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Presente y pasado

De qué depende la democracia española

"Los ataques que sufrimos hoy tienen el máximo peligro: están corroyendo la unidad nacional y amenazan muy seriamente nuestra paz y nuestra libertad. Las circunstancia ofrecen muchas semejanzas con las de 1923, aquel año de la Triple Alianza. No por casualidad los secesionistas vascos, catalanes y gallegos se reunieron en Barcelona en 1998 –fecha simbólica, centenario del “Desastre” que permitió a los nacionalismos regionales pasar de círculos aislados y poco apreciados a movimientos considerables– y emitieron la Declaración de Barcelona, donde reivindicaban aquella alianza como “inspiradora” de su ofensiva actual. Por supuesto, hay diferencias entre 1923 y ahora: la sociedad española es más sólida y fuerte. Pero también hay semejanzas llenas de sentido: unos separatismos convencidos de haber llegado su gran oportunidad, un doble terrorismo, una incidencia musulmana acompañada de presión marroquí y un gobierno sin firmeza, cargado de prejuicios ideológicos.

De este modo el éxito de los atentados del 11-M ha sido también un gran éxito para el TNV (Terrorismo Nacionalista Vasco) y para los separatismos. Pues también con respecto a estos ha cambiado drásticamente la política de Madrid. De ahí la escalada ofensiva de los Ibarreche, Ternera, Carod y Maragall.

Por mi parte tengo fe en que esta vez no ocurrirá como aquel año, y que la democracia española superará la prueba y saldrá más fortalecida. Pero eso solo ocurrirá si los ciudadanos se hacen conscientes de la amenaza y reaccionan con la energía precisa. No es hora de preguntarse “qué va a pasar” sino “qué puedo hacer”. Y ante todo debemos percibir con claridad el alcance del reto, desmontar la demagogia supuestamente progresista y no admitir ya el menor retroceso en la unidad de España y las libertades democráticas. Han sido demasiadas las claudicaciones, y si permitimos que el proceso avance, la convivencia construida en al último cuarto de siglo se agrietará y caerá pronto por tierra. Muchos esperan que España se deje llevar mansa y obtusamente a la ruina como un buey al matadero. Eso no debe ocurrir, y no ocurrirá si todos ponemos nuestras fuerzas a contribución”.

(“Contra la balcanización de España”, 2005)

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A mi juicio, una de las causas de la semiesterilidad teórica y científica en España es la ineptitud que parece afligir a la mayoría de los intelectuales para plantearse problemas. Ni siquiera los ven. Solo entienden de creencias, y eso le pasa a nuestro buen pundit (http://bilbaopundit.blogsome.com/). Aunque no todo se ha perdido: poco a poco va entendiendo algo de la cuestión, y así dice en la última entrega: “La línea argumental que ha escogido don Pío Moa para criticar lo que llama "ciencismo ateo" parece ser, más o menos, como sigue: el ateísmo es plenamente consistente con el "totalitarismo", es decir, con la negación de la libertad (religiosa, política, económica y, de "conciencia"), mientras que sólo se encuentra inconsistentemente relacionado con el liberalismo. Los "ateos liberales", si existen, lo hacen sólo a título de meras anécdotas o accidentes históricos flotando sobre la verdadera substancia pía de la sociedad liberal”.

No es del todo lo que yo sostengo, pero se va aproximando. Ahora bien, Robredo recurre para rebatirme al argumento de la autoridad (y del número): “De suerte que los Richard Dawkins, Wafa Sultan, Fernando Savater, Christopher Hitchens, Gonzalo Puente Ojea, Gustavo Bueno, Sam Harris, Ayan Hirsi Ali, Steven Pinker, Steven Weinberg, David Deutsch, Daniel Dennett, Salman Rushdie &c, por citar algunos ateos, agnósticos y descreídos ilustres que viven hoy bajo régimenes liberales, deben ser declarados automáticamente "ateos irreales", fenómenos o apariencias. Tal vez, "fundamentalistas ilustrados" o extraños naturalistas soportando el peso de su falsa conciencia”.

Este párrafo en realidad no prueba nada, y Robredo debería recordar el lema de la Royal Society al respecto. Así que vamos a ver si clarificamos un poco más la cuestión.

La coherencia del ateísmo con el totalitarismo no es asunto de opinión, sino un hecho perfectamente constatable por la experiencia histórica. La esencia del ateísmo consiste en la consideración de la creencia religiosa como un conjunto de engaños, absolutamente nefastos para la sociedad, como no podría ser de otro modo. Esa concepción atea ha producido en la historia innumerables matanzas, destrucciones masivas de arte y cultura, y regímenes totalitarios. Es algo evidente porque, además, se ha producido en época muy reciente y sobre la que subsiste una documentación impresionante. Nadie puede dudarlo seriamente.

Ahora bien, subsiste el problema de en qué medida se da esa coherencia entre ateísmo y totalitarismo, y si la misma implica una identificación necesaria entre ambos. Desde luego, ateísmo y totalitarismo no son incompatibles, pero ¿se implican entre sí necesariamente? Pudiera ser, pero no está muy claro, de momento. Ciertamente podría tratarse de una coherencia parcial y no definitoria. Pero Robredo empieza por negar el hecho histórico, y arguye que no solo existen ateos liberales (cierto) sino que estos son los “verdaderos” ateos, los genuinos. Ya expliqué por qué ese argumento no es convincente. Y no digo que esos liberales no sean realmente ateos en sus conciencias y opiniones particulares, sino que, en todo caso, no son consecuentes, a menos que consideren la creencia religiosa (o su propio ateísmo) como algo meramente opinable y sin trascendencia práctica, política en concreto. Pero esto situaría el problema en otro plano, que no es el que aquí interesa.

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