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Juan Manuel González

Crítica: 'Los Odiosos Ocho', de Quentin Tarantino

'Los ocho odiosos' de Tarantino no es tan redonda como ella misma se piensa.

'Los ocho odiosos' de Tarantino no es tan redonda como ella misma se piensa.
Los Odiosos Ocho | eOne
Póster Los odiosos ocho
Puntuación: 6 / 10

"Lento como la melaza", dice un cazarrecompensas a otro al principio de Los Odiosos Ocho, el octavo filme escrito y dirigido por el norteamericano Quentin Tarantino. La frase ideada por el cineasta, con la que el personaje de Kurt Russell avisa al de Samuel L. Jackson de que desenfunde despacio, no sea que haya disparos, marca en cierto modo del tempo que el director de Pulp Fiction y Kill Bill ha querido imprimir a éste, su segundo western tras la alabada Django desencadenado. Nueva muestra del Tarantino verborreico y juguetón, además de un nuevo homenaje al spaguetti y a tantos géneros de serie B que ustedes quieran imaginar, en Los Odiosos Ocho ha añadido a la mezcla un importante componente de intriga "a lo Agatha Christie" (la trama, básicamente, consiste en desenmascarar a un culpable) que aproxima la cinta a otros clásicos añorados como Río Bravo o –ojo a la coincidencia en el compositor Ennio Morricone- esa versión en clave sci-fi de la primera que fue La Cosa de John Carpenter.

Ningún problema con ello, sobre todo con tan magnos referentes, y teniendo en cuenta que el propio Tarantino sabe qué territorio pisa, y sobre todo, que cuenta con nuestra complicidad, tanto de la crítica como del público. La propia voz del director asoma para narrar en off, sin que tampoco haga demasiada falta, un determinado pasaje del filme.

Y ese es el problema, que lo sabe. Quizá por primera vez, los rasgos del autor caen en la reincidencia e incluso cierto abuso, sufren de esa voluntad de hacer lo que le de la real gana que siempre ha caracterizado al director de Malditos Bastardos. El delicado equilibrio que hasta ahora existía, incluso en cintas discutidas como Death Proof (que estaba concebida para ser exhibida junto a otra, cosa que en España no se hizo) aquí se destensa por momentos de una manera evidente. Tarantino siempre se ha caracterizado por dilatar tiempos, pero mientras en las anteriores el resultado era atrevido y fascinante, en Los Odiosos Ocho el asunto es un poco más complicado. Da la impresión de que Tarantino se atasca aquí en sus propias coordenadas de autor, no llega mucho más lejos del planteamiento sobre el papel de una película brillantemente rodada; tan brillantemente que, de hecho, su publicitada impresión en 70mm acaba convirtiéndose en uno de los puntales de la obra, aún más de lo que Tarantino habría esperado. También en ese sentido, el resultado frustra un poco: al fin y al cabo, la mayoría de los espectadores españoles no la verán en ese formato por la ausencia de proyectores de ese tipo.

Los Odiosos Ocho es, parece y se siente demasiado larga, ciento veinte minutos hasta que comienza el baño de sangre que podían haber sido menos. Quizá el temprano fallecimiento hace cinco años de Sally Menke, su editora habitual, podría tener algo que ver en este punto. Lo peor es que cuando Tarantino pisa el acelerador y los odiosos empiezan a caer como moscas, la violencia explosiva parece la misma de otras ocasiones; su depravación no resulta tan novedosa.

Y sin embargo, se disfruta bastante. Tarantino sabe un rato de suspense, y ya desde los ominosos paisajes del comienzo, con esa imagen de Jesús sacrificado tallada en madera de Wyoming sobre la que se imprimen los nombres del excelso reparto, nos anuncia una montaña rusa en la que Samuel L. Jackson, Kurt Russell y compañía van a paladear momentos de gloria. Da la impresión de que esa cabaña, la mercería de Minnie, ha sido concebida como una suerte de símbolo de los EEUU de posguerra, un lugar (des)poblado por estereotipos de palurdos, cowboys, delincuentes de razas y sexos distintos, todos encerrados en un espacio reducido hecho de madera, piel y acero, y una trastienda oculta importante. Texturas todas ellas que la fotografía de Robert Richardson captura con primor mientras el director coquetea con la parodia grotesca. Sin embargo, incluso en esto Tarantino nunca acaba de rematar la faena más allá de llevar al límite esos estereotipos, de violar con actos terribles la aún más terrible corrección política. No hay ningún problema en que esa visión de América sea odiosa y traviesa, pero hubiera sido deseable alguna idea más en este sentido.

Ese "déjalos que se quemen todos" que parece desprenderse de su chiste de tres horas (porque sí, Los Odiosos Ocho no deja de serlo: ¿qué hacen un mexicano que nunca abre los ojos, un negro furioso y una mujer en una cabaña…?) sobre un mundo terrible y sin esperanza, pero al menos imprevisible y divertido, en el que las apariencias engañan. Algo que ha hecho en sus siete largometrajes anteriores sin que su ilusionismo, con todas las implicaciones (morales, estéticas...) se resintieran. Es hora de que, quizá, el de Pulp Fiction cambie de marcha.

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