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Presente y pasado

Sufrimiento y religiones


El misterio del sufrimiento no se refiere al hecho de que sea relativamente manejable, pudiendo aliviarse (con medicinas, por ejemplo), o aumentarse (mediante la tortura); pero ese relativo manejo no explica su existencia y su íntima relación con la vida.


Las religiones (y las fantasías artísticas y las condideraciones filosóficas) tratan el problema de formas muy diversas. Siendo el sufrimiento connatural a la vida, solo la muerte nos libraría de él. Para el cristianismo, los justos disfrutarán en el cielo de un estado espiritual plenamente placentero y sin sufrimiento alguno; el paraíso de los musulmanes resulta bastante más físico, pero mantiene la eliminación del sufrimiento. Al parecer no ocurría lo mismo con el paganismo grecorromano, que contempla el mundo de los muertos de forma ambigua, bien como unos Campos Elíseos o como un mundo lóbrego, sin sufrimiento definido, pero horripilante, según aclara en el Hades Aquiles a Odiseo: "No intentes consolarme de la muerte. Preferiría servir como jornalero a un hombre pobre que reinar sobre los muertos". Tampoco reconforta la imagen ofrecida por Adriano en su célebre poema presintiendo la muerte, Animula vagula blandula : "Almilla vagabunda y tiernecilla / huésped y compañera del cuerpo / ¿dónde habitarás ahora? / en lugares lívidos, yertos, desnudos / y ya no me divertirás como solías". (Obsérvese que se dirige al alma como diferente de su yo).


En las religiones nórticas, la bondad consiste en el heroísmo, y el Walhalla ofrece a los héroes diversiones sin cuento, quizá algo reiterativas, pero con un final definitivo y catastrófico, del cual solo queda su valor como un rastro evanescente…


En fin, mis conocimientos al respecto, aunque parcos, permiten, creo, hacernos una idea de lo que quiero exponer. En unos casos podría ser superado el sufrimiento en un más allá ideal, a condición de haber sabido mantenerse justos y buenos sobre esta tierra (pues de otro modo el sufrimiento se multiplicaría). En otros casos solo espera una lúgubre semivida, sin sufrimiento pero nada satisfactoria. Otra posibilidad, en algunas religiones orientales, consiste en la total disolución del yo, que acabaría con el ciclo de reencarnaciones perpetuadoras del dolor. Acaso todas ellas tengan un fondo común y vengan a significar lo mismo.

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****"Rajoy, al presidente: "Le falta grandeza y sinceridad para reconocer sus errores"

Afortunadamente a Rajoy le sobran grandeza y sinceridad. O le sobran la grandeza y la sinceridad.

****"Trinidad Jiménez explica que los "cambios" en Cuba justifican el viaje de Zapatero"

Gran colaborador y admirador de los hermanos Castro, este Zapo. Como de la ETA; tendrá que ir a dialogar con ellos, ¿cómo podría reprimir sus ansias infinitas de paz?

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L a extraña pareja

En Años de hierro menciono, a partir de unas informaciones de Ansón, a quien debemos considerar bien enterado de primera mano, ciertos sucesos inmediatamente posteriores a la conferencia de Yalta: "Churchill felicitó a Don Juan: pronto sería rey, por decisión de los Tres Grandes (Stalin, Roosevelt y el mismo Churchill). Sainz Rodríguez se apresuró a negociar con el PSOE de Prieto. Fue aún más allá y solicitó a Gil-Robles un duro sacrificio: la renuncia a presidir el gobierno provisional en perspectiva, cediéndolo a Prieto. Este cebo debía atraer al veterano jefe socialista a la monarquía. Luego vendrían las elecciones. La idea suena a un maquiavelismo vulgar, harto iluso conociendo la trayectoria del propuesto jefe del gobierno, a quien ofrecía la ocasión de organizar desde el poder las elecciones, seguramente no a favor de la corona. Sainz creía haber sido "muy generoso", pues "la verdad es que Prieto, hay que joderse, se habría conformado solo con la convocatoria de elecciones libres". El líder socialista gozaba de notable prestigio entre algunas derechas, en parte por su talante anticomunista, en parte –cabe suponerlo— por su demostrada y compartida falta de escrúpulos en la política: con él podían entenderse unos monárquicos capaces de aceptar una invasión británica de las Canarias o una provocación como la de Dulles. Según Ansón, "Gil-Robles acoge muy bien el mensaje de Sainz Rodríguez (…) y comienza a negociar con los socialistas".


¿Quiénes eran aquellos dos personajes que se aprestaban a mandar de nuevo en España en nombre de la democracia? Prieto fue un individuo extremadamente corrupto e irresponsable, quizá el demagogo más típico de la época, promotor de la guerra civil en 1934, cuando, al lado de Largo Caballero, aisló a Besteiro y planeó acciones como dejar a Madrid sin agua o imitar el "putsch" nazi contra Dollfuss; fue uno de los principales organizadores de la campaña sobre la "represión de Asturias" que envenenó de odio a la mitad de la población; estuvo muy relacionado (por lo menos) con el asesinato de Calvo Sotelo; montó el siniestro SIM, policía política a imitación y sugerencia del NKVD; robó a Negrín el tesoro del Vita, robado a su vez por Negrín a los españoles… Ya he hablado en otras ocasiones de este político, admirado hasta por los falangistas, y aquí basta.


