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Santiago Navajas

El faraón Franco

Más de 40 años después sería razonable dejar descansar los restos del dictador fuera de la basílica, que se ha transformado en mausoleo de facto.

Más de 40 años después sería razonable dejar descansar los restos del dictador fuera de la basílica, que se ha transformado en mausoleo de facto.
La Piedad del Valle de los Caídos | Cordon Press

Jufu, más conocido como Keops, reinó en Egipto desde el 2589 al 2566 aC. Francisco Franco, también llamado "el Caudillo", gobernó España desde 1939 hasta 1975. Ambos han pasado a la historia como déspotas autoritarios y por haber construido grandes monumentos que les sirvieron como mausoleos. También hay grandes disputas sobre su significación y sus intenciones. Loados y detestados a partes iguales, sería inútil obviar cómo de su narcisismo se originaron dos construcciones, la pirámide de Giza y la basílica del Valle de los Caídos, que aunque cimentadas en sangre hoy se alzan con esa indiferencia propia de las obras que son conscientes de su superior dimensión estética.

El clima de comprensión y el clima que yo he ido imbuyéndoles a todos mis hijos… el clima de terminación de los rencores y ver si de verdad, si de verdad… todos los españoles en vez de construir el Valle de los Caídos, construyamos España.

Estas palabras fueron dichas por Gregorio Peces Barba del Brío, socialista y consejero de Estado, además de padre de uno de los Padres de la Constitución, en el programa de La Clave del 18 de noviembre de 1983 sobre el Valle de los Caídos. Estaba en ese programa en su calidad de preso que había trabajado en la construcción del monumento "a los Caídos" y de autoridad moral dentro de un PSOE que acababa de ganar las elecciones en una democracia que todavía estaba en plena Transición.

Las obras de la cruz y la basílica terminaron en 1958, viéndose cumplido el sueño que el también conocido como "Generalísimo" reflejaba en 1940 en el Boletín Oficial del Estado:

Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor.

La Clave era un programa de debate que siempre se complementaba con una película. En esta ocasión fue elegida Tierra de Faraones, la crónica de Howard Hawks sobre cómo un faraón megalómano no duda en usar miles de esclavos para construir una tumba gigantesca a la altura de su ego. Balbín insistió en que no se buscasen segundas intenciones a la elección de la película. Aunque respetamos a Balbín, haremos caso omiso de su petición.

El tributo que buscaba Franco era "perpetuar la memoria de los que cayeron en nuestra gloriosa Cruzada". Por lo tanto, o Franco pensaba que su régimen duraría mil años o bien en su "todo está atado y bien atado" estaba incluida la maquiavélica previsión de seguir dividiendo y empozoñando a los españoles con un recordatorio épico de la victoria de la mitad de España sobre la otra mitad.

Pero cabe otra posibilidad que señala Juan de Ávalos, también presente en el debate de Balbín, el escultor de las inmensas y magníficas esculturas que destacan entre las que se levantan en la basílica. Confiesa Ávalos, un leal a la República que había huido de España tras la victoria franquista, que él y los demás artistas realmente creían que el monumento era para todos los muertos, cruzados o no, en nuestra infame guerra civil. Y hace un llamamiento artístico para que, de la misma manera que los escultores que allí trabajaron lo hicieron sobre todo por amor tanto al arte como a España, también sea el amor a un futuro de paz y prosperidad a las nuevas generaciones el que triunfe sobre el rencor venenoso del que nos prevenía Gregorio Peces Barba Brío.

Tierra de Faraones es una prodigiosa reflexión cinematográfica sobre el instinto democrático de la muerte y la vanidad de cualquier pretensión de vida eterna; sobre la ambición desmesurada del poder y la lealtad que constituye a los grandes pueblos; sobre la cizaña de los resentidos y el amor a la patria. Keops quiere construir un sarcófago monumental para que su recuerdo perviva más allá de su muerte. Pero teme a los saqueadores de tumbas. Por ello le encarga un dispositivo que garantice su descanso eterno a salvo de los ladrones a un habilidoso arquitecto de un pueblo que tiene esclavizado, el cual, a cambio, le pide la liberación de su gente. Keops accede pero le advierte que una víctima será necesaria: el propio arquitecto para que el secreto de la construcción jamás se propague.

