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En su sintonía acostumbrada con La Voz de Abdelkader, Zapatero ha ofrecido una curiosa alternativa a las fuerzas aliadas que, encabezadas por los Estados Unidos, derribaron militarmente al régimen genocida de Sadam Husein. Dice que deben ser soldados árabes, extraídos de los países de la Conferencia Islámica y otros medios ilustrados, los que se encarguen de la pacificación de Irak, es decir, los que acaben con el nazismo del Baas, aniquilen los restos criminosos del régimen sadamita y trituren la presencia criminal de Al Qaeda. Desde luego, la idea es original. A nadie, ni siquiera o sobre todo de los países islámicos, se le había ocurrido. A Zapatero, sí.
 
Hay que reconocer, sobre la originalidad, la coherencia intelectual del Secretario General del PSOE: antes de la guerra proclamó en el Parlamento que no admitiría ninguna resolución del Consejo de Seguridad de la ONU si legitimaba la intervención militar. Era lo previsible para instar al cumplimiento de las resoluciones de la ONU que Irak vulneraba, conviene recordarlo, pero como Francia consiguió sabotear el cándido proyecto de Colin Powell, entonces Zapatero se convirtió en acérrimo defensor de una supuesta legalidad y legitimidad internacionales que la ONU y sólo la ONU confería. Luego, la banda de Kakoffi Annan, ha decidido legitimar la ocupación de Irak, pero esta legalidad internacional vuelve a no interesarle a Zapatero, que ha decidido ignorarla. La legalidad internacional para Zapatero es de usar y tirar, como la democracia en España para el PSOE: buena si gano, despreciable si no me conviene. Hasta ahí, tradicional.
 
Lo revolucionario dentro del progresismo izquierdista que representa y predica Zapatero es que confiera a un país árabe con posibles, por ejemplo, a Arabia Saudí, la tutela de la democratización de Irak, cuando es sabido que esos petromillonarios sin escrúpulos han sido capaces de conciliar la financiación del fundamentalismo islámico, incluido el terrorismo de Ben Laden, con el mantenimiento de un régimen feudal en el que está prohibido el cristianismo y donde las mujeres son tratadas según la interpretación más estricta del Corán, o sea, a palos. Baste recordar el episodio en que la policía del abyecto régimen wahhabbí dejó morir en el incendio de una escuela a unas muchachas que pretendían escapar sin velo. ¿Son los saudíes o los iraníes, ambos sobrados de medios, esos países musulmanes, árabes o menos árabes, capaces de garantizar que en Irak se cree un régimen relativamente respetuoso con los derechos más elementales de las personas, incluídas las mujeres? ¿O estamos ante otra ocurrencia de Zapatero, que después de aprender economía en dos tardes, ha decidido democratizar el Islam en un fin de semana y convertirlo en una fuerza de pacificación y modernización mundiales?
 
También es posible que en su breve pero intenso periplo marroquí, cuando se dedicó a esa “política de consenso” que reclama a Aznar y que él concretó en el respaldo incondicional al Sultán Mohamed VI y el ataque al Gobierno de España, Zapatero aprendiera algo sobre el Islam que no sabemos. Abdelkader nos lo explicará.
 

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