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Presente y pasado

La barbarie con rostro científico

Los ateociencistas no paran, dale que te pego con la inexistencia de Dios. Claro que para el creyente, y volvemos a lo de siempre, Dios tampoco existe, propiamente hablando. Es decir, no existe al modo como existen las cosas del universo, sino como condición de la existencia del propio universo, como causa de ella, por así decir. Está por encima de la existencia. Se trata de una intuición inmemorial: lo existente no se explica por sí mismo. Los ciencistas creen que sí se explica, o, más propiamente, tienen fe en que algún día lo explicarán ellos, como la parte consciente que son del universo; y reducen la idea de Dios a una hipótesis innecesaria. Hasta ahora sus demostraciones resultan harto precarias, quizá porque el problema está mal planteado, pero ellos las defienden con fervor y devoción genuinos.

¿Hipótesis innecesaria? No solo, sino profundamente perjudicial, nefasta, peligrosa. "Cuando una persona padece ilusiones, se le llama locura. Cuando las padecen muchas personas, se le llama Religión", nos asegura Dawkins. La religión como locura colectiva. Otro ateo filósofo y militante, Sam Harris, concluye virtuosamente que el efecto de la fe religiosa consiste en cultivar los frutos del mal y considerarlos sagrados. La religión nace de la ignorancia y conduce a la violencia. "El futuro del hombre depende de que a la religión le queden pocos días". Él propone unos nuevos "ángeles", consistentes en "lo mejor de nuestra naturaleza: razón, honestidad, amor"; y preconiza el rechazo de los "demonios, como la ignorancia, el odio, la codicia y la fe", siendo la fe, precisamente, "el príncipe de los demonios". Si redondeara tan profundas consideraciones con la conclusión de que hay que procurar ser bueno y evitar el mal, nuestro bondadoso Harris habría llegado a cimas todavía no alcanzadas por Pero Grullo. Y, a veces, estas personas se permiten mostrarse desdeñosas con el comunismo, cuando, comparada con sus lucubraciones, la doctrina de Marx es un prodigio de refinamiento filosófico.

Por supuesto, no se les ocurre pensar cómo la humanidad habría logrado sobrevivir y, aparentemente, prosperar durante milenios, en estado de permanente locura, bajo el imperio del "príncipe de los demonios". Y menos todavía se les ocurre, ¡mira que hay que recordárselo una y otra vez a estos señores de mentalidad tan "racional"!, hacer un pequeño balance de la práctica de las ideologías ateas, que tan a mano les quedan.

Pero los Diez Mandamientos, por ejemplo, ¿son demoníacos? ¿Son un mal? El inmenso fondo de arte, pensamiento, literatura, derecho, etc. acumulado por la civilización cristiana, ¿es una locura? Las catedrales góticas, exaltación de esa demencia religiosa, ¿deberían ser demolidas –dejando alguna para ejemplo de las jóvenes generaciones, al estilo de los museos del ateísmo soviéticos– y deberían construirse en su solar útiles bloques de apartamentos o plazas ajardinadas? En fin, la barbarie con rostro científico. O ciencista.

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(J. L. J.)

BIGOPARDO.- Dice Dawkins, y dice bien, que no somos como los primates, sino que somos primates. Pero observa, Mitrofán, cuán corto se queda. Le recordaba no sé quién que no es que seamos como las plantas, es que somos plantas. ¡Poderosa idea! Como sabes, nuestro gran Sabino nos identificó a los vascos con vegetales, en su formulación "Euskadi", que, como también sabes, quiere decir bosque de vascos o plantación de vascos. Sabino era un creyente, qué le vamos a hacer, pero debe admitirse que en ocasiones se le ocurrían cosas de profundidad increíble para su época… Pues es evidente que los vascos –¡y no solo los vascos, Mitro!–, al igual que los boniatos, pongamos por caso, nacemos, nos alimentamos, crecemos, nos reproducimos y finalmente… ¡al tacho! A partir de ahí, todo lo demás son diferencias secundarias, insignificantes, epifenómenos, lo que quieras, nada de especial importancia.

