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Presente y pasado

El mayo del 68 español

"Recuerdo que había inquietud de que a última hora prohibieran el recital de Raimon. Muchos daban por sentado que así sería, pues su carácter político y contra el régimen estaba clarísimo (corrían rumores entre los enterados de que Raimon cedería la recaudación para CCOO). Y París –entonces una referencia incomparablemente más próxima que ahora– daba saltos de fiebre revolucionaria (...) Sin embargo la autorización oficial se mantuvo. Y así, aquella tarde de 18 de mayo fue aglomerándose en la facultad (de Económicas) un gentío pocas veces visto en un acto antifranquista. Quizá tres o cuatro mil personas (¿hasta cinco mil?). No solo estudiantes: por la calle que baja a la facultad venía una comitiva con una pancarta de acera a acera: "Los obreros estamos con los estudiantes contra la dictadura", o algo similar. Firmaba Comisiones Obreras, o Comisiones Juveniles.

La policía no daba señales de vida, ni siquiera para controlar. Conforme se acercaba la hora menudeaban los grupos, las pancartas, banderas rojas, retratos de Che Guevara, alguno de Ho Chi-min. Guevara, uno de los grandes ídolos del momento en todo el mundo, hoy casi olvidado por la juventud, según las encuestas [resucitado un poco por el movimiento antiglobalización].

Asistía seguramente la casi totalidad de los estudiantes radicales, revolucionarios, izquierdistas y también otros muchos, harto más tibios frente a la dictadura o las "injusticias sociales", y que venía simplemente a oír el recital. La mayoría de los rojos, que también llamaremos radicales aunque entonces no se usaba esa palabra, eran comunistas, sobre todo de la fracción carrillista, o sea "revisionista" o "revi". A cierta distancia en cuanto a fuerza numérica venían los maoístas, divididos en numerosos grupos (...) un FELIPE marxista harto diferente del fundado por Julio Cerón años antes; muy pocos trotskistas; todavía menos anarquistas. Socialistas, puede que alguno, de las escuálidas juventudes del grupo de Tierno Galván.

Por fin llegó Raimon y el ambiente en aquel gran vestíbulo se caldeó hasta lo indecible. No me acuerdo bien, pero creo que empezó con Al vent, canción bastante inspirada aunque suave para el revolucionarismo general, que tantas cosas había superado: ¡aquello de "buscant a Deu" o incluso "buscant la pau"! Pero, en fin, no venía al caso protestar entonces por esas desviaciones pequeño burguesas. Cantó La nit, interpretada como una referencia al franquismo, aunque el autor ha declarado, me parece, que no tenía esa intención; Diguem no, y D´un temps, d´un pais, más directamente políticas. Raimon anunció que dedicaba una canción a Che Guevara, aquella, creo, donde afirmaba que "a veces la paz no es más que miedo". Eso gustó mucho a los asistentes, poco creyentes en el pacifismo. Otra, Tots el colors del vert, era dedicada al País Vasco, apoyando en realidad a la ETA, que ya empezaba a hacerse conocida.

Y así otras. Los gritos del público acompañaban, coreaban o interrumpían al cantante. No los recuerdo con precisión, pero serían los habituales: "Obreros y estudiantes, contra la dictadura", "Franco asesino", "La solución, la revolución", "Democracia sí, dictadura no", "Franco no, socialismo sí"; se cantaría el No nos moverán, una canción sindicalista useña con ritmo africano perdido en la versión española; o lo de "Y si a Franco no le gusta la bandera tricolor, le impondremos una roja con el martillo y la hoz" (...)

Cantó, pues, Raimon, en el gran vestíbulo de Económicas (hoy Filosofía B), rebosante de un público enfervorizado. Terminó el recital y muchos estábamos medio afónicos, y los ánimos enardecidos. La policía seguía ausente, y de manera espontánea la gente fue congregándose en manifestación.

Y allí se constató la primera deserción, la primera decepción y la realidad de la situación. ¿Cuántos se manifestaban, invadiendo la calzada? Unos mil, no más de un tercio de los asistentes. Los demás ahuecaban el ala o se esparcían por las aceras y descampados que subían a Filosofía (hoy Filosofía A): se disponían, con la mayor desvergüenza, a contemplar a prudente distancia las esperables cargas de la policía, ¡y sin pagar un duro por el espectáculo! Los de la calzada empezamos a abuchearles: "¡Mirones no! ¡Mirones no!", pero los aludidos, como si nada.

