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Enrique de Diego

La incoherencia del Gobierno y de la UE

La coherente postura del Gobierno respecto al panfleto-pastoral de los obispos vascos pone más de manifiesto la incoherente postura del Gobierno, y de la Unión Europea en su conjunto, respecto al terrorismo en otras latitudes. Aunque los obispos vascos no sólo yerran, con manifiesta inmoralidad solicitando que incluso no se tengan en cuenta las relaciones entre Batasuna y Eta, su postura puede considerarse moderada incluso, ante la forma en que Piqué resolvió el conflicto de la basílica de la Natividad. Acoger a una serie de “milicianos”, sin ni tan siquiera investigar las acusaciones de terrorismo, está, en el caso de España, en las antípodas de lo que reclama respecto al terrorismo nacionalista vasco al resto de naciones, sobre las que se ejerce una sensata presión para que no den cobijo a terroristas.

El consenso del mundo civilizado parecía estar en que, sean cuales sean las razones de la demanda, ninguna de ellas puede justificar el asesinato de civiles, ni el intento de obtener ventajas políticas mediante el terror. El PP viene argumentando de manera muy convincente –en la línea de lo que desde aquí se ha defendido con anterioridad- que terrorista no es sólo el que pone la bomba o pega el tiro en la nuca, sino también los que apoyan, respaldan y prestan infraestructura.

Al parecer, uno de los tres palestinos que goza en España de un curioso e inexplicado status, por el que viven en hoteles a cargo de los contribuyentes españoles, es militante de Hamas, una banda cuyo carácter terrorista está fuera de toda duda y cuyo objetivo declarado es el genocidio de los judíos. Lo lógico sería que Aznar y Piqué exigieran a Arafat el desmantelamiento de Hamas y, por supuesto, que no utilizaran los fondos públicos para dar cobijo a uno de sus militantes. Es a lo que se refería Jaime Mayor Oreja cuando decía que en España ya había suficientes terroristas para cobijar a otros.

Esta actitud de nuestro Gobierno no inhabilita, sin duda, su lucha contra el terrorismo, pero muestra un inquietante relativismo moral, en el que las palabras no se acomodan a los hechos, como sensatamente se exige a otros. Hay excepciones que no confirman la regla, sino que la ponen en entredicho.

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