Menú
Enrique de Diego

A favor de la intervención en Irak

La previsible intervención norteamericana en Irak –anunciada ya con bastante claridad por el vicepresidente, Dick Cheney– está llamada a encontrar serias reticencias en Europa. Cuenta con el respaldo de Gran Bretaña, dentro de la relación preferencial anglosajona, con el rechazo declarado de Alemania y con una postura que se antoja ambivalente, casi peneuvista, de España. Si no he entendido mal, nuestra ministra de Exteriores considera que el mundo sería o estaría mejor sin Sadam Hussein, pero, al tiempo, está en contra o no respalda la intervención. Es, en ese sentido, una postura muy europea, en el peor sentido de la palabra: los deseos no conllevan compromisos, la libertad no entraña responsabilidad y no sirve lo de que es mejor prevenir que curar.

Lamentablemente, la seguridad de todos en el mundo libre depende en exclusiva de los Estados Unidos, mientras esa capacidad de autodefensa frente al terrorismo y a las amenazas de las armas de destrucción masiva es puesta de continuo en entredicho por una pose intelectual que, en el fondo, es una forma de entreguismo y una constante abjuración de la defensa de los valores occidentales. Esa posición, en el ámbito político, es incomprensible en España, con tal dramática experiencia del terrorismo, salvo por el hecho constante de que las relaciones internacionales se han convertido en el campo donde toda hipocresía tiene su asiento y donde no vale aquello que se defiende en la política nacional. Una forma de instalarse en la coartada. Hasta el momento, nuestra ministra ha demostrado estar bien preparada para ese esquema de bajos vuelos.

La intervención en Irak es deuda del fracaso, por mor del relativismo moral, de la Guerra del Golfo emprendida por Bush padre, convertida en mero respaldo a la monarquía feudal kuwaití, una de las financiadoras de los grupos integristas. Tiene una evidente lógica si Irak y el dictador Sadam Hussein se han dotado de armas de destrucción masiva. El personaje tiene claros precedentes agresivos. De ser así, sería una clara amenaza contra la seguridad de Estados Unidos, la parte hoy más vital de Occidente. Y luego, para todos nosotros.

Norteamérica tiene claro, tras el 11 de septiembre, que la opinión pública europea lo que le pide es un ejercicio constante de suicidio y que, en materia de seguridad, no puede permitirse el lujo de estar a la defensiva, sino que su prioridad es la defensa de la seguridad de sus ciudadanos. Y ello, por encima de la búsqueda de grandes alianzas. La destrucción de la dictadura irakí sería una lección conveniente para un mundo convulso e inseguro, donde los aliados, como Arabia Saudí, se dedican a financiar a los terroristas o donde existen santuarios para ellos, como es el caso de Irak, que es en sí un régimen terrorista, capaz de gasear a sus ciudadanos.

Algunos amigos estadounidenses me dicen que se sienten solos ante la postura europea. Pretendo sólo mostrar mi posición personal a favor de la intervención en Irak y de la defensa común de nuestros valores de libertad.

Temas

En Internacional

    0
    comentarios