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David Jiménez Torres

Los antipáticos

Es necesario acabar con la tiranía de la simpatía y con su contrapartida, la censura automática de la antipatía. Son procesos generalizados que no han contribuido sino al empobrecimiento y a la banalización de nuestra vida pública.

Mis dos equipos favoritos, el Real Madrid en fútbol y Los Angeles Lakers en baloncesto, tienen el dudoso honor de contar entre sus figuras a las dos superestrellas más antipáticas de sus respectivos deportes. Cristiano Ronaldo es un niño voluble y vanidoso, dado a la pose continua y a unas pataletas infantiles que algunas veces acaban haciendo daño al equipo que le paga su estratosférico salario. Kobe Bryant, el poli malo de la pareja que forma con nuestro adorado Pau Gasol, es un chupón insoportable, un egocéntrico para el cual el equipo no es más que una herramienta para alcanzar la gloria, y que sólo ve las lesiones de sus compañeros como obstáculos en su propio camino profesional. Ambos resultan a menudo intragables, y para sus fans, casi siempre indefendibles. Puede que ambos sean, también, los mejores en sus respectivos deportes.

Siempre me han parecido dignos de admiración los antipáticos que llegan a la cima. Sean CR9 o Kobe, Nixon o Aznar. Trasluce en ellos un imperativo de excelencia que, en cierto sentido, parece provocado por su propia antipatía. Uno se figura que en algún momento de su temprana juventud se dieron cuenta de que su antipatía natural les iba a imponer unas barreras prácticamente insuperables para medrar en un mundo cada vez más basado en la imagen; y uno se imagina que en vez de aceptar estas limitaciones, en vez de resignarse a una mediocridad poco acorde con su verdadero talento, decidieron esforzarse tanto más para sobreponerse a esas barreras, para llegar a ser tan buenos en lo que hacían que nadie pudiese negarles su reconocimiento. Cierto que este proceso puede provocar luego todas las taras del ego que uno quiera, pero hay que admirar esa determinación y su resultado, que no es otro que la auto-superación.

A veces resulta increíble lo mucho que la esfera pública se ceba con este tipo de personajes. Cristiano Ronaldo desata odios casi bíblicos allá donde va: en vez de apreciar que están asistiendo a un verdadero prodigio futbolístico, a un fenómeno por el que les preguntarán sus nietos, las hinchadas enemigas acompañan cada regate y cada chut suyo con una sonora pitada y con cánticos acordándose de su madre (en el caso de los hinchas del Barça, apuntándole láseres a la cara para cegarlo). Penalización por antipatía que también se produce en la política: Hillary Clinton perdió una campaña de primarias y una presidencia para las que llevaba preparándose toda su vida, acumulando experiencia y conocimiento, contra un senador joven al que vapuleaba en todas las categorías menos en simpatía y encanto personal. Y qué decir de Aznar: España entera hablando durante días de su peineta y no de su análisis de la situación del país, ni de sus críticas tan duras como acertadas contra Zapatero.

Es necesario acabar con la tiranía de la simpatía y con su contrapartida, la censura automática de la antipatía. Son procesos generalizados que no han contribuido sino al empobrecimiento y a la banalización de nuestra vida pública (por no hablar de nuestra política). Responden a la creencia (muy de izquierdas, por cierto), de que lo más importante en la vida es tener talante, ser el más majete de la mesa, hacer reír a todos y caerle bien hasta al perro del vecino; cuando lo más importante en la esfera pública es la excelencia, y punto. No votamos a un político para que nos dé conversación en una fiesta, como no ponemos el fútbol para ver a gente encantadora. Son campos donde sólo deberían importar el talento y la determinación. Donde esté eso, pataletas y peinetas no son más que algo anecdótico.

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