Casi todo el mundo cree que las afirmaciones de los políticos no hay que tomarlas demasiado en cuenta. En pocos aspectos esto ha sido tan evidente como en las declaraciones que los líderes mundiales han hecho desde que comenzó la crisis acerca del comercio mundial y el proteccionismo. Ninguno de los mandatarios de las grandes potencias quiere ser el primero en llamar a una guerra comercial, que todos saben sería destructiva para sus economías. Por eso, en todas las cumbres, y la que acaba de terminar en Corea no es una excepción, proliferan las buenas palabras acerca de los beneficios de la globalización y del comercio internacional.
Sin embargo, lo cierto es que desde comenzó la crisis las medidas proteccionistas se han multiplicado en todo el mundo. Y han sido los países miembros del G-20 los que más han contribuido a esta explosión normativa. Según la última versión del Global Trade Alert, desde noviembre de 2008, los gobiernos del mundo han implementado "638 medidas proteccionistas y otras 108 que dañan directamente los intereses comerciales". Esto hace un total de 746 disposiciones contrarias al comercio internacional (una cada día) de las que 395 han sido aprobadas en países del G-20 (una cada dos días). Y en contraste, sólo uno de cada cinco días se genera alguna norma favorable al comercio internacional.
Esta tendencia no es nueva. En la crisis de los años 30, los países avanzados se enzarzaron en una guerra comercial que empeoró una situación ya muy complicada. El pistoletazo de salida lo dio EEUU, tal y como cuenta Manuel Llamas, aprobando "la Tariff Act of 1930, más conocida como Smoot-Hawley Tariff, surgida poco después del crack del 29 y que puso los aranceles de Estados Unidos en sus niveles más altos con la excusa de la protección a la agricultura norteamericana".
Medidas proteccionistas desde 2008 (Fuente: Global Trade Alert)
Prácticamente todos los economistas coinciden en que las barreras comerciales empobrecerían la economía mundial. Si los países pueden importar y exportar libremente, los consumidores tendrán más opciones y premiarán a las industrias más eficientes. Así, cada país se especializará en aquello para lo que mejor preparado esté y habrá más riqueza en todo el mundo que repartir.
Existe un consenso casi generalizado en que el comercio es un juego de gana-gana, que es capaz por sí mismo de reanimar la economía mundial. De hecho, el Copenhague Consensus estimó que cerrar la Ronda de Doha y liberalizar el comercio mundial proporcionaría unos beneficios de 3 billones de dólares cada año, de los que 2,5 irían a países en vías de desarrollo. De hecho, el ranking del Banco Mundial, publicado en el último informe del Doing Business, sobre facilidad para comerciar internacionalmente, lo lideran algunos de los países más prósperos del mundo –Singapur, Hong Kong, Emiratos Árabes Unidos, Finlandia o Dinamarca-.
La tentación populista
El problema es que todos estos argumentos se chocan, en la realidad política del día a día, con la tentación populista y con un argumentarlo mercantilista clásico, a favor de los productos nacionales y en contra de las importaciones, que quitarían puestos de trabajo a los nacionales. Por eso, junto a una retórica general a favor del comercio, se mezclan leyes particulares que dicen defender el carbón español, el acero norteamericano o la agricultura europea.
Incluso en EEUU, uno de los lugares donde más presente está la retórica a favor de la economía de mercado, las opiniones proteccionistas han crecido en los últimos años, junto con el miedo provocado por la crisis. Según una encuesta publicada por el PEW Center esta misma semana, sólo el 35% de los norteamericanos piensa que los tratados de libre comercio "son buenos para EEUU", frente a un 44% que cree que "son malos". Hace cuatro años, los porcentajes eran exactamente los opuestos.
Y dentro de esta corriente de opinión, algunos países son peor vistos que otros. Así, el 76% de los estadounidenses está a favor de aumentar el comercio con Canadá, pero sólo el 45% opina lo mismo si el producto llega desde China.
Con este panorama, no es extraño que el Gobierno de Obama haya publicada la denominada HR 2378 Currency Reform for Fair Trade Act, una norma destinada a imponer altos aranceles a todos los productos provenientes de aquellos países que hayan manipulado a la baja sus divisas, en una clara e inequívoca referencia al yuan chino. Esta norma todavía no ha sido aprobada, sólo expuesta. Pero es una amenaza directa y una buena muestra de lo que los políticos occidentales pueden hacer en cualquier momento: envolverse en su bandera y elevar el tono proteccionista con su industria. Que con esa actitud empobrezcan a sus consumidores, encarezcan la cesta de la compra y dañen la economía mundial no parece importarles demasiado.