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Enrique de Diego

ETA sitúa al PNV como enemigo

ETA ha ordenado a HB que abandone el Parlamento vasco. Por supuesto que HB es lo mismo que ETA: sucedáneo, altavoz y filial; esceneografía, infraestructura y sus juventudes, una cantera de terroristas. La operación “Lobo negro” confirma lo que era una evidencia.

Abandonar el Parlamento vasco, y la compañía del PNV, no es mero movimiento estratético y táctico, sino que afecta a los principios (totalitarios, por supuesto). Aunque sean importantes los efectos políticos inmediatos, como la confirmación de la minoría del actual gobierno nacionalista, su incapacidad para aprobar los presupuestos y el previsible horizonte de elecciones anticipadas, las consecuencias pueden ser aún de más largo alcance. En términos políticos, ETA deja de considerar al PNV como un aliado. Se desentiende de su futuro político. En la simple y burda lógica totalitaria amigo-enemigo cabe concluir que ETA ha empezado a considerar al partido de Arzalluz como enemigo. Pretende ser el único nacionalismo, el resto de los puros, y aspira al monopolio de la marca. El totalitarismo no sólo tiene una pulsión genocida, sino también profiláctica, de depuración interna. No aspira a ser la mayoría (y, por tanto, no desea convencer) sino minoría que se impone. Ese aspecto está especialmente claro en el leninismo que es, al fin y al cabo, uno de los genes ideológicos del terrorismo etarra. Si bien José María Korta fue asesinado en cuanto empresario, y dentro de la campaña de intimidación para forzar el chantaje mafioso, su patente reclamación como nacionalista y uno de los suyos por parte del PNV, y la identificación de su familia como nacionalista, ha tenido una respuesta especialmente chulesca por parte de la banda terrorista en lo que es un ataque directo al PNV. Luego está la extensión del terrorismo callejero a los miembros de la ertzantza.

Este esquema estaba ya latente en Lizarra al deslegitimar el Estatuto de Guernika y, por tanto, establecer como corolario lógico que la construcción nacional sólo puede venir por un proceso revolucionario y no a través de las instituciones. El mismo concepto de tregua-trampa apunta al nacionalismo incluso más que al conjunto de la sociedad, porque si era trampa en cuanto se utilizaba para la reorganización de la banda, en el ámbito político el mensaje era en exclusiva al nacionalismo para que el PNV pasara a ser una especie de ala de HB y concediera a ETA la consideración de vanguardia.

La hipótesis más verosímil es que ETA vive en un instinto de pureza revolucionaria y cree que tras una etapa intermedia se producirá la radicalización del nacionalismo, falsa especie a la que puede haber dado alas el seguidismo de Arzalluz.

Las herejías -el terrorismo nacionalista tiene sus genes ideológicos dominantes en la progenie de Sabino Arana- y más si intensifican los peores resortes dogmáticos, tienden casi siempre a pretenderse como la ortodoxia. O si se prefiere, las mafias siempre tienden a eliminar competidores en su propio espacio. Pero cuando caen las ortodoxias, las herejías no pueden sostenerse.

El análisis etarra se ha movido siempre en la simpleza y la brusquedad de quienes están acanallados por el asesinato. Identificando de manera plena y exclusiva el nacionalismo con la violencia, y propiciando su propio aislamiento, sólo puede intensificar la decadencia del nacionalismo en la sociedad vasca. Donde el nacionalismo ha retrocedido, como en Álava, se ha moderado. HB será cada vez más lo que ya es: un gran comando de información y sufrirá un proceso de depuración y de marginalidad. Ni PNV ni EA tienen cabida en ese infierno del terror por mucho que se hayan empeñado Arzalluz y Eguibar en hacer méritos. También son carne de campo de exterminio, en la locura totalitaria etarra. Quizás el PNV tenta que estar agradecido al final a la eficacia policial, a pesar de que Arzalluz desde hace tiempo sea incapaz de discernir entre el bien y el mal.

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