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Presente y pasado

Libertad de elección

Hace años se estudió en Usa el caso de un hombre a quien de pronto le dio por la pederastia. Un escáner de su cerebro mostró un ligero tumor cuya erradicación erradicó a su vez la tendencia. Cuando el tumor se reprodujo, el individuo volvió a caer en la pederastia. Ello originó cierto debate: ¿no es ilusoria la idea de que actuamos libremente? ¿No dependerán nuestras aparentes elecciones libres del funcionamiento de nuestro cerebro, resultado de una larga evolución en la que nuestra voluntad o nuestra libertad no han jugado el menor papel?

En cierto modo, la cuestión suscitada por el materialismo ciencista descubría la pólvora. De siempre se sabe que algunas lesiones orgánicas disminuyen o incluso impiden la libertad de elegir y otras funciones psíquicas. Desde los tiempos más remotos se sabe que si a alguien le cortan la cabeza, deja de pensar. Como también deja de hacer otras muchas cosas y los conocimientos anatómicos eran entonces escasos, no quedaba claro si la facultad de pensar dependía de la cabeza o del resto del cuerpo, pero en todo caso nadie podía dudar de que sin un cuerpo más o menos sano desaparecen las facultades que llamamos espirituales. De ahí que la discusión entre materialistas –generalmente ateos– y espiritualistas tenga mucha más antigüedad de lo que aparenta. La novedad es que algunos creen resolver el problema conociendo las zonas cerebrales y su funcionamiento en relación con las distintas capacidades humanas, incluida la moral.

Por lo demás, resulta improbable que todos los pederastas padezcan tumores cerebrales y, a la inversa, un cerebro sano no supone uniformidad de conductas, creencias, concepciones de la vida, etc. Más bien al revés: la variedad es muy grande, y los cerebros dañados dan lugar a conductas mucho más estereotipadas. Una cosa son los condicionantes genéticos ("los dones de los dioses"… o de los demonios) y otra muy distinta lo que los individuos hacen con ellos en un mundo que no depende en absoluto de su dotación genética, repleto de sucesos, predecibles e impredecibles, también ajenos a esa dotación. La participación de Cervantes en la batalla de Lepanto, su cautiverio, su "Quijote", no estaban contenidos en sus genes ni en su cerebro, aunque sin estos ni siquiera habría existido el sujeto de tales actos. El destino no está en los genes, como pusieron de moda asegurar muchos ciencistas. ¿Está en los condicionantes sociales, externos al individuo y aparentemene objetivables científicamente, como han proclamado durante décadas otros ciencistas? Aún es menos probable. Lo que llamamos destino tiene mucho que ver con nuestra capacidad de elección, aunque el destino en último extremo se halle "en las manos de los dioses". La literatura, por ejemplo, suele tratar de esto. Y en política, lo estamos viendo.

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