MITROFÁN.- Como siempre, Bigo, me deja asombrado tu mente poderosa…

BIGOPARDO.- Te parece poderosa porque tú apenas de dedicas a pensar, a ejercitar tu racionalidad. Si lo hicieras, verías que estas conclusiones vienen rodadas una vez prescindes de prejuicios y creendias indemostrables. Así que, ¡más te asombrará lo que voy a explicarte, Mitro! Pues aun reconociendo tan admirable logro de nuestro buen Arana, me veo obligado a decir que, como Dawkins, también que se quedó corto. Es que no solo somos plantas, Mitro, es que ante todo, por encima de todo, somos rocas, tierra, materia inerte. ¡A ver! ¿Hay en nuestro cuerpo un átomo, uno solo, que no esté presente en la naturaleza inanimada? ¡No, señor! Pues si estamos compuestos de los mismos elementos, si no hay un solo átomo espiritual, por así decir, entonces, por pura lógica, somos lo mismo que la arena, el agua, los pedruscos… ¿Te percatas, Mitro? Solo una soberbia y una tontería absurdas hacen que nos sintamos superiores y distintos… ¡Tenemos mucho que aprender, Mitro, mucho que aprender de los humildes cantos rodados, de las nubes, de los yacimientos de potasio…! Esta idea, ya te habrás dado cuenta, lleva implícitas las consecuencias más demoledoras para las viejas y lamentables creencias religiosas. Y por ello mismo tiene un valor extraordinario de emancipación para la sociedad, para el ser humano.

MITROFÁN.- ¿Te refieres a los derechos de las piedras, de los charcos, de los ríos, de los vientos, de los aludes o los monzones?

BIGOPARDO.- ¡Y tanto, y tanto! Y eso es solo el comienzo.

MITROFÁN.- Pero Bigo, si yo le pego un martillazo a una piedra, se romperá sin protestar y sin tratar de escapar ni nada. En cambio si intento pegártelo a ti, intentarás evitarlo, y si no lo consigues te dolerá y te pondrás hecho un basilisco. Ahí veo yo una diferencia importante.

BIGOPARDO.- ¡Pura apariencia, Mitro, puro prejuicio! Tantos siglos nos han estado adoctrinando con esas absurdas diferencias entre nosotros y un pedazo cualquiera de barro... y fíjate que hasta la misma religión admite que, en definitiva, estamos hechos de barro, pero luego, claro, se olvida de esta evidencia científica y se sale por peteneras con esas bobadas del espíritu y demás rollos... Y como se nos ha centrado la atención en las diferencias insignificantes y no en las semejanzas profundas, pues al final nos lo creemos y ya no sabemos razonar. Es cierto que, por lo general, nos oponemos a que nos claven una espada, ¿te vale el ejemplo? Pero ¿qué ocurre si, a pesar de nuestra oposición, nos atraviesan el corazón con ella? Pues ocurre que nos morimos. ¿Y qué pasa si nos morimos? Pues que nuestros átomos pura y simplemente pierden la organización que llamamos vida, se mezclan con la materia inorgánica, se vuelven parte de ella nuevamente, o alimentan otras formas de vida tan válidas como la nuestra. Podríamos decir que nuestros átomos recuperan su ser más natural, más genuino, menos pretencioso. ¿Qué ha cambiado? Nada esencial, solo algunas apariencias.

MITROFÁN.- Oye, Bigo, si quieres que te sea sincero, yo prefiero seguir siendo menos natural y menos genuino, aunque resulta más pretencioso.

BIGOPARDO.- ¡Toma! ¡Y yo! Pero adonde voy es a otra cosa. Vamos aver, supongamos que los creyentes y reaccionarios nos tocan demasiado la pelotas y que decidimos eliminarlos. Algunos lo llamarían crimen, pero si lo miras con más racionalidad comprenderás que no es así. La materia ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma, y lo único que haríamos sería transformar un poco la materia de esos ciudadanos indeseables. ¿Qué puede haber de criminal en ello? Parte de que ¿a qué llamamos crimen o no crimen? ¡Puro prejuicio, una vez más! Fíjate en Stalin: se cargó a millones de reaccionarios. ¿Tú crees que dejaba de dormir por eso? Él sabía que no hay ningún juez ultraterreno, que lo que hizo, o estaba bien hecho, pues libraba a la sociedad de elementos perniciosos, o, en cualquier caso, carecía de la menor importancia. Se habrá ido a la tumba tranquilo y satisfecho. A pesar de sus limitaciones, como las de nuestro Sabino, Stalin tenía espíritu en el fondo científico y no se inquietaba por tales fantasmas. Pero debemos procurar que sean ellos, los malos, los ignaros creyentes religiosos, quienes sean liquidados. Por el bien de la ciencia, ¿comprendes? Si no, ¿quién quedaría aquí para hacer ciencia?

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