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EDITORIAL

Un enemigo menos del pueblo iraquí

Las palabras de Estrella no dejan de ser las propias de un gobierno que sabe perfectamente que si se hubiera generalizado su ejemplo y el llamado “efecto Zapatero”, a estas horas Al Zarqawi y los suyos serían dueños y señores de Irak

La inmensa mayoría de los ciudadanos iraquíes y, con ellos, todos cuantos defienden su incipiente democracia de las embestidas del terror islamista, celebran la desaparición del jefe de Al Qaeda en Irak, Abú Musab al-Zarqaui, abatido en un ataque efectuado por dos F-16 norteamericanos. No es para menos. Nombrado por Ben Laden "emir de Al-Qaeda en Irak", Al Zarqaui llegó a decapitar personalmente a alguno de sus rehenes y era autor de brutales atentados que costaron la vida a casi un millar de personas.

No hay que extrañarse que, en España, el gobierno del 14-M, después de haberle hecho el juego en Irak, haya eludido mayor comentario que el pronunciado por el portavoz del PSOE, Rafael Estrella, quien se ha limitado a calificar la muerte de este fanático criminal como "más simbólica que práctica". Ni que decir tiene que ha sido el propio gobierno iraquí y los gobiernos aliados los primeros en contener el entusiasmo y en advertir que la violencia no acabará con la desaparición del que era, junto a Ben Laden, el terrorista más buscado del mundo.

Sin embargo, a diferencia de las palabras y de la determinación de Bush o Blair, las palabras de Estrella no dejan de ser las propias de un gobierno que sabe perfectamente que si se hubiera generalizado su ejemplo y el llamado "efecto Zapatero", tal y como pretendían los terroristas, a estas horas Al Zarqaui y los suyos serían dueños y señores de Irak, como lo había sido el genocida de Sadam Husein hasta ser derrocado por los aliados. Es la grande y terrible diferencia.

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