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EDITORIAL

El acierto de Aznar y el error de Sadam

El presidente del Gobierno español, José María Aznar, ha pronunciado ante el Congreso de los EE UU un histórico y espléndido discurso que en nuestro país los partidos y los medios de comunicación de la oposición, con la excusa de las investigaciones respecto a la cuestión de las armas de destrucción masiva en Irak, ya han tratado de denigrar, antes incluso de ser pronunciado. Lo que ha defendido Aznar, interrumpido allí por numerosos aplausos, es el compromiso atlántico de nuestro país y los valores de la libertad, la democracia y el libre comercio que este compromiso representa; lo que ha llamado a combatir es la amenaza de las armas de destrucción masiva, el terrorismo y la tiranía. Ya nos dirá la oposición –cuya capacidad de manipulación es infinita- cómo los resultados de las investigaciones iniciadas en EE UU y Gran Bretaña pueden dejar en evidencia que Aznar, respaldando el derrocamiento de Sadam Hussein, no ha sido plenamente coherente con lo manifestado en su formidable discurso.
 
Lo que no le perdonan algunos a Aznar es precisamente eso, su coherencia. Las conclusiones que extraiga las comisiones de investigación no podrán refutar jamás el hecho de que el régimen de Sadam Hussein trasgredió, desde la liberación de Kuwait hasta el momento de su derrocamiento, la exigencia de EE UU –y de la ONU- de acreditar ante la comunidad internacional le inexistencia de unos arsenales que con anterioridad la propia tiranía iraquí había reconocido tener. Hay, por otra parte, centenares de miles de cadáveres de chiís y kurdos que evidencian que las tuvo y las utilizó. Si posteriormente el genocida iraquí se negó a acreditar que efectivamente había destruido completamente ese armamento y había renunciado a desarrollar nuevos programas, el problema es suyo.
 
Lo que es un hecho ya constatado es que Sadam Hussein puso, tras la liberación de Kuwait. innumerables obstáculos a las labores de los inspectores para, posteriormente, expulsarlos. Cuando gracias a la amenaza de EE UU, los readmitió, un inspector de la ONU como Hans Blix no pudo admitir nunca que Sadam Hussein hubiera cumplido finalmente con todas las resoluciones, por cuya violación había estado soportando su país –y no él- unas sanciones que la ONU, sólo dejó de aplicar una vez que fue derrocado. Ignoramos con qué intencionalidad, pero lo que ya es irrefutable es que Sadam Hussein envió hasta el último momento unas indicios que la comunidad internacional interpretaba -y, ojo, sigue debiendo interpretar- como señal de que el dictador o bien conservaba parte del armamento o bien trataba de reconstruirlo.
 
Teniendo ya esas señales y procedentes de personajes como Sadam Hussein, exigir a los servicios de información evidencias absolutas para que los gobiernos actúen en consecuencia contra ese tipo de tiranías es completamente desatinado; tanto como pretender saber que hay en el tambor de una pistola con la que juega un niño para enjuiciar si fue correcta la decisión de quitársela de las manos.
 
En cual caso, Irak constituye todo un ejemplo de la conveniencia y de la coherencia del discurso pronunciado ayer por Aznar. Irak, sin Sadam, reduce de forma mucho más evidente la amenaza de armamento de destrucción masiva que la que nos podría ofrecer nunca ese país con la continuidad del dictador. La intervención militar también ha servido para que países que durante años se han negado a informar sobre armamento prohibido hayan abierto ahora las puertas a las inspecciones. Aunque todavía le quede mucho por recorrer, Irak está ahora mucho más cerca de la democracia de lo que lo ha estado nunca. Los terroristas, es cierto, siguen cometiendo atentados, pero lo hacen desde que dejaron de ostentar y beneficiarse del poder. La libertad, la democracia y la seguridad, en definitiva, han ganado terreno desde que Sadam no está en el poder. Y eso en EE UU se aplaude. En nuestro diario, también.

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