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Presente y pasado

Aspectos de la Ilustración española / Chekismo plañidero

Los rasgos generales que hemos visto para la Ilustración en Francia, Inglaterra y Alemania se manifiestan asimismo en España, pero de forma mucho más atenuada, cuantitativa y cualitativamente. La influencia mayor vendría de Francia, tanto porque así ocurría en la mayor parte de Europa como por la estrecha relación política creada con la instalación de los borbones en el trono. No obstante se distinguen en la Ilustración española otras influencias, italianas e inglesas.

Al igual que fuera de España, es difícil decir dónde empieza y termina la Ilustración. A menudo se pone el comienzo en los años 60 del siglo, cuando el movimiento se compacta más, con una proto Ilustración anterior, pero resulta algo arbitrario. En la primera mitad del siglo hubo pocos intelectuales a quienes cupiera emparentar con el movimiento europeo, pero no son desdeñables. Feijoo, Mayans y pocos más de cierta envergadura. Hicieron un trabajo notable la Regia Sociedad Médica de Sevilla, así como los novatores de Valencia, que venían ya de la época de Carlos II. A lo largo del siglo las ciudades con un mayor contacto exterior y cosmopolitismo serían Cádiz, Barcelona y Bilbao, y sin embargo, como observa el historiador Antonio Domínguez Ortiz, la actividad y la polémica cultural tuvieron por centro ciudades más "apagadas": Oviedo, Sevilla y Valencia.

Pese al triunfo de Felipe V y la creciente imitación de Francia en modas (pelucas y corbatas, por ejemplo), el ambiente se había vuelto aún más hostil a cualquier novedad intelectual. Al revés que en Francia, la monarquía mostró poca iniciativa cultural: surgió la Academia de la Lengua en 1713, sobre la huella de la francesa, y la de la Historia en 1735, pero no por iniciativa del estado, como en Francia, sino a partir de tertulias de particulares. No se formó, en cambio, una Academia de las Ciencias.

Los renovadores encontraron fuerte oposición de los tradicionalistas, opuestos a cualquier novedad, que, a su juicio, socavaba la religión y prestigiaba a autores y universidades extranjeras protestantes, ateoides o deístas. En realidad, la cerrada actitud de los tradicionalistas, básicamente temerosa, tenía muy poco que ver con la tradición del siglo XVI y parte del XVII, y procedía sobre todo de sectores eclesiásticos, cuyo carácter se manifestó indicativamente en su presión constante para acabar con el teatro, una de las glorias de España durante siglos, so pretexto de que fomentaba el vicio. En cambio la monarquía protegería en general a los ilustrados o protoilustrados. Los novatores (palabra que les aplicaron sus adversarios con autodefinitoria intención peyorativa) y otros, percibían con claridad el atraso creciente del país, la corrupción e hipocresía que causaba en la sociedad aquel peculiar tradicionalismo. Querían traer a España las nuevas ciencias y las matemáticas (estas últimas habían quedado reducidas a la nada en la universidad), introducir una medicina más avanzada, etc. Fueron protegidos, en general, por el poder, pero no llegaron a crear un verdadero movimiento. Fue una época de decaimiento general de la enseñanza, en la que solo los colegios de los jesuitas mantuvieron una altura digna de consideración.

También aparecieron entonces o continuaron diversos periódicos, unos populares, llamados almanaques y pronósticos, con informaciones variopintas; de otro nivel, continuó la Gazeta de Madrid, fundada en 1661, y salieron otras gacetas en las ciudades importantes; en 1737 apareció el Diario de los literatos de España, dedicado a reseñas, generalmente objetivas y críticas, de los libros que se publicaban: y al año siguiente el "Mercurio histórico y político", copia y en parte traducción del Mercure de France. En 1758 salió a la calle el Diario noticioso, un hito en la prensa española.

La mencionada actitud cerrada de la Iglesia no fue, con todo, general, como demuestra el hecho de que gran parte de los ilustrados a lo largo del siglo fueran clérigos (la jerarquía eclesiástica había sido el único grupo social que había apoyado con pocas fisuras a Felipe V en la Guerra de Sucesión). Benito Feijoo y el padre Sarmiento, benedictinos gallegos (el segundo quizá berciano) recobraron en cierto modo la mejor tradición de los monjes desde la Edad de Supervivencia: grandes estudiosos y eruditos, se preocuparon de combatir la ignorancia y la superstición popular, de divulgar las nuevas ciencias y el espíritu de la observación empírica y el razonamiento. A veces emplearon el gallego, caído en desuso como lengua de cultura. Feijoo fue considerado un sabio no solo en España, sino en Europa occidental, y su Teatro crítico universal ("teatro" en el sentido escenario o panorámica) alcanzó una difusión inaudita: se dice que llegó a vender 400.000 ejemplares. En él aborda los temas más varios, desde asuntos científicos al estado de la sociedad, falsas creencias populares o la defensa de la igualdad intelectual de las mujeres. Feijoo proponía implícitamente una reforma patriótica que mejorase el clima social, político e intelectual del país. Vivió la mayor parte de su vida en Oviedo, en cuya universidad tenía la cátedra de teología. Empezó a escribir sus obras a los 50 años y permanecería en plena actividad intelectual cerca de 40 años más. Como los novatores, sufrió una cerrada oposición, a veces por contradictores nada desdeñables, hasta que el rey Fernando VI, sucesor de Felipe V, prohibió que se le siguiera atacando. No obstante sus enormes méritos, Feijoo fue un divulgador y un crítico y no propiamente un pensador ni un científico.