Pues con este gran hombre contaban Don Juan y Sainz Rodríguez para volver a imponerse en España. ¿Y qué trayectoria tenía Don Juan? Cuando, exiliado Alfonso XIII en Roma, querían hacerle abdicar en su hijo, se resistía arguyendo: "No ha recibido la educación necesaria para regir una nación (…) Además, aunque, gracias a Dios, ya es físicamente todo un hombre, en lo demás sigue siendo un niño". Don Juan había querido combatir en la guerra civil al lado de Franco, pero primero se lo había impedido Mola con crudas amenazas, y después el mismo Franco, que probablemente le salvó la vida, pues quería ir destinado al crucero Baleares. Durante la guerra mundial había estado atento a quiénes llevasen las de ganar, inclinándose por unos u otros según marchara la contienda. Había aceptado, como varios de sus consejeros, una posible ocupación británica de las Canarias y, luego, un plan de provocaciones de los servicios secretos useños para, utilizando al maquis, meter en España los tanques useños, invadir un país que no había participado en la guerra muncial y al que, por eso, debían tantísimo los anglosajones.


Cierto, las cosas no salieron así, y Don Juan, mal de su grado al principio, se volvería más razonable –no así Sainz Rodríguez, intrigante vocacional y mucho menos listo de lo que él se creía --. Pero uno no puede dejar de pensar qué habrían hecho del país tales "patriotas" y demócratas de oportunidad, y en qué líos habrían embarcado a la difícil reconstrucción de Europa occidental. Viene inevitablemente a la cabeza la frase de Marañón: "Horroriza pensar que esta cuadrilla hubiera podido hacerse dueña de España".

**** "Pocos se consideraban vencidos, pues pocos seguían fieles al Frente Popular. La gente del bando izquierdista había presenciado el terror, los saqueos, la destrucción gratuita; los obreros y campesinos habían desoído las llamadas a producir más en defensa de una causa en la que habían perdido interés; 1938 había traído a la zona izquierdista un hambre atroz, peor que la de los siguientes años 40"

"Lo más corrosivo para las izquierdas no había sido la derrota bélica misma, sino el modo como había caído el Frente Popular y la huida de sus jefes. En el exilio, tras dimitir Azaña a finales de febrero, la presidencia de la república correspondía interinamente a Martínez Barrio, que debía asumirla en el plazo de 38 días, pero dejó pasarlos y renunció ante la fantasmagórica diputación permanente de las Cortes, en Méjico; y esta decidió a finales de julio la inexistencia de un gobierno republicano. La gente común perdió las viejas ilusiones, como indica Marías, y pocos seguían dispuestos a luchar por ellas en el interior. La inmensa mayoría de los ex combatientes antifranquistas trató de adaptarse a las circunstancias y volver a una vida normal, y en general lo consiguió. No pocos se congraciaron con la situación e incluso medraron en ella, ocultando mejor o peor su pasado político. Una minoría activa organizaba redes de asistencia a los presos y sus familias, a veces fugas de prisioneros, o sabotajes esporádicos. Los anarquistas formaron grupos de asistencia, también los socialistas, sobre todo en Asturias, en cuyas montañas se habían refugiado militantes suyos. Los masones "abatieron columnas", entrando en hibernación, por así decir, y la mayoría de los líderes del exilio, aunque dispuestos a organizar grupos armados si Francia lo favorecía, de momento pensaban en subsistir más bien que en seguir la pelea…


Con la excepción de los comunistas. Éstos, conviene reiterarlo, habían vertebrado y prolongado la guerra, dotando al Frente Popular de la disciplina, el ideal y el ejército precisos, y habían dispuesto de un elemento ausente en sus aliados: una visión estratégica tanto militar como política. Lógicamente, atribuían la derrota a la traición de los Casado, Besteiro, Mera, etc., a quienes acusaban, además, de haber dejado entre rejas a varios dirigentes medios y militantes del PCE, como ofrenda a los nacionales (y así había ocurrido, fuera por intención o por el desorden de aquellas jornadas). Los comunistas sólo se sentían vencidos provisionalmente, y estaban dispuestos a volver a la lucha: "donde hay un comunista, allí está el partido", rezaba un dicho interno, no del todo falso. Poseían una mística y una disciplina especiales, muy superiores a las del resto de las izquierdas e incluso a las de sus archienemigos falangistas. (De Años de hierro)

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A menudo la discusión fracasa porque se parte de valores diferentes. Así, de nada servirá señalar la increíble corrupción de Negrín, sus ilegalidades, el terror contra muchos de su propio bando o el expolio inconcebible a que sometió la zona del Frente Popular para marcharse al exilio con inmensos tesoros. De nada vale, porque para los defensores de Negrín se trata de nimiedades, por no decir de cosas bien hechas, que ellos mismos repetirían si tuvieran ocasión.


Tampoco vale de mucho argumentar sobre la dificultad, la probable resistencia y guerra civil que habría entrañado una invasión de España, tras la guerra mundial, a personas que no solo ven bien la invasión, sino que creen al resto de los españoles tan cobardes, faltos de patriotismo y propensos a venderse como ellos mismos. En aquella época, al menos, no ocurría así con todos. Los aliados, desde luego, sabían mucho mejor a qué atenerse que este tipo de enterados, tan castizos.


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