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Presente y pasado

Pedro J. y las televisiones públicas

Dice Pedro J que las televisiones públicas son antiguallas y un residuo del viejo orden, de modo que hay que cerrarlas. El argumento no tiene pies ni cabeza. También para muchos son antiguallas las catedrales y si por ellos fuera las quemarían, no lo duden: ya lo hicieron cuando tuvieron ocasión. El revolucionarismo del director de El Mundo contra el "viejo orden" no es menos demagógico. En aquel orden había infinidad de cosas buenas, y no hay por qué arrasarlas simplemente porque le disgusten a Pedro J, cuyo periódico, sin pertenecer al viejo orden, dista mucho de ser un modelo de virtudes.

Hay otros argumentos mejores contra las televisiones públicas, en primer lugar la enorme cantidad de trolas y puterío que difunden, en lo que se parecen mucho a El Mundo, o a El País. En eso las televisiones públicas no son mejores ni peores que las principales de las privadas: existe entre ellas una competencia a ver cuál transmite más basura. Si por eso fuera, todas deberían cerrar.

El argumento real contra las públicas se encuentra, en todo caso, en el tercer elemento de la tríada de valores progres: el choriceo, es decir, la corrupción, en un sentido económico y otro político. Las privadas corren con sus propios riesgos de quiebra, mientras que las públicas acumulan unos déficits gigantescos que nos obligan a pagar a todos, nos guste o no; y sirven, generalmente, a los intereses e ideología de los partidos en el poder y de las mafias sindicales (eso es lo que significa "público" en España, también en la enseñanza y tantas otras cosas).

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http://www.diarioya.es/content/las-listas-de-la-memoria-histórica-en-extremadura-¿fraude-o-incompetencia

**** El PSOE también aplica el "cordón sanitario" en el Senado y se niega a echar a ETA

Lógico, porque para el PSOE y el resto de la izquierda la ETA es también un partido de izquierdas, socialista, feminista, antifranquista y todo lo demás, y esos lazos unen mucho. En cuanto al PP, su flojísimo ataque a los proetarras ni siquiera viene de su propia iniciativa, sino de su temor a dejarse ganar una baza por Rosa Díez.

**** Los mayores propagandistas y a veces propagadores del sida son aquellos que dicen luchar contra él condón en ristre por así decirlo; de igual modo, nadie atiza más la violencia doméstica que quienes están socavando todo el día la familia, con sus parodias de matrimonio homosexual, sus ministerios de "igualdad", etc. Los mismos que estimulan de mil formas el aborto como un acto progresista.

**** Carisimo Dom Pio Moa

Estoy a mirar ahora mismo su vídeo en Libertad Digital, junto con Cesar Vidal. Además, miré otro video con una tal Cristina Almeida, una abogada que dijo apoyar aquel izquierdista, el juez Baltasar Garzon.

Es interesante que este movimiento de reabilitación de las izquierdas no se limita en España. Aqui en Brasil la cosa es pior. Ustedes,a menudo, hacen una divergencia salutar. Aqui la hegemonía de la izquierda es practicamente absoluta. Además, los antiguos guerrilleros, terroristas y asesinos de la época de la dictadura militar brasileña piden indenizaciones millionarias en contra el gobierno. Pues que ahora son exaltados como heróes. La izquierda hace histeria en contra una dictadura que mató 300 personas en veinte años, mientras lloran de amores por Fidel Castro, que mató veinte mil, sin contar los intentaran huir por la Flórida. Somado a esto, los números alcanzan la cifra de casi 100 mil muertos. Aunque no hablé de Lênin, Stálin y otros bichos de zoo.

Abrazos L. O.

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El regeneracionismo (I)

Costa, y, coincidiendo con él en el fondo Ortega, dieron el tono de este movimiento, cuyas bases podrían considerarse una negación de la España anterior, un rechazo de cuanto esta había hecho en el pasado y hasta una negación de la misma España como nación. Costa habla de "una nación frustrada", de la necesidad de "una total rectificación de nuestra historia", de "fundar España otra vez, como si no hubiera existido"; Ortega clama con cierta altisonancia: "¿Por ventura necesitábamos estos hechos [la Semana trágica] para averiguar que España no existe como nación?". El entonces joven pensador define la historia del país como una especie de enfermedad, idea que recuperará Azaña, comparándola con la sífilis. Estas doctrinas, pregonadas por los intelectuales más en boga, creaban un ambiente muy extendido. Algunos opinaban de otra manera, pero por lo general callaban ante el ímpetu de las nuevas ideas. No obstante, Menéndez Pelayo advirtió: "Presenciamos el lento suicidio de un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia hizo de grande, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. Un pueblo viejo no puede renunciar [a su historia] sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil". No vamos a discutir aquí si tenía razón Menéndez Pelayo o la tenían Ortega, Azaña y tantos otros, sino meramente analizarlo.

Para quienes, en sentido amplio, llamaré regeneracionistas, la tristísima historia nacional culminaba por entonces en el régimen más despreciable, el de la Restauración, contra el cual no ahorran dicterios: la necrocracia, el país oficial opuesto al país vital, el sistema de la mentira y la corrupción que sofoca las energías del pueblo, en fin, la concreción de todas las taras a superar si la nación quería volver a ser ella misma o, mejor, a fundarse propiamente. Destruir la liberal Restauración constituía la primera y básica tarea para, de las cenizas de ella y de toda la tradición española extraer, en palabras de Ortega, "como una gema iridiscente la España que pudo ser".

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