El valenciano Gregorio Mayans, está a caballo entre las dos etapas de la Ilustración. Más radical que Feijoo en la denuncia del atraso español, de las ideas absurdas circulantes sobre muchos asuntos y de la falsificación de la historia de España, dependió menos de los aportes foráneos –conocía bien a Descartes y a Locke, entre otros– y buscó más enlazar con el pensamiento y literatura del siglo de oro español, oponiéndolo a su época barroca posterior a Cervantes, cuyo retorcimiento literario y conceptual repudiaba. Sus empeños frustrados por renovar la rutinaria y estéril enseñanza superior ilustran bien el áspero ambiente intelectual en que hubo de desenvolverse. Su primer plan de reforma en ese sentido no parece haber sido siquiera examinado por el gobierno y él mismo quedó relegado en Valencia, entre la hostilidad de la mayoría de sus colegas universitarios. Con el rey Carlos III pareció cambiar su suerte, pues fue invitado a preparar un plan de modernización de la enseñanza, pero los acartonados rectores universitarios supieron sabotearlo con toda eficacia. Fue un brillante analista de la literatura y la historia de España, escribió y rescató obras sobre retórica, y publicó la primera biografía de Cervantes. Personalidad independiente y consciente de su superioridad intelectual, vivió casi siempre hostigado por la envidia y malevolencia de sus mediocres colegas, que agriaron un tanto su carácter. Murió en 1781, octogenario.

También entre las dos épocas debe destacarse al agustino burgalés padre Flórez, erudito e investigador en variadas disciplinas, buceó a fondo en los archivos eclesiásticos y visitó los lugares históricos, de los que extrajo una ingente información que aplicó con rigor y buen juicio crítico en la confección de su monumental España sagrada, historia de la Iglesia española que acabarían otros a su muerte, en 1773. Su libro constituye la mayor aportación ilustrada española a la historia.

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Chekismo plañidero

Una especialidad chekista ha sido siempre plañir e invocar la "dignidad" de las víctimas que les convienen, como pretexto para crear o resucitar odios. Veo a un sujeto, con expresioncita lastimera, explicar que quiere "rescatar la dignidad de las víctimas colaterales de la guerra civil", y va por ahí espabilando supuestas memorias de viudas, huérfanos (de izquierda, por supuesto) "marcados por el espanto". Forma parte, oficial u oficiosa, de la campaña del gobierno más colaborador que han encontrado los asesinos de la ETA en toda su historia. El gobierno que ha querido sobornar ese tipo de memoria con subvenciones y "compensaciones" pagadas por todos y que abarcan, cómo no, a los etarras. De la memoria que pone en el mismo plano a los inocentes y a los chekistas (¡y por algo!).

El individuo en cuestión habla de "Pío Moa, que tergiversa y miente. Si existiera un código deontológico, él debiera ser sancionado". Como vemos, detrás de sus palabritas de gratuita e interesada compasión, asoma inevitablemente la mentalidad de la Cheka. No especifica, naturalmente, cuáles son esas "mentiras", pues un método de esos personajes es el de difundir calificativos indemostrados, sabiendo que calan en los más simples, que no son pocos. Y no resalta menos cuando habla de "sanciones". Pues no vayan a creer ustedes que la Cheka actuaba porque sí. Lo hacía siempre en función de una ética elevada. No hace mucho otros de su estofa pretendieron meterme en la cárcel y reeducarme por mis opiniones, intolerables para gente de tan elevada moralidad. No quiero decir que el caballero sea un chekista, para eso se requieren actos concretos, sino solo que exhibe en alguna medida esa mentalidad, como tantísimos otros en la izquierda.

Estos señores nunca han entendido qué es la democracia. A mí, desde luego, nunca se me ha ocurrido "sancionarles" de otro modo que demostrando sus mentiras, una y otra vez. Les duele, desde luego, y por eso piden contra un servidor la censura y sanciones de otra clase. En todo caso no le será posible a este sujeto "sancionarme", por ahora: todavía estamos en una democracia, por más que crecientemente adulterada y en plena involución. Tendrá que esperar todavía algo para sus sanciones, y entre tanto es posible que la democracia se estabilice, aun si de momento no se le ve mucho la traza.

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