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EDITORIAL

Vergonzoso absentismo en el Parlamento

Lo que pase a su alrededor no es que no vaya con ellos, es que no les afecta. Por eso no van al Parlamento, por eso, mientras se lo puedan permitir, seguirán ofreciendo el bochornoso espectáculo de este miércoles

La Cámara Baja ha vuelto a registrar un nuevo y alarmante récord de absentismo laboral. Durante el pleno del miércoles tan sólo una veintena de los 350 diputados que la forman atendía al debate desde su escaño. Es un escandaloso suma y sigue que, delante de todos los españoles, se repite con demasiada frecuencia. A estas alturas los ciudadanos ya han visto casi de todo. Han visto diputados que votaban dos veces y diputados que se olvidaban de ir a votar porque tenían asuntos pendientes y, a lo que parece, inaplazables en su despacho. Han visto como se ha convertido en algo muy común que sólo un tercio de la cámara tenga por costumbre acudir a los plenos. Han visto, en definitiva, que el diputado medio tan sólo se digna a aparecer por el hemiciclo para votar y poco más.

A esto ha quedado reducida, después de tres décadas de democracia, la vida parlamentaria. Las formaciones políticas debaten y votan en bloque, por lo que no es necesario un número tan grande de diputados que, en el fondo, se limitan a hacer bulto, a apretar el botón que les dicen y a aplaudir o a abuchear, según toque. Con que cada partido electo designase un representante bastaría para lo fundamental, que es debatir y votar conforme a los sufragios obtenidos en las urnas. El círculo se cierra porque estos sufragios van a listas cerradas que presentan los partidos. El sistema actual de partidos, monolítico y cerrado, anula la capacidad legislativa individual de sus diputados y enaltece el papel del partido, verdadera piedra de toque de todo este invento.

En otros países, tanto o más democráticos que el nuestro, el diputado debe su escaño a sus votantes, no al partido que lo ha incluido discrecionalmente en una lista. Eso implica que el diputado, erigido en verdadero representante y no en extremidad de un partido, siente como una obligación laboral –y también moral– asistir a los plenos y votar en función de los intereses de su electorado. Si alguna vez pretenden mejorar la calidad de nuestra democracia deberían ir por ese camino y no por el de los aumentos de sueldo o el de los nuevos despachos.

Porque, aunque los diputados españoles no sean los mejor pagados de Europa, cobran a fin de mes bastante más que el español medio, el mismo que, en estas fechas y por miles, se está quedando en paro. No ocupar el escaño, que es casi lo mismo que no ir a trabajar, supone una burla a los contribuyentes que, religiosamente, pagan el sueldo íntegro de los diputados mediante impuestos. No hay ningún partido que se salve ni los jefes de los diferentes grupos parlamentarios hacen nada al respecto. Se ha tomado como algo natural que sólo una minoría acuda al Congreso de los Diputados las tres veces por semana que hay pleno.

Esto indica hasta que punto la parte más visible de la política, que no es otra que el Parlamento, vive desconectada del mundo real. No parece importarles lo más mínimo la crisis ni, por descontado, el drama del desempleo que afecta a un número creciente de españoles. Ellos tienen el trabajo asegurado hasta el año 2012, y, llegado el momento, ya se ocuparán de medrar dentro de su propio partido para ser incluidos en las listas una vez más. Sólo entonces necesitarán que los ciudadanos se acuerden, pero no de ellos, sino del partido por el que se presentan. Entonces, vuelta a empezar. Lo que pase a su alrededor no es que no vaya con ellos, es que no les afecta. Por eso no van al Parlamento, por eso, mientras se lo puedan permitir, seguirán ofreciendo el bochornoso espectáculo de este miércoles. 

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