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EDITORIAL

Obama se arriesga

Otras ventajas de Biden para grupos tradicionalmente demócratas son su catolicismo, reflejado en su postura a favor de restringir el aborto y la pena de muerte, y el populismo económico, plasmado en su apoyo al aumento del gasto público.

Aparte de dirimir con su voto de calidad los empates en el pleno del Senado y sustituir al presidente en caso de fallecimiento o incapacidad, pocas son las funciones que la ley asigna al vicepresidente de los EE.UU., un cargo cuyas atribuciones reales dependen de la voluntad del presidente. Sin embargo, la presencia de ambos candidatos, uno elegido por el partido y otro designado por el primero, en la papeleta electoral confiere a los "compañeros de ticket" de los aspirantes a inquilino de la Casa Blanca un valor simbólico nada despreciable.

La designación del veterano senador Joe (Joseph) Biden como candidato a la vicepresidencia por Barack Obama se inscribe en la tradición de buscar para el candidato presidencial un acompañante que lo complemente y al mismo tiempo compense sus carencias. Biden, experto en relaciones internacionales tras 36 años de servicio en el Senado (es el actual presidente del Comité de Relaciones Internacionales, un puesto que ya ocupó en el pasado) y uno de los críticos más severos de la política del presidente Bush en Irak, es en este sentido el socio ideal para Barack Obama, cuya falta de consistencia ya le ha jugado muchas malas pasadas. El poder de Biden en el establishment demócrata, su perfil patricio y su agresividad dialéctica son características que podrían beneficiar a Obama entre buena parte de los votantes de Hillary Clinton.

Otras ventajas de Biden para grupos tradicionalmente demócratas son su catolicismo, reflejado en su postura a favor de restringir el aborto y la pena de muerte, y el populismo económico, plasmado en su apoyo al aumento del gasto público y de los impuestos. Es en este aspecto donde la trayectoria de Biden no supone un contrapunto a la de Obama, sino más bien un refuerzo, y por ende un riesgo para las aspiraciones demócratas a la Casa Blanca. En un momento como este, cuando la mayor preocupación de los electores es la economía, un proyecto netamente intervencionista y socializante constituye una apuesta arriesgada. Ahora bien, las contradicciones de la Administración Bush y la simpatía que la mayoría de la población siente por ahora hacia el Partido Demócrata son variables que podrían minimizar el impacto negativo de la irresponsabilidad fiscal del tándem Obama-Biden.

En definitiva, la designación de este peso pesado de la política norteamericana, partidario de la ampliación de la OTAN hacia el Este y de la firmeza hacia China e Irán, proyecta una imagen de unidad en el seno del Partido Demócrata que tal vez contrarreste la desconfianza que algunos de sus votantes sienten hacia Barack Obama. No obstante, que Biden sea en teoría una excelente elección para los intereses inmediatos de su partido no significa que lo sea para su país. Cuando la lucha contra el déficit presupuestario creado en los años de la presidencia de George W. Bush (una pesada carga sobre los hombros de McCain) y el fomento de las actividades empresariales deberían ser las prioridades de la presidencia del país, un político propenso a la demagogia y a la insensatez disfrazadas de humanitarismo resulta especialmente peligroso.

Pero a pesar de su escasa idoneidad, Joe Biden coloca a John McCain frente a un dilema inverso al de Barack Obama, pues quizá el candidato vicepresidencial más apto para la nación no resulte el más atractivo a los cientos de miles de votantes indecisos repartidos en media docena de estados y que son quienes al final decidirán el nombre del próximo presidente de la república. Con un legado mediocre en política interior, encuestas igualadas y un mapa electoral similar al de 2004, la tarea del candidato republicano, reconstruir la amplia coalición que llevó a su partido a los triunfos electorales de los años 80 del siglo XX, no es fácil. La victoria de Bill Clinton de 1992 fue consecuencia de la falta de credibilidad del presidente Bush y de las carencias de su vicepresidente, el inhábil Dan Quayle. Es probable que los demócratas estén repitiendo ahora anteriores errores ajenos. McCain no debería imitarles.

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