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Víctor Llano

Dos preguntas para usted

José Antonio Alonso simuló no saber de la concentración que se convocó en Madrid para denunciar medio siglo de crímenes. Por algo su compañero de pupitre le nombró su portavoz en el Congreso de los Diputados.

En mayo de 2004, poco después de que Zapatero alcanzara su primera victoria electoral, le recordamos los más importantes logros de la tiranía castrista:

Bajo la dictadura de Batista existían 14 centros penitenciarios que no albergaban a más de 4.000 reclusos. De 14 presidios hemos pasado a 200, y de 4000 presos a 100.000. Las prisiones de alta seguridad aumentaron de 1 a 45; las de mujeres, de 1 a 12; y los reformatorios para menores, de 1 a 8.

De poco nos sirvió. Más de cuatro años después –a pesar de que le consta que las cárceles y los presos lejos de disminuir, aumentaron– no sabemos por qué insiste en abanderar en la Unión Europea el desprecio por el sufrimiento ajeno. ¿Maldad? ¿Sectarismo? ¿Miedo? ¿Acaso pretende tranquilizar a los que se arruinaron después de invertir en la barbarie comunista?

Sólo él sabrá qué le lleva a simular que cree en las buenas intenciones de los que sólo aspiran a mantener la represión y la patraña. Ante nadie podrá justificar por qué decidió dar la espalda a los cubanos que un día creyeron que haría algo por ellos. Las respuestas que no ofrece le colocarían en un laberinto del que no podría escapar. Tras medio siglo de barbarie simula no saber lo que ocurre en los más de doscientos presidios. Tanto aquí como allí trata de que no conste lo que siempre supo. Y lo peor es que nadie ha de sorprenderse.

Esta semana me lo recordó un exiliado cubano al que también le duele lo que ocurre en la que creía madre patria. Casi cinco años después, el presidente del Gobierno no nos ha dicho el nombre de la persona que el 11 de marzo de 2004 le advirtió de la existencia de un suicida que jamás existió. Siempre contesta lo mismo a centenares de preguntas, pero jamás recuerda al profeta de lo que nos dicen que sucedió un tres de abril en Leganés.

Diez días atrás José Antonio Alonso simuló no saber de la concentración que se convocó en Madrid para denunciar medio siglo de crímenes. Por algo su compañero de pupitre le nombró su portavoz en el Congreso de los Diputados. Siguiendo su ejemplo fingió que ignoraba lo que no podía ignorar. Como vocero no tiene precio. Todavía no nos ha dicho quién profanó la tumba de Torronteras ni cómo ni para qué le colocaron un carro que relacionó con el 11-M.

Es lo que tienen los que se esconden cuando tropiezan con un disidente cubano. No contestan a lo que prometieron contestar. Pero pueden desterrar toda esperanza. Se lo debemos alas víctimas de la masacre de Madridy a las de los hermanos Castro. No vamos a renunciar a preguntarles por lo que tanto importa. Llegará el día en que tendrán que responder muchas preguntas. Entre ellas a las dos que ahora les recuerdo: ¿Por qué simularon que confiaban en las promesas de asesinos en serie? ¿Quién les habló del suicida que jamás existió?

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