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Niños políglotas

Francesc de Carreras Serra es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Barcelona y fue miembro del Consejo Consultivo de la Generalidad de Cataluña, del que dimitió a raíz de la Nueva ley de Política lingüística de 1998. Ha sido objeto, en varias ocasiones, de insultos y amenazas por su conocida postura de crítica a los nacionalistas radicales. En una entrevista que le hizo Carmen Leal en mayo del año 2000 y que ahora recoge la última publicación de la modesta editorial “Grupo Unisón”, Entrevista a la enseñanza, Carreras Serra se mostraba partidario de una educación totalmente bilingüe en Cataluña. Según sus propias palabras, “cualquier niño, antes de los 9 o 10 años, puede aprender varias lenguas a la vez. Investigaciones científicas recientes así lo prueban. (...) El bilingüismo, o el trilingüismo, es bueno, es estimulante y es, además, lo más adecuado para el mundo de hoy, quizás como el monolingüismo lo era para el mundo de ayer”.

Con todo el respeto que me inspiran quienes exponen su prestigio personal en su lucha por defender la libertad individual frente a los atropellos nacionalistas, creo que el deseo de que sean bilingües todos los niños escolarizados en Comunidades Autónomas con lengua propia, no es más que una utopía.

Los datos sobre el llamado fracaso escolar indican que entre un 25 y un 30 por ciento de nuestros escolares no consigue el título de Educación Secundaria Obligatoria. Conociendo el bajo nivel de exigencia actual de la enseñanza me atrevería a asegurar que este porcentaje corresponde a alumnos que tienen serias dificultades para leer y escribir y que no saben manejar las más elementales reglas del cálculo aritmético. Creer que estos niños, con este sistema de enseñanza, pueden llegar a ser perfectamente bilingües me parece bienintencionado pero completamente alejado de la realidad.

Cuando se habla de una educación bilingüe habría que estudiar las experiencias que en otros países ya se han realizado. En este sentido, resulta muy interesante el caso de Luxemburgo, cuyo sistema de enseñanza, por casualidades de la vida, conozco muy bien.

Luxemburgo tiene, sin duda, uno de los sistemas escolares más duros de Europa. A los 11 años, los niños, tras realizar un examen bastante difícil, empiezan su enseñanza secundaria en dos tipos de centros diferentes, ya vayan a estudiar bachillerato o a recibir una enseñanza más tecnológica o profesional. La filosofía educativa luxemburguesa que inspira su sistema de enseñanza escalofría a nuestros pedagogos, que se escandalizan de que todavía existan países civilizados en los que los niños de 11 años deban decidir si van a estudiar en uno u otro tipo de centro.

Pues bien, todos los luxemburgueses son perfectamente bilingües (luxemburgués, alemán); casi todos son trilingües (luxemburgués, alemán y francés); y muchos tienen, además, un buen nivel de inglés. Lo han conseguido gracias a un esfuerzo ímprobo en el que todos, administraciones educativas, profesores, padres y alumnos, colaboran. Los niños aprenden luxemburgués en sus casas y en la guarderías. Al llegar al colegio, a los seis años, se alfabetizan en alemán, porque es la lengua de cultura más próxima al luxemburgués que, aunque hablado desde siempre por la totalidad de la población, no ha tenido una gramática escrita hasta los años sesenta del siglo veinte. Cuando ya saben leer y escribir, estudian con textos alemanes, reciben sus clases en alemán y empiezan a estudiar francés a los ocho años. Al empezar la secundaria, pasado el examen de los once años, las lenguas de aprendizaje pasan a ser el francés y el alemán y se introduce la enseñanza de una cuarta lengua, el inglés.

Así pues, con un sistema tan duro y tan concienzudo como el luxemburgués, ciertamente todos los niños podrían ser bilingües y quizás trilingües, como dice Francesc de Carreras Serra, pero desde luego no con un sistema de enseñanza como el que tenemos nosotros, donde cada día hay que discutir si será bueno o no para un niño el que se le obligue a estudiar, el que se le pongan deberes o el que hagan exámenes, y desde luego no con una filosofía pedagógica que rehuye el esfuerzo personal y no responsabiliza al niño de propia formación.

Obsérvese, además, que este enorme esfuerzo para que todos los ciudadanos aprendan francés y alemán se lleva a cabo en un país muy nacionalista y que, paradójicamente, pretende, con ese esfuerzo educativo, proteger su minoritaria lengua, en la que no se estudia nada pero que es la única que dos luxemburgueses utilizarán cuando quieran comunicarse. Es una interesante paradoja sobre la que se podría volver.

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