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Amando de Miguel

Discrepancias

Sigo sin comprender por qué algunos corresponsales insisten en que no cite sus nombres. Sus razones tendrán. Uno de esos anónimos lectores y escribientes me pide que comente un artículo de Julián Abad Caja, en la revista Razón y Fe.  En él se sostiene que hay un proceso de convergencia entre las dos orillas del mediterráneo, la europea y la africana-asiática. A mi oculto corresponsal esa conclusión le parece “cínica”. A mi modo de ver, simplemente, no hay evidencia de que se esté produciendo esa convergencia o acercamiento. Otra cosa es que fuera deseable. La confusión entre los deseos y la probabilidad es un fenómeno usual.
 
Juan Noguera Pilsa duda de que Formentor o Formentera provengan de frumentum (= trigo). A él le parece más bien que el étimo está en promontorium (= cabo). Ahí lo dejo. Podría ser que en esos lugares no se produjera, sino que se almacenara, el trigo para surtir a las naves. Así, una formentera sería tanto como una troje.
 
Luis María Centeno (Friburgo, Alemania) me echa una reprimenda por haber sugerido alegremente que los antepasados del Príncipe Felipe tenían el lema “que hagan otros las guerras; nosotros, las bodas”. Bien, yo quería decir, que, desde los Reyes Católicos (lejanísimos ascendientes del Príncipe Felipe), los Reyes españoles han practicado la política de las alianzas matrimoniales. Cierto es que el lema citado era realmente de la Casa de Austria. Pido perdón por escribir tan a vuelapluma. De todas formas, no me suena lo que dice mi corresponsal, que el lema dicho fuera de Matías Corvino. El gran Rey húngaro, de la segunda mitad del siglo XV, fue un humanista y un caudillo belicoso; de ahí el apodo de “corvino” (= como el cuervo). Matías I fue más bien uno de los modelos de Maquiavelo, junto a Fernando el Católico. Los Reyes de la Casa de Austria y antes los Reyes Católicos sí ejercieron la política matrimonial como sustituto de la bélica. En fin, los historiadores tienen la palabra.
 
Antonio Sánchez-Gijón (supongo que es el admirado periodista) se me queja de que en su corrector, cada vez que pone Fuenterrabía, sale Hondarribia. Siga mi consejo, don Antonio, prescinda del corrector. En ese caso, Fuenterrabía se ha escrito así desde hace 500 años por lo menos. Hondarribia es un arcaísmo neologista que no lleva más de 30 años. Es como si a los de Alcalá de Henares les diera ahora por decir que viven en Cómpluto. Claro que yo profeso en la Complutense y no estoy en Alcalá. Lo que digo, el lenguaje se utiliza también para no entenderse. Ya verán como, dentro de poco, a la selección nacional de fútbol la llamamos Hispania o Spanya. Así podrá jugar contra la selección de Catalonia.
 
Jesús María Ruíz-Ayúcar me plantea la conveniencia de llamar cuñados, a secas, a los que teóricamente son concuñados. De acuerdo. La definición de concuñado es un trabalenguas. Véase: “hermano o hermana de una de dos personas unidas en matrimonio respecto a las hermanas o hermanos de la otra”. Lo mejor es quedarse con cuñado como pariente por afinidad en un grado próximo. Es decir, cuñados serían mis parientes cercanos por la parte que aporta mi mujer, fuera de los suegros. Ahora con los divorcios la cosa se complica todavía más.
 
José Manuel Monzón (Rivas-Vaciamadrid, Madrid) discrepa de mi opinión sobre la diferencia entre jurar y prometer. Para mi polémico corresponsal “debe jurar el que crea en Dios y prometer el que no”. Si así fuera, uno estaría declarando forzadamente su creencia religiosa, cosa anticonstitucional. Para mí, la cuestión es más sencilla, aunque se hace rebuscada. No hay por qué dejar de mencionar a Dios en el lenguaje aunque uno sea agnóstico. Si yo digo “adiós” o “gracias a Dios”, no estoy declarando ninguna confesión de creyente. Sigo opinando que lo de prometer, en vez de jurar, la Constitución es una manifestación de inmadurez. El asunto es de costumbres, no religioso.
 

Don José Manuel añade que no encuentra el verbo escandir en el diccionario. Pues mire bien otra vez, porque está en todos los lexicones solventes. Escandir es tanto como medir bien los versos. También me pide don José Manuel noticias sobre alguna otra página parecida a esta en internet: “es decir, amena, sencilla, rigurosa y con humor”. Mucho pedir es eso. De momento, esta seccioncilla es única. Pero todo el mundo puede apuntarse para así lanzar al aire sus ideas sobre el lenguaje común de los españoles, los iberoamericanos y otros adheridos. Sin compromiso, oiga.

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