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Tomás Cuesta

Recorte de coleta

Las elecciones andaluzas pusieron al partido no al borde del fracaso sino del relativo éxito y ahí, justamente ahí, le duele a nuestro héroe.

Las elecciones andaluzas pusieron al partido no al borde del fracaso sino del relativo éxito y ahí, justamente ahí, le duele a nuestro héroe.
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Conforme se desploma sobre sus ansias de poder la guillotina feroz de las encuestas, el eurócrata Iglesias se acicala las barbas y aligera el ceño; pone en remojo el verbo otrora incandescente e intenta camuflar esa áspera mueca que han tallado en sus labios la ambición y el desprecio. Toca apearse, al fin, del burro caribeño, distanciarse del útero feraz de Venezuela, improvisar sobre la marcha un patriotismo de emergencia y desertar del escenario de la tragedia griega. Toca poner en hora aquel reloj de cuco que marcaba (tic-tac) la agonía del régimen y hacerle cucamonas a la sufriente clase media. Toca, pues, decir digo donde dijera Diego, envainarse el relato de la revolución pendiente y admitir que ha sonado el toque de retreta.

Las elecciones andaluzas pusieron al partido no al borde del fracaso sino del relativo éxito y ahí, justamente ahí, le duele a nuestro héroe. La relatividad es una ley que, en el cosmos político, deslinda el territorio de la realidad frente al deseo. Ella rige los pactos, muñe las composturas, regula el chalaneo. Y obliga a salir del trance (o a sucumbir en el encierro) despejando la incógnita de una ecuación de suma cero: no hay ganancia sin pérdida. Si Teresa Rodríguez le hace el caldo gordo a la casta corrupta enquistada en San Telmo, el eurócrata Iglesias tendrá que habituarse a lustrar su flaqueza. Servir de muleta a un PSOE que, aunque cojee a modo, ni afloja ni manquea cuando hay que poner el cazo o repartir prebendas, es un procedimiento harto curioso de empujar a las masas al asalto del cielo.

Pero también es cierto que habrá quien considere que el empoderamiento propio resulta indispensable antes de dedicarse a empoderar al pueblo. O que la ejecución en diferido de Cháves y Griñán implica que lo idéntico, aderezado con Podemos, resulta diferente. El eurócrata Iglesias -que ha sido, hasta la fecha, un auténtico mago de la "mise en scène"- sabe que, en cualquier caso, la del sur no es su guerra. Más allá de que ahora, apuntalando al Susanato, dé cuerda a Pedro Sánchez para un futuro linchamiento, los duros sevillanos son sólo calderilla y no cubren el monto de las apuestas venideras.

La metodología populista (ese puchero infame en el que se equipara al mejor Gramsci con los peores figurantes del posmarxismo de recuelo) exige que el envite se juegue a todo o nada: o al paraíso sin escalas o, sin rodeos, al infierno. De ahí que en el proceso de construcción del enemigo prescindan del matiz, el claroscuro o la tibieza. El enemigo siempre es uno y muchos a la vez (cualidad que el diablo se reservaba in illo tempore), y siempre un tufillo a azufre delata su presencia.

Mas resulta que ahora, luego de haber echado el resto denunciando al maligno a diestra y a siniestra, ha aparecido un trasgo, un tal Albert Rivera, inmune a los conjuros del eurócrata Iglesias. Un tipo que despliega, toreando en los medios, un cuajo similar al que le puso en suerte. Un rival que le obliga a edulcorar el gesto, a entibiar el discurso, a morderse la lengua. Y quién sabe si incluso a recortarse la coleta.

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