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En los últimos tiempos, al gabinete Aznar se le habían disparado los problemas. Casi todo el mundo que podía echar un pulso lo ha echado. El caso más surrealista ha sido la Isla Perejil. El aventurerismo de la corrupta monarquía alahuí no puede dejarse de analizar dentro de ese contexto general de desestabilización, que pasa por una huelga general y por un intento secesionista en el País Vasco. En el caso de Marruecos, no pueden dejarse de citar las maniobras de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero, quien, al final, ha vuelto a cordura.

La exitosa operación, por la que cabe felicitar desde Ana Palacio, Federico Trillo a José María Aznar, implica el respeto al derecho internacional y el rechazo a la piratería como forma de crear problemas exteriores para ocultar los interiores. Puede decirse que hubiera sido más conveniente establecer una posición de firmeza desde el mismo momento en el que, sin explicación alguna, Marruecos retiró su embajador. Entonces hubiera sido necesario llamar a consultas al nuestro. Además, España se encuentra actualmente en la Unión Europea y en la OTAN. Hubiera sido lógico contar con su respaldo desde el primer momento, contemplando la posibilidad de sanciones económicas, algo que no debería descartarse en el momento presente.

Es resaltable el cambio de estilo entre el errático Josep Piqué y la actuación de Ana Palacio, restableciendo el imperio de la ley. La cesión permanente no sólo hiela el alma, también produce males mayores en esquemas de acción-reacción. Como, en mi opinión, el suceso estrambótico forma parte de una ofensiva general, la actuación llevada a cabo en Perejil, tendrá efectos e implica lecciones en otros campos. No pueden admitirse políticas de hechos consumados. No se ha hecho. Eso está bien.

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