora que esta malhadada legislatura se acerca a su final, ahora que la nefasta era de Zapatero se termina, no puedo evitar sentir - cuando miro hacia atrás - el mismo tipo de extrañeza que con esa obra de Satié, "Vejaciones".
Porque a lo largo de estos siete años, los españoles hemos podido ver cómo Zapatero ha ido poniendo sobre la mesa ocurrencia tras ocurrencia, en un frenesí legislativo incomprensible.
Pero lo sorprendente, para mi, no es que Zapatero - ese Zapatero iluminado, ese Zapatero fatuo, ese Zapatero mentiroso, ese Zapatero enloquecido - haya llevado a cabo una acción de gobierno destructiva. Lo sorprendente es que cada una de sus ocurrencias - desde la negociación con ETA a la Ley de Memoria Histórica, pasando por las leyes de igualdad, la educación para la ciudadanía y la ley del aborto - ha encontrado a gente, a mucha gente, dispuesta a secundarla, a explicarla y a justificarla.
El problema no es que los locos o los malvados existan. El problema es que cualquier ocurrencia de un loco o de un malvado encuentra a gente dispuesta a asumirla con naturalidad.
Lo cual dice muy poco, qué quieren que les diga, del género humano.
