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Pedro de Tena

Héroes y tumbas

Confieso que estoy cada vez más perplejo ante esta nación, España, que parece destinada a desautorizar a Bismarck destruyéndose de una vez por todas.

Repasando las conferencias de Carlyle sobre el tema, advierto que tal vez falta una reflexión sobre el asesino como héroe. Contempló varios arquetipos, pero no tuvo en cuenta el esfuerzo de algunos criminales por adquirir la apariencia de héroes. No se trata, naturalmente, de matadores de semejantes en guerras y conflictos donde disponen de oportunidad de defensa y acometida. Cuando hablo de asesinos hablo de aquellos que organizan conscientemente una matanza de personas que no están armadas, niños incluso, a los que se liquida de un tiro en la nuca, con una bomba en los bajos de su coche o por una explosión en un supermercado. Qué gallardía, qué valentía…

Ernesto Sábato, en uno de los relatos de su libro Sobre héroes y tumbas, se refiere a ese instante antes de morir, a ese "segundo antes de ese misterioso momento en que el alma se retira del cuerpo y en que éste queda tan muerto como queda una casa cuando se retiran para siempre los seres que la habitan y, sobre todo, que sufrieron y se amaron en ella". Y es en ese santiamén en el que, sin esperarlo ni merecerlo, las víctimas son ejecutadas por el asesino que las considera medios para un fin y no un fin en sí mismas, como quería Kant y deberían querer las democracias liberales. Sus casas quedan vacías y los corazones familiares helados por el frío de la materia inerte y por el de los mármoles de las sepulturas. Pues bien, casi mil momentos de este tipo han vivido las víctimas de unos asesinos, todas ellas inocentes porque nadie merece morir así en una sociedad que ha suprimido la pena de muerte. Pero no, ni ETA ni el separatismo catalán la abolieron.

Ahora el asesino quiere más. Una vez acabada, por derrota y por miseria moral, que no por arrojo y gloria, la operación de exterminio contra unos ciudadanos indefensos y contra la libertad de una nación entera, el asesino quiere ser ungido por el óleo del héroe por haber dejado de matar. Y lo que es peor, entre los que vieron sangrar a las víctimas ya hay quienes les consideran "héroes de la retirada". Hay balas que no son de plomo para los cuerpos, sino de locura y crueldad para unas almas que terminan por admirar al asesino que les ha disparado su infamia a la cabeza.

Confieso que estoy cada vez más perplejo ante esta nación, España, que parece destinada a desautorizar a Bismarck destruyéndose de una vez por todas. Tras haber conseguido la proeza de la transición, todo el horror vivido –falta de libertad, hambre, desigualdades, guerras civiles, desgarro y corrupción–, vuelve a resucitar. El valor de la reconciliación y la solución honrosa de la democracia no fueron aceptados por los asesinos que, tras su orgía de aniquilación y cementerios, aspiran ahora al crédito de los héroes.

En este cambalache, los cómplices han sido muchos. La democracia española soportó con entereza el genocidio etarra para no emplear sus mismas armas (salvo unas excepciones deshonrosas) y ganó perdiendo mil vidas. Ahora, los homicidas ya pasean por las calles junto a unas víctimas cada vez más humilladas y, además, quieren ser aupados al laurel de los héroes. "Es lo mismo el que labura/ noche y día como un buey,/ que el que vive de los otros,/ que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley...".

No veo la manera de que esta nación sobreviva a la aberración moral de una democracia que convierte al exterminador Ternera en un héroe y a sus víctimas en daños colaterales silenciados y civil y políticamente anulados. Estamos de psiquiatra.

En España

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