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EDITORIAL

Voto de confianza para el PP

Es necesario que en los próximos días el PP lance indicios claros de cuáles van a ser sus primeros pasos. No sólo se trata de aplacar a los mercados, sino de dar satisfacción a la amplísima mayoría de españoles que han exigido un cambio radical.

El Partido Popular ha obtenido una victoria arrolladora en estas elecciones generales: los diez millones y medio de votos que ha cosechado le permiten hacerse con 186 escaños, once más de los requeridos para gobernar con mayoría absoluta. Se trata de sus mejores resultados... y de los peores de su principal contrincante, el PSOE, que ha perdido nada menos que 59 de los 169 escaños que tenía desde los comicios de 2008. Parece de todo punto pertinente citar a un tiempo ambas circunstancias; de hecho, las cifras dicen que ha sido más contundente el desplome socialista que el triunfo de los populares: estos apenas han sumado unos 300.000 votos y cinco puntos porcentuales a sus resultados de 2008, mientras que aquellos han visto caer su apoyo en 15 puntos y más de cuatro millones de votos.

La derrota del PSOE ha sido tan merecida como histórica. El partido del puño y la rosa ha causado a España un mal difícilmente reparable, por el que debe seguir pagando. Si no acomete de manera inmediata un proceso de auténtica refundación, que se lleve por delante ideas, personas y prácticas tóxicas, corre el riesgo de acabar en el vertedero. Lo cual no supondría, ciertamente, un gran drama. Lo dramático es que unas siglas tan vinculadas a las páginas más negras de nuestra Historia y nuestra democracia sigan condicionando la vida política de la manera en que lo hacen.

En cuanto al Partido Popular, debería arrumbar la euforia inmediatamente: por el ya referido dato de que apenas ha avanzado cinco puntos cuando su mayor rival ha perdido 15, porque sus resultados han sido manifiestamente mejorables en dos plazas tan decisivas como el País Vasco y Cataluña, y porque difícilmente podría presentársele un panorama más complicado, con el paro desbocado, las cuentas públicas en estado comatoso, los nacionalismos poco menos que en estado de rebelión y la arquitectura institucional con graves daños estructurales. Y todo el mundo pendiente del menor de nuestros movimientos...

El próximo presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, debe ponerse inmediatamente a trabajar, porque España no puede perder un minuto más. Y debe trabajar en lo urgente sin descuidar un solo segundo lo menos acuciante pero igualmente importante. Es decir, tiene que coger el toro de la deuda por los cuernos cuanto antes, pero sin perder de vista las cruciales reformas de largo aliento, que atañen a lo político, a lo económico, a lo institucional y a lo cultural. Los próximos años serán decisivos, nos jugamos el todo por el todo. No hay vuelta atrás ni manera de obviarlo.

De este modo, a la regeneración económica se añaden retos como el de contener a ETA, aplicar con rigor la ley, desandar los atajos tomados por el PSOE, frenar el impulso desvertebrador de CiU y también acometer las reformas necesarias para que partidos como UPyD no se vean penalizados por una ley electoral que prima a los nacionalistas y supone una discriminación intolerable para sus votantes, cuya representación será inferior a otros partidos con muchos menos votos, como es el caso de Amaiur, la marca electoral de ETA. También la Justicia debe acometer grandes cambios para responder a las verdaderas necesidades ciudadanas y no al antojo de los gobernantes de turno. Son objetivos inexcusables para un PP que ha recibido un mandato claro, el de sacar a España de una crisis que no sólo es económica, sino que afecta a algunas de sus principales instituciones y estamentos políticos. Es hora de sumar, sí, pero sin que ello sirva de excusa para aplazar reformas en la administración tan dolorosas como necesarias. Desde luego, Rajoy no va a disponer de cien días. Reclamaba algo más de media hora, pero los graves problemas de España dan para pocas celebraciones. En este sentido, el Gobierno en funciones y el PSOE deberían ser lo suficientemente generosos como para no prolongar más su agonía. Que la fecha de constitución de las Cámaras sea el 13 de diciembre no es precisamente un buen indicio de las intenciones del PSOE, pero el hecho de que los socialistas hayan obtenido el peor resultado de su historia debería hacer reflexionar a Rubalcaba y Zapatero, verdaderos artífices de un fracaso que no sólo afecta a su partido, sino que ha supuesto una pesadilla nacional.

Finalizado el negro episodio de los dos últimos gobiernos socialistas, los españoles pueden contemplar esperanzados la nueva etapa, pero es necesario que en los próximos días, con la mínima dilación, el PP lance indicios claros de cuáles van a ser sus primeros pasos. No sólo se trata de aplacar a los mercados, sino de dar satisfacción a la amplísima mayoría de españoles que han exigido un cambio radical.

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