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El dato más relevante de esta legislatura es el compromiso de José María Aznar de no presentarse a la reelección. Es un dato del que casi no se habla, por sabido. Algunos amigos socialistas creen que se terminará presentando, pero el presidente presume de castellano viejo y hombre de palabra, y sus próximos dicen que anda preocupado por su imagen histórica. Lo curioso del caso es que esta limitación de mandatos es voluntaria y no por imperativo legal.

En nuestra democracia no es la primera vez que una buena experiencia trata de reinventarse made in Spain. Es el caso de las primarias socialistas que imitan las norteamericanas, pero como excepción cultural para los militantes. La limitación de mandatos norteamericana por enmienda constitucional tiene algunas consecuencias claras: a) se acompaña de la figura de un vicepresidente sin peso en el día a día, que rentabiliza en su favor o en su contra la labor de gobierno; b) permite el surgimiento de otros candidatos, en ambos partidos, que a lo largo de la legislatura se posicionan para las primarias; c) y además hay primarias abiertas.

Esas tres premisas o consecuencias no se dan en España, así que esta limitación de mandatos voluntaria no se sabe cómo funciona. A la luz de la experiencia en curso, tiene un primer efecto en una relación peculiar casi preferencial con el líder de la oposición. Lo primero que le dijo Aznar a Zapatero es que no iban a ser competidores, o algo así como “por primera vez el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición no se medirán en las urnas”. Se supone, por tanto, que su agenda puede ser la del Estado más que la del interés electoral. Pero eso es simplemente una falacia porque la agenda del jefe de la oposición es lógicamente electoral.

El voluntarismo aznarista tiene otra condición insoslayable: será básicamente él quien designará al candidato del PP y de la cuestión ni se habla ni se puede hablar hasta el 2.003. Es decir, mientras en el sistema norteamericano han de postularse los candidatos y hacer campaña, aquí tienen que estar callados, porque una condición sobrevenida es que quien se muestre nervioso y dé demasiadas muestras de querer ser el heredero baja en la cotización y no saldrá en la foto. El nerviosismo está afectando negativamente a Alberto Ruiz Gallardón y también en parte a Rodrigo Rato.

Lo políticamente correcto, lo inteligente y lo obligado es que los dirigentes del PP digan que no quieren ser herederos, se sienten muy cómodos y muy bien en su puesto y no aspiran a más, lo cual es casi contradictorio con la función del político que incluye entre sus genes la ambición.

Aznar es táctico frío, desconfiado, callado, coriáceo y de visión larga. Lo ha demostrado suficientemente. Tiene baraka. Puede salirle bien la jugada. Momentáneamente, el efecto es que el PSOE tiene ya lo más parecido a un candidato haciendo campaña, mientras el PP tiene quinielas subversivas. Podría suceder que el candidato socialista se quemara en este tiempo, mientras el del PP irrumpiera con fuerza en el último tramo. Podría suceder, sin embargo, que el candidato socialista tomará la posición y al popular no le diera tiempo, y todo se pareciera más al turnismo que a una contienda electoral.

Lo que está claro es que las cosas ni están funcionando ni van a funcionar como sucede en el modelo norteamericano. El error Aznar es parecido al socialista de las primarias: copiar una fórmula sin el marco. La limitación de mandatos es muy buena, pero ha de ser una norma legal para todos. En otro caso, estamos ante una experiencia nueva de efectos impredecibles. Por ahora el constatable es una dosis creciente de desconcierto en el inmediato segundo nivel del Partido Popular.

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