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Enrique Dans

Brechas digitales

el índice de analfabetismo suele ser un buen indicador de la riqueza de un país. El analfabetismo tecnológico tiene hoy en día la misma gravedad. Plantéeselo de la misma manera

Según algunos estudios recientes, el mayor freno al que se enfrenta la penetración de Internet en los hogares españoles no es económico. Aunque en función de la comparación del PIB con el coste de una conexión de banda ancha entre España y otros países de su entorno bien podría ser así, no, resulta que no. No es ese el principal argumento exhibido desde el lado de “los desconectados”. No es que sea muy caro o no les llegue el dinero para ello. No es cuestión de precio, sino de valor, que como Machado indicaba brillantemente, no son conceptos que deban confundirse. No le ven valor. No le ven interés, no lo necesitan, no les aporta nada “eso del Internet”. Lo que la red pueda aportar a sus vidas les resulta simplemente indiferente.
 
El tema me recuerda una anécdota surgida en una ocasión en la que debía impartir un curso a un grupo de personas que había superado una difícil oposición a un determinado cuerpo. En la primera sesión, una de las personas se me quedó mirando con cara de “lo que me estás contando me trae completamente al fresco”, y al final de la sesión, me comentó, sencillamente: “Mira, yo ya he pasado la oposición. Donde tenía que llegar, ya he llegado. No me hables de aprender más, simplemente no me hace falta”. Agradecí enormemente a esa persona el haberme dado la pista para entender la mentalidad de aquel grupo. En efecto, no se trataba de un problema de recursos económicos o intelectuales. No eran ni pobres, ni mucho menos cortos de entendederas. Eran profesionales brillantes, que acababan de superar el traumático paso por una oposición. Y simplemente, en su visión del mundo, la propuesta de valor de una formación adicional en tecnologías se les quedaba completamente fuera de lo que ellos creían necesitar. Fue necesario un rediseño del curso que lo centrase en explicar las posibles propuestas de valor que para ellos podían esconderse detrás de algo así, que en este caso resultaban ser de naturaleza a veces económica, a veces política, a veces de pura inquietud personal o de intereses no relacionados con el trabajo… intereses de todo tipo, como suele corresponder a la naturaleza humana. Intereses que hay que conocer si se quieren satisfacer.
 
La brecha digital no separa a ricos y pobres, sino a “conectados” de “desconectados”. Los “conectados” son personas con diferentes grados de acceso a la información, pero que, superado un cierto entrenamiento, son capaces de sentarse delante de un ordenador o de algún otro tipo de plataforma y, simplemente, encontrar lo que necesitan. Sea información, ocio, juegos, compañía, música, mundos virtuales, opinión, debate, participación, educación, humor, recetas de cocina o lo que buenamente se nos pase por la imaginación. Internet es la herramienta de acceso a la información más poderosa que la humanidad ha sido capaz de crear en cinco millones de años de evolución. Es completamente imposible que alguien, independientemente de a qué se dedique y de la profundidad de la cueva en la que viva, no vea valor en algo así. Pero es que además, el grupo de “los desconectados” resulta que no son cuatro, sino legión, y que no viven en cuevas profundas, sino que habitan entre nosotros. Ese con el que te cruzas por la calle, en la escalera de casa o en el pasillo en tu trabajo, sí, ese con mirada inofensiva, puede tranquilamente ser “un desconectado”. Donde no estará, seguro, es leyendo estas líneas.
 
¿Qué lleva a un grupo significativo de personas a querer mantenerse voluntariamente al margen de algo como Internet? En muchos casos, se trata simplemente de “irrecuperables”. Personas que tras una cierta experiencia de vida, resultan incapaces de comprender que algo así exista de verdad. Como el homínido que ve el fuego por primera vez, sienten miedo, lo ven como una amenaza, como algo que quema, no alcanzan a entender que sirve para mantenerse calientes o cocinar los alimentos. Sólo son conscientes de que quema. Como los antes mencionados opositores de mi curso, creen que su experiencia de vida ya está definida, y que lo que viene detrás son amenazas, cosas molestas o puramente superfluas. En muchos casos, como digo, son simplemente “irrecuperables”, y sólo el relevo generacional permitirá que las estadísticas de conectividad alcancen ese punto. Pero según mis cálculos, esos “irrecuperables” pueden alcanzar, como mucho, el 5% de la población. En el resto de los casos resulta posible, con la dedicación y la educación adecuadas, encontrar las propuestas de valor capaces de “hacer clic”, de sintonizar con esos colectivos. En otros casos, tomarán de repente conciencia de su aislamiento de modo brusco y desagradable cuando quieran, por ejemplo, cambiar de trabajo, y su potencial empleador ni les mire a la cara por pertenecer a la triste condición de “desconectados”. “No, yo es que eso de los ordenadores, mire usted, no…” es una frase que haría que muchas empresas dejasen de contratar, y desde mi punto de vista con mucha razón, a profesionales que tal vez podrían ser válidos, pero que simplemente manifiestan una actitud ante la vida que les define plenamente.
 
¿Soy un elitista? Tal vez. No quiero vivir con “desconectados”. Si me los encuentro, intento desesperadamente convencerlos, “evangelizarlos”. Y por ahora, se me han resistido muy, pero muy pocos. Para un país no es bueno tener analfabetos, de ahí que se desarrollen campañas de alfabetización. De hecho, el índice de analfabetismo suele ser un buen indicador de la riqueza de un país. El analfabetismo tecnológico tiene hoy en día la misma gravedad. Plantéeselo de la misma manera.

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