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Amando de Miguel

El deleite de la lengua

Lo de la manía de “los vascos y las vascas” no es nada si la comparamos con lo que ocurre al otro lado del charco. Jaime García-Pelayo y Gross, de Algeciras, me envía un amplio florilegio de la reciente Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Resulta hilarante por la obsesión reduplicativa de poner el masculino y el femenino de todas las palabras que lo permiten. Por ejemplo, fiscal o fiscala, reo o rea, etc. Lo interesante es que, al igual de lo que sucede en España, esa reduplicación no llega a ser completa, por lo que se producen divertidas faltas de concordancia. Mi corresponsal aduce este inconmensurable párrafo: “El padre y la madre tienen el deber compartido e irrenunciable de criar, formar, educar, mantener y asistir a sus hijos e hijas, y estos tienen el deber de asistirlos cuando aquellos o aquellas no puedan hacerlo por sí mismos”.  Ínclitas razas ubérrimas.
 
A Carmen Montoro Cavero, de Valencia, le hastía el abuso de la muletilla “la madre de…” (todas las batallas, todos los problemas, etc.). Argumenta que le va más el uso castizo de “padre” (como “la juerga padre”, “el lío padre”, etc.). Como es sabido, “madre” y “padre” tienen usos muy distintos en México. En la Nueva España “Madre” es despreciativo y “padre” ponderativo. En cambio, en la jerga de España, “de puta madre” es lo más ponderativo que puede haber. Técnicamente, es lo que se conoce por antífrasis. Suele ser un recurso infantiloide, que ahora se practica mucho.
 
Otra sugerencia de doña Carmen es que el password de los ordenadores pase a ser “santo y seña”. No está mal. Bastaría “contraseña”, una palabra.
 
Miguel González se lamenta del innecesario pleonasmo que supone el título de “cursos de formación”. No van a ser de “deformación”, arguye don Miguel. Pues a veces los hay, añado yo. Desde luego, abundan los cursos de información, de prácticas de adiestramiento, de aclimatación, de indoctrinación, etc. Basta con que haya un auditorio más o menos cautivo y un plan para transmitir algo que considera útil el emisor. Así pues, los “cursos de formación” son una variedad de los posibles cursos que se pueden impartir, quizá la más general. Tampoco hay que hacer ascos a los pleonasmos, si se emplean con tino. Alguna vez se necesita decir “todos y cada uno” o “lo vi con mis propios ojos”. Pero sin abusar.
 
Un corresponsal que prefiere pasar como innominado (sus razones tendrá) me apunta un olvido. Al escribir yo sobre “acordarse” o “recordar”, pasé por alto su parentesco con “corazón”. Olvido imperdonable. Los antiguos creían, y los modernos seguimos creyendo, que los sentimientos emanan del corazón. A mí me gusta mucho “cordial”. ¿Por qué no llamar a la “prensa del corazón”, sin despreciarla, “prensa cordial”?
 
           

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