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Cristina Losada

¡Abajo la responsabilidad!

Un político profesional, ese gran azote humano del siglo XX, al decir del historiador Paul Johnson. Pero con la peculiaridad de no haber catado ningún cargo que le obligara a meter las manos en la masa de la realidad y a lidiar con las sorpresas.

La semana pasada, un artículo de Stanley G. Payne en El Mundo ("El entreguismo de Zapatero", 27-03-06), ofrecía esta reflexión sobre el presidente por accidente: "En su condición de político de toda la vida que jamás ha ejercido ninguna profesión productiva, considera que en la vida todo consiste en una especie de manipulación política". Además, decía el historiador, ZP está convencido de que ha adquirido una habilidad sin par en esta materia. Respecto a la primera afirmación caben pocas dudas. Rodríguez no se ha ganado nunca el pan fuera de la política, salvo que tomemos por trabajo su etapa, todavía poco investigada, como profesor auxiliar en la Universidad leonesa. Según algunas fuentes, no percibía sueldo alguno, y en todo caso, no debe de ser muy gloriosa esa fase cuando no se incluye en la biografía oficial. La política, o por mejor decir, el partido, le acogió en su seno en 1979, y a su sopa boba estuvo desde entonces. Cuando fue catapultado a la presidencia del gobierno no había ocupado siquiera una modesta concejalía. Zetapé ha sido siempre un apparatchik y punto.

O, si se prefiere, un político profesional, ese gran azote humano del siglo XX, al decir del historiador Paul Johnson. Pero con la peculiaridad de no haber catado ningún cargo que le obligara a meter las manos en la masa de la realidad y a lidiar con las sorpresas. Su horizonte espacial lo configuran la M-30 del Congreso, los corrillos, el petit comité, las meriendas y los nocturnales en la Moncloa; y el temporal, la maniobra de corto alcance, el día siguiente y la cita con las urnas venidera. Sólo un espécimen criado en ese invernadero podía atreverse a dinamitar el régimen constitucional con una mayoría escasa y sin sentir vértigo. Y sólo una trouppe como la del PSOE, donde muchos no tienen otra forma de ganarse la vida que la política y dependen de la benevolencia del partido, podía acompañarle en la bajada por la espiral.

Las desmesuras de Zapatero han ido acaeciendo sin que hayan caído sobre España las plagas de Egipto. Todo es posible. Destruir una nación y crear otra, que enseguida serán otras; pactar con ETA la entrega del País Vasco a sus lacayos políticos a medias con los socialistas; reactivar viejos odios enterrados; hundir el prestigio de España en el exterior; manipular empresas y jueces; todo. Y no pasa nada, oiga. La gente sigue yendo a currar, se entretiene con el fútbol y la telebasura, y habla de los alijos de joyas marbellíes tan oportunamente destapados. A Zapatero, el destroyer, las encuestas le dan un respiro. El antiguo don nadie ha creado tal burbuja de impunidad, en la que todo vale y nada tiene consecuencias, que hasta sus críticos en el partido se han metido en ella, como si fuera un zeppelin que les permitirá atravesar sin daño las más escabrosas latitudes. Ninguno quiere mirar atrás por si le pasa lo que a la mujer de Lot, aunque si alguno lo hiciera más que en estatua de sal, se quedaría de piedra. En cuanto al porvenir, ya se le ocurrirá algo a Rubalcaba. Como niños, juegan al follow the leader. Como niños, no saben a dónde les llevará. Pero no importa, ¡abajo la responsabilidad!

Mientras las huestes de ETA tomaban la calle por enésima vez para exigir independencia y amnistía junto a sus socios de gobierno, y los voceros del brazo político de la banda, ilegal, pero da igual, se jactaban de su "agenda de trabajo con diferentes cajas de ahorro y bancos", un Zapatero engreído se crecía en los escenarios preparados y propicios de los mítines para vender el sí al Estatuto que ha abierto las compuertas al pacto con los terroristas y rompe los muros del embalse constitucional. "Creo que si le doy todo lo que está a mi alcance y no le pido nada a cambio,noblesse oblige, no intentará anexionarse nada y trabajará conmigo para crear un mundo de democracia y paz". Podía haberlo dicho Zapatero con menosnoblesse. Pero fue Roosevelt quien así mostraría su agudeza política ante Stalin poco antes de que el soviético se anexionara la mitad oriental de Europa. Hablaba la ignorancia casada con la vanidad.

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