Faraón: Estos planes se habían hecho para ser usados en la construcción de una tumba real, pero ninguno ha evitado a los ladrones de tumbas.

Arquitecto: Hay muchos ladrones y muy pocos faraones.

En lugar de la reconciliación y el perdón que patrocinaba Peces Barba padre, gran parte de la izquierda se la ha jurado tanto al enterramiento de Franco (¿y José Antonio Primo de Rivera?) como a la gran cruz que recuerda permanentemente lo de Cruz-ada y que quisieran volar como los islamistas hicieron explotar los grandes Budas de Afganistán (ya lo intentó la banda terrorista de extrema izquierda Grapo en 1999, pero de milagro se salvó). Franco hizo construir una cruz ligeramente más alta que la pirámide de Keops, 150 metros contra 146,50. Punto para el faraón español.

Los liberales, los grandes damnificados de la violencia de los extremistas políticos durante la II República y la guerra civil, siempre hemos sido más favorables a las recomendaciones de Peces-Barba y Ávalos en referencia a la necesidad de perdonar hacia el pasado y de amar mirando al presente y el futuro. Más de cuarenta años después sería razonable dejar descansar los restos del dictador fuera de la basílica, que se ha transformado en mausoleo de facto, donde es más pasto de la curiosidad de turistas en bermudas cámara en ristre, para hacerse un selfie irónico con el "Generalísimo" reducido a atracción de feria del turismo de masas, que de homenaje de ultras irreductibles. Pero para ello es fundamental el acuerdo con todas las partes, incluida la familia Franco, sin caer en modos caciquiles como torticeros decretos-ley para desenterrar a un autócrata al tiempo que se entierran los principios liberales de respeto al espíritu del Estado de Derecho. Es sumamente contraproducente para la salud de la democracia que un gobierno socialista siga luchando contra un dictador usando sus mismas armas autoritarias.

Tierra de faraones termina con este diálogo:

Arquitecto: La pirámide está terminada. Una estructura para acoger a un solo hombre y el más grande tesoro de todos los tiempos.

Esclavo: Y una estructura para todos los tiempos.

Arquitecto: Solo la historia lo dirá.

Esclava: Será él recordado.

Esclavo: No lo creo, ¡yo lo olvidaré!

Arquitecto: Sí, será recordado. La pirámide mantendrá su recuerdo vivo. En esa cuestión, él construyó mejor de lo que podía suponer. Vamos, tenemos un largo viaje que hacer.

Paradójicamente, la mejor respuesta al desafío del legado franquista habría sido la del esclavo. Olvidar al Faraón. Pero como bien manifestó el arquitecto, no son los frágiles huesos del tirano los que mantienen su memoria sino la monumentalidad pétrea de la imponente basílica. En 2001, después de 1.500 años desde su construcción, los islamistas usaron dinamita y tanques para acabar con las gigantescas estatuas de Buda, alrededor de 50 metros, en Afganistán. Sería un bonito espectáculo y obtendría la máxima audiencia televisiva mundial si unos F16 bombardeasen la basílica y la gran cruz hasta convertirla en cascotes y desmemoria. Sin duda, los talibanes de la extrema izquierda estarían dispuestos en homenaje a sus antepasados terroristas. Pero sería un triunfo final para Franco ya que significaría que no hemos aprendido nada de la diferencia entre el talante dictatorial y el liberal: el primero, como el Faraón, busca fosilizar a los muertos para que todo siga igual; el segundo, como el Arquitecto, nuevas oportunidades a los vivos para que nada de lo malo se vuelva a repetir.

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