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Víctor Cheretski

Mucho ruido y pocas nueces

La cumbre UE-Rusia, anunciada como “trascendental e histórica”, ha tenido sólo un resultado concreto. Ha permitido al presidente del gobierno español, José María Aznar, reunirse una vez más con el presidente ruso, Vladímir Vladímirovich Putin, para intercambiarse sonrisas y amabilidades, ya que, al parecer, los dos políticos se profesan una simpatía mutua. No vemos otros resultados positivos, ni los ven los rusos, que ya han tildado la cumbre de “club de debates estériles”.

A pesar de las promesas por parte de la UE de solucionar para este mes de mayo el desgraciado asunto del enclave de Kaliningrado, nada está hecho. Los rusos piden que a sus ciudadanos, residentes en esta provincia, se les permita en el futuro cruzar las fronteras de la ampliada Unión Europea vía Rusia en unos vagones de tren sellados y con una escolta policial de los países cuyo territorio atraviesan (Polonia o Lituania). Occidente insiste en los visados de tránsito. Eso significa para los rusos someterse a un procedimiento burocrático, de una a dos semanas, y a unos gastos suplementarios cada vez que necesiten ir a otras regiones de su país. El gobierno ruso se niega a aceptarlo.

Por supuesto, si las partes han sido incapaces de encontrar durante los últimos años una solución a un problema que parece tan fácil, no es de extrañar que no prosperen en ninguno de los otros asuntos. Se promete, por ejemplo, reconocer a Rusia como un país con economía de mercado. Este tema está relacionado con la búsqueda, hasta el momento completamente inútil, de los mecanismos de integración de las economías de la UE y de Rusia. Occidente le reprocha a Moscú, y con toda razón, su negativa a liberalizar el mercado energético, lo que es imprescindible para una economía de mercado. Moscú no piensa hacerlo. No obstante, la UE promete reconocer su economía y ayudarle a entrar en la Organización Mundial de Comercio. Da largas pero promete. ¿Cambiarán los europeos su concepto de la economía de mercado?

En este ambiente de callejón sin salida, Aznar y Putin tendrán más oportunidades para “salvar” las cumbres con sus sonrisas y charlas amistosas.

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