Éramos de todas formas una multitud si la comparamos con las manifestaciones habituales, y la marcha prosiguió entre lemas y cánticos, a menudo chabacanos, propios de tales ocasiones. Increíblemente llegamos a la avenida Complutense sin que los grises se dignaran aparecer. Continuamos hacia los comedores llamados "del SEU", el sindicato falangista universitario, que había sido desmantelado creo que aquel mismo curso. En aquellos amplios locales se comía muy barato y estaban frente a Medicina; hoy son oficinas de no sé qué.

De pronto se produjo la desbandada. Algunos daban saltos para ver, por encima de las cabezas, qué sucedía. Y he aquí lo que sucedía: un solitario jeep de los pequeños, con dotación de cuatro grises, avanzaba cautelosamente. ¡Y ello había bastado para disolver una concentración de mil personas enardecidas, sin contar los mirones, que cívicamente la flanqueaban por las aceras! Claro, los huidores tomaban a los cuatro policías por la vanguardia de una legión, aunque esta tardó bastante en aparecer. Y en una muchedumbre, ya se sabe, si unos pocos de delante echan a correr, los de atrás les imitarán con apasionamiento. Al cabo de un rato llegaron más vehículos, y la impetuosa marcha se deshizo como una pompa de jabón. Diez o quince nos sostuvimos un cuarto de hora, a inútiles pedradas, en la esquina de Geológicas, entonces en construcción, y cuando nos cansamos rodeamos la Ciudad Universitaria y fuimos a Moncloa.

En Moncloa y Argüelles había un buen despliegue policial. También pululaban unos pocos cientos de supervivientes de la reciente catástrofe. Con más valor que antes, unos grupos saltaron repetidamente a la calle Princesa, gritando y protestando, casi en medio de los grises.

Tengo entendido que Raimon dedicó otra canción a aquella particular jornada".

(en La sociedad homosexual y otros ensayos)

Y así fue, mayormente, el mayo del 68 español. Regino García Badell, que también estuvo en la ocasión, me ha recordado que quienes bajamos hacia la Moncloa cortamos el tráfico con una gran farola, de hormigón, a la altura del colegio mayor San Juan Evangelista. Así fue. Según bajábamos, gritando, volví la cabeza y vi cómo del colegio salían unos estudiantes para echar la farola de nuevo a la acera y liberar el tráfico, por lo demás muy escaso en aquellos momentos.

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Querellas y normalidad

La querella de Gallardón contra Jiménez Losantos sería un suceso normal, y el resultado podríamos considerarlo normal desde el principio, si viviéramos en una situación normal.

Pero no hay nada de ello: la acción judicial se produce en medio de una campaña generalizada para, en una repetición agravada del antenicidio, privar de voz a Jiménez Losantos –y por tanto a sus millones de oyentes–; y para privarnos a todos de la libertad de expresión, al modo como ya ocurre en Cataluña. Es una acción que entra de lleno en esa campaña liberticida.

Y la institución judicial es una de las que merecen menos crédito a los ciudadanos, corroída como se halla por los enterradores de Montesquieu, desde el Tribunal Constitucional para abajo. Y ahí tienen a un juez como Garzón echando leña al fuego, a dúo con Zapo, como presión indirecta al tribunal del caso Gallardón. La degradación de la justicia y la involución política. Con motivo de la denuncia que sufrí a raíz de Años de hierro me comentó, como ya dije, Aquilino Duque: "Simplemente has tenido suerte. En España hay cada vez menos seguridad jurídica".

Esto es lo que pasa y lo que impide considerar la querella como una acción normal que los tribunales solventarían normalmente en una sociedad democrática normal.

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En el blog de César Vidal, no lo pasen por alto:

"Y, finalmente, llegó la vista oral en la que Gallardón derramó unas lagrimitas y todos supimos –o corroboramos –que lo más ofensivo para él no ha sido, por ejemplo, cuando la izquierda lo llamó asesino como al resto de sus compañeros de partido sino cuando Federico censuró que valorara más su carrera que saber la verdad sobre el 11-M".

A los dirigentes del PP las izquierdas les llamaron reiteradamente asesinos, atribuyéndoles la matanza del 11-m. Gallardón nunca se inmutó lo más mínimo, ni pensó en querellarse: estaba seguro de que a él no le incluían.

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