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Agapito Maestre

¡Por mí que no quede!

España está de luto. Ha muerto un maestro del pensamiento español. Un filósofo. Ha muerto un hombre ejemplar

España está de luto. Ha muerto un maestro del pensamiento español. Un filósofo. Ha muerto un hombre ejemplar. Esto no es, sin embargo, una necrológica, sino el recuerdo de una obra viva para salvar a una nación, España, de su desaparición. Hoy, sin duda alguna, la obra de Marías es una referencia fundamental, una lección de ética política, para salvar el suelo y el espíritu sobre el que edificamos todos los españoles nuestros proyectos: España. Hoy, ante el cuerpo sin vida de Marías, los españoles de bien, los españoles, deben entonar la oración de Eugenio d´Ors: “Todo pasa: una sola cosa te será contada, y es tu obra bien hecha”. Marías nos deja una obra clave para salvar la circunstancia más grave, trágica, que vive España desde la Guerra Civil: la muerte de la nación española.
 
Por eso, precisamente, en nombre de la obra de Marías, esgrimiendo su argumentación precisa y su espíritu reconciliador entre todos los españoles, deberíamos abrir una iniciativa, una acción de moral ciudadana, para que ésta reciba el premio Cervantes, el mismo que en vida de su autor le negaron los mezquinos burócratas del Ministerio de la (In)cultura. Las cuentas estarían saldadas: si se reconociera a la obra, hoy más viva que nunca, lo que se negó a su autor. El reconocimiento nacional de la obra de Marías sería no sólo una señal significativa, una renovación del entusiasmo democrático, sino una afirmación de que España aún no ha sido vencida. España existe.
 
En la hora de su muerte sería un ingrato, un desagradecido, si ocultara la lección de inmortalidad que me dio una tarde de enero de 2003: “La gente admite con una frivolidad increíble que cuando alguien muere se acaba. ¿Cómo se va a acabar? El que crea eso es que no ha querido a nadie”. Ha muerto Julián Marías, pero su obra no ha hecho sino comenzar para quien aquella tarde, después de una conversación con el filósofo, escribió temblorosamente: “La filosofía no es para Marías un antídoto, un consuelo, porque la vida no es un veneno”. Fue un grandioso vitalista.
 
Escribí, sí, estas palabras, después de elegir una obra de Marías,Antropología metafísica, para palpar su originalidad filosófica. Aquí se muestra Ortega más allá de Ortega. Palabras elevadas y metáforas intelectuales desaparecen. La hipocresía del pensamiento es acorralada, en cierto sentido vencida, porque no recurre jamás a justificación alguna de nuestros terrores y deseos. El pensamiento está encarnado. El pensamiento está vivo. El pensamiento se iguala con la vida. La filosofía es, pues, expresión de vida, faz de la genuina existencia, pues “en el rostro –la persona en cuanto se proyecta hacia delante– rezuma la intimidad secreta en que esa persona arcana consiste”.

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