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Amando de Miguel

Decálogo de Peñalba (II)

El principal derecho, la obligación primordial, es algo tan simple como el compromiso con España. Es la síntesis de todo lo anterior y es lo que hace que los ciudadanos recobren ese hermoso título.

Concluyen las "razones para votar a derechas". Se fuerza un poco la lista para que cumpla el formato prometido de decálogo, pero podría extenderse mucho más. Sobre todo porque voy a añadir muchas de las enmiendas aportadas por los libertarios más decidores.

Una parte de los españoles mínimamente politizados se sienten atraídos por el supremo valor de la izquierda: la tendencia al crecimiento del gasto público. Naturalmente, tal despropósito no se vende así sino como la pretensión de que muchos servicios públicos sean gratuitos. Pero, si bien se mira, nada es gratis en esta vida, con la excepción de la ayuda del ángel de la guarda como mensajeros de la corte celestial. La aparente gratitud se alcanza a costa de los contribuyentes. En la práctica eso quiere decir que el coste recae sobre los contribuyentes modestos. Es sabido que los ricos pueden organizarse para pagar legalmente menos impuestos. La insensibilidad ante el gasto público por parte de los contribuyentes es un rasgo muy característico de la izquierda. Esa insensibilidad, cuando se extrema, facilita la corrupción. Una ministra afirmó recientemente que "el dinero público no es de nadie". La verdad es la contraria: el dinero público es de todos.

La idea de que los dineros públicos son del común se percibe mejor en la escala local. Ahí es donde se muestra palpablemente la eficiencia o el derroche del gasto público. Por eso se impone la necesidad de que los ediles sepan gestionar bien el presupuesto municipal. Para lo cual se requieren políticos con experiencia de gestión empresarial o en puestos profesionales. Pero resulta que en la izquierda destacan los políticos que han hecho su carrera exclusivamente en los aparatos políticos. Es decir, esos políticos exclusivamente de partido no han visto un balance en su vida ni sabrían qué hacer en un despacho profesional. Para ellos el coche oficial es cuestión de vida o muerte.

Ahora bien, no basta con una gran capacidad de gestión. Esa cualidad haría eficientes a los que nos gobiernan, pero se impone avanzar un punto más: Los gobernantes han de ser legítimos. Es decir, los ciudadanos deben confiar en los que mandan. Para ello es necesario que se implante la veracidad como categoría política fundamental. No basta con castigar la mentira. Mentir es vicio mínimo y general. Hay que proscribir el engaño sistemático como estilo de gobernar. Es el que caracteriza al Gobierno actual. El engaño consiste en dar a la mentira apariencia de verdad valiéndose de una posición de poder o de alguna otra ventaja. Una democracia sana no consiste solo en libertad de expresión más elecciones regulares. Para que un Gobierno sea legítimo debe renunciar al engaño como arma política. Por ejemplo, no sabemos si el Partido Socialista estuvo detrás del ominoso atentado del 11 de marzo de 2004. Solo sabemos que el Gobierno actual se benefició de ese triste suceso y que no desea investigarlo.

  1. Así llegamos a la tacha verdaderamente distintiva de la izquierda: el engaño a través de la deliberada confusión de las palabras. La claudicación ante los terroristas se muestra como "paz", el desprecio por la libertad se disfraza de "progreso", la rendición ante el Islam se vende como "alianza de civilizaciones".

Incluso una palabra que parece tan encomiástica como "ciudadanos" y sus derivados merece algunas cautelas. No estaría mal alternarla con otras: "contribuyentes, pueblo, vecinos, habitantes". La palabra "ciudadanos", tomada literalmente, excluye a los extranjeros, que en muchas ciudades (como es el caso de Collado Villalba donde estoy empadronado) supone la cuarta parte de la población y es la más desasistida. No quiero pensar que, para el conjunto de España, se hable de "ciudadanía" para evitar la palabra "españoles". Entiendo, además, que son españoles todos los que viven en España. Naturalmente, se añaden los españoles que residen en otros países y así se consideran. Reservemos la hermosa palabra de "ciudadanos" (lástima que ya no podamos decir "burgueses") para los habitantes en cuanto titulares de derechos y obligaciones respecto a la cosa pública. El principal derecho, la obligación primordial, es algo tan simple como el compromiso con España. Es la síntesis de todo lo anterior y es lo que hace que los ciudadanos recobren ese hermoso título.

  1. En la exposición de los puntos anteriores no hay ninguna pretensión de originalidad. Antes bien, espero que se repita el mínimo suceso que he observado tantas veces. Alguien se acerca, me saluda cordialmente y me dice: "Lo que usted dice es lo que yo pienso". Me siento orgulloso de esa sintonía de opiniones, sentimientos y convicciones que mantengo con tantas personas. Las opiniones serán discutibles, pero los sentimientos y convicciones se hallan en la misma raíz de la conciencia. Me gustaría que esa sensación de comulgar con las mismas ideas se tradujera en el compromiso de participar en la misma acción política. Dicho queda.
Nota: El decálogo transcrito se completa con las palabras de Julio Henche y de Víctor Pérez Velasco. Los textos completos se pueden pedir al PP de Collado-Villalba (pp@ayto-colladovillalba.orgojuliohenche@cmste.com).

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