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Víctor Cheretski

El espejo ruso

Una exposición muy específica acaba de abrirse en Moscú. Se denomina “El Hombre y la Cárcel” y recoge todo lo relacionado con el tristemente célebre archipiélago GULAG, su pasado y su presente. Los promotores de esta exposición intentan enfocar un problema tan agudo como el crimen y el castigo en la Rusia de hoy. Según datos oficiales, son cinco millones de ciudadanos de aquel país -hombres, mujeres y adolescentes- que pasan cada año por los centros penitenciarios: cárceles y los llamados Campos de Trabajo y Reeducación. “La prisión es un espejo en el que se refleja la sociedad y es horroroso mirar este espejo en Rusia”, dijo en la inauguración de la exposición el diputado Serguey Kovaliov, antiguo disidente y preso político.

Y es que las cárceles rusas representan unas verdaderas escenas dantescas, según los mismos representantes del poder, incapaces de mejorar la situación debido a la falta de recursos. El problema más grave es la superpoblación de dichos establecimientos debido al drástico aumento de la criminalidad en los últimos diez años. En las cárceles más importantes de Moscú, “Butirka” y “Matróskaya Tishiná”, las celdas para 6 personas están compartidas por 20 ó 30 reclusos. Estos centros tienen más de cien años y nunca han sido reformados.

Los presos duermen por turno debido a la falta de camas. La comida habitual consiste en un plato de trigo cocido y un pedazo de pan negro y duro. El presupuesto diario dedicado a la alimentación es de unas 25 pesetas. Los internos sobreviven gracias a lo que les mandan los familiares. La higiene no se conoce, igual que la sanidad. Según los datos oficiales, 100.000 reclusos mueren al año sólo de la tuberculosis.

Pero lo peor para las personas, especialmente las que no son delincuentes profesionales, son las normas que rigen en los establecimientos penitenciarios. Y no se trata sólo de maltratos por parte de carceleros, siempre muy dispuestos a utilizar sus porras y pistolas. Ahí, los que más pintan son los criminales experimentados, con máxima autoridad en el mundo delictivo: los que se llaman “ladrones en la ley”. Por supuesto, se trata de la “ley” del submundo, de la selva del crimen. Hay un proverbio ruso que dice: “En la calle rige la ley policial, en la cárcel la de los ladrones”.

En la práctica, significa que los criminales de “carrera” imponen su poder sobre los demás. Les obligan a hacer trabajos más duros, les quitan la poca comida que reciben y les someten, simplemente para divertirse, a todo tipo de humillaciones. Y, por supuesto, todo a base de palizas y amenazas de “bajar” o violar al presunto recluso rebelde. Los “gallos”, homosexuales pasivos, son la categoría más despreciada del mundo de la cárcel. No tienen derecho a hablar con nadie, ni a comer con sus compañeros de la celda, ni a dormir en la cama, sino en el suelo, cerca del cubo de excrementos. Los ajustes de cuentas, las peleas y los asesinatos son prácticas diarias. No existen estadísticas del asunto porque las autoridades ocultan las muertes violentas y prefieren hablar de “fallecimientos por causas naturales”.

En Rusia, la población carcelaria es muy variada. Además de “chorizos”y atracadores de toda la vida, hay una generación joven de bandidos y mafiosos, producto de los cambios socio-políticos de la última década. Manejan mucho dinero y luchan para imponerse en el mundo de la delincuencia. Pero la mayoría de los internos son unos desgraciados, condenados a varios años de prisión por robar, a veces, sólo un kilo de patatas en un desesperado intento por no morir de hambre. La legislación rusa, herencia de los tiempos estalinistas, es muy dura a la hora de condenar a este tipo de ladroncillos.

Tras las rejas hay también muchos empresarios que perdieron la lucha por la supervivencia en lo que se llama el “capitalismo salvaje” ruso. Hay funcionarios corruptos, siempre de poca monta, porque los peces gordos son intocables. Prácticamente cualquier ruso, hasta un ciudadano muy honrado, puede encontrarse un día encarcelado debido a la falta de leyes que protegen al individuo. Uno puede ser detenido por no llevar su carné de identidad, por conducir tras tomarse una cerveza, por negarse a pagar muy dudosas “multas” que impone la policía o, simplemente, por equivocación. No es de extrañar que las librerías rusas están llenas de libros sobre la vida en los centros de castigo. Hay hasta “manuales” que explican a los interesados las normas de “buena conducta” en la cárcel para que un novato no cometa errores, que, una vez en la cárcel, le pueden costar hasta la vida. El colmo de todo esto es un CD, comercializado hace dos años, que recoge “consejos e instrucciones” de “ladrones en la ley”.

Hace un par de años, España y Rusia firmaron un acuerdo que abre la posibilidad a los delincuentes españoles, juzgados en Rusia, cumplir su condena en España y viceversa. No es de extrañar que los presos rusos en las cárceles españolas se negaran a ser repatriados. Ya que las prisiones de España les parecen “sanatorios de lujo” comparando con lo que hay en Rusia.

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