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Enrique de Diego

La primera víctima de un error

Resulta preocupante que la vida política española retorne a llenarse de eufemismos y circunloquios, lo cual sugiere atmósfera autocrática. Que Rodrigo Rato tire la toalla como sucesor in pectore puede tener muchas motivaciones, pero está la obvia de que todas las decisiones últimas tomadas por Aznar parecen pensadas para segarle la hierba bajo los pies. Por ejemplo, ponerle a Mariano Rajoy por encima en el escalafón; dividir su Ministerio con Cristóbal Montoro, y manifestar de nuevo su predilección por el gallego.

Pero siendo noticia muy importante este desfonde, enfado o gesto airado de quien goza de amplio predicamento popular, la cuestión de la sucesión no se refiere a un problema de quinielas como si fuera, en términos periodísticos, la bonoloto de la libreta azul, sino a la fórmula democrática de elección y a la legitimidad subyacente.

No son de recibo expresiones aznaristas de “no toca” o de sigue sin tocar, porque en una democracia no hay debates que no toquen, ya que es un sistema de opinión pública en el que los ciudadanos tienen derecho a saber. Lo que sabemos es que la última elección de candidato a la presidencia del Gobierno en el PP se hizo en Perbes en un tono bananero, de amiguetes, que pudo tener sentido en aquel momento, pero que ahora sería una grave regresión. La consideración de que “no toca” parece una consigna, y como tal es estricto oscurantismo.

Lo preocupante de la cuestión es que empieza a entenderse que Aznar quiere reproducir la escena de Perbes con una designación. No se puede olvidar que el inquilino de La Moncloa no va a nombrar el futuro presidente del Gobierno, como se nombra al ministro del Interior, sino que, en último término, designará al candidato por su partido a la presidencia del Gobierno. Luego los ciudadanos decidirán. En ese sentido, la curiosa estrategia seguida por el presidente del Gobierno beneficia al PSOE y perjudica al PP. A las pruebas me remito: en las encuestas del CIS, Zapatero se afianza como el mejor valorado por encima de Aznar. ¿Cómo es ello posible si Aznar lo está haciendo tan bien como parece estar convencido hasta no tocar a ninguno de sus ministros? Y ¿cómo entender, si no es a la luz de cierta mediocridad inducida en el debate, que estemos ante la esperpéntica situación de que, a la luz de las declaraciones, resulta que en el PP nadie quiere heredar a Aznar? ¿Es este el paisaje lógico en un partido democrático?

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