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ENTREVISTA CON EL CÉLEBRE HISPANISTA NORTEAMERICANO

Stanley G. Payne: "la izquierda española no acepta perder"

Stanley Payne es un hombre reposado y de maneras tranquilas. A simple vista parece un turista norteamericano despistado paseando por el centro de Madrid. Lleva casi toda su vida estudiando nuestra Historia desde un lugar tan remoto como la Universidad de Wisconsin. Ha publicado 15 libros y centenares de artículos en revistas especializadas y en la prensa diaria. Aunque nadie lo diría por su aspecto, habla un español perfecto y posee un conocimiento profundo de las cosas de España. Sus argumentos son sólidos, sus juicios ponderados y se lleva mal con la enfermedad intelectual de nuestro tiempo: la corrección política.  

 

Stanley Payne es un hombre reposado y de maneras tranquilas. A simple vista parece un turista norteamericano despistado paseando por el centro de Madrid. Lleva casi toda su vida estudiando nuestra Historia desde un lugar tan remoto como la Universidad de Wisconsin. Ha publicado 15 libros y centenares de artículos en revistas especializadas y en la prensa diaria. Aunque nadie lo diría por su aspecto, habla un español perfecto y posee un conocimiento profundo de las cosas de España. Sus argumentos son sólidos, sus juicios ponderados y se lleva mal con la enfermedad intelectual de nuestro tiempo: la corrección política.  
 
Stanley G. Payne (Foto: Fernando Díaz Villanueva)
Señor Payne, usted es tejano de nacimiento ¿Por qué se hizo usted hispanista?, ¿qué le llamó la atención de nuestro país para fijarse en él?

Mi interés por España no surgió hasta que empecé los estudios de doctorado. A los 19 ó 20 años yo tenía muy pocos conocimientos de España y de su historia. Sabía algo de literatura española gracias a unos cursos que realicé en la universidad y poco más. Años más tarde, el verano anterior al comienzo de mi doctorado, leí dos libros que me llamaron la atención sobre España, uno británico que se llamaba “The spanish temperate” (el temperamento español) y otro sobre arte medieval español, que me gustó mucho.

Ya en el doctorado decidí especializarme en historia europea contemporánea y me surgió la pregunta: ¿qué país? Me decante por España, y lo hice porque sabía algo de lengua española y porque coincidí con una serie de profesores que me motivaron a ello, a convertirme en un autodidacta de la Historia de España, ya que, en aquel entonces, casi no había hispanistas, y mucho menos en los Estados Unidos.

Sus primeros escritos sobre España fueron censurados, tanto que hubo de publicar en París, en la editorial Ruedo Ibérico. ¿Por qué le censuraban?

Lo hacían por razones obvias, los dos primeros libros que publiqué trataban, uno de la Falange y otro del Ejército, que eran, por aquel entonces las fuerzas dominantes en el régimen de Franco. Creo que fue inevitable pues ambos estudios eran críticos.

¿Por qué la Guerra Civil española cuenta todavía hoy con tanta repercusión internacional?, ¿es un acontecimiento tan importante en el siglo XX?

No creo que hoy en día tenga mucha repercusión internacional. Hay algún interés por el acontecimiento en sí pero no es lo mismo que hace 30 ó 40 años. Cuando empecé mis estudios si que había mucho interés en la guerra española, tanto por su componente político, como por el hecho de haber servido de antesala a la Guerra Mundial. Hoy, el recuerdo de la guerra se mantiene dentro de algunos grupos, pero es indudable que ha habido un declive muy grande.

De hecho, entre los hispanistas norteamericanos, la especialidad principal es la Historia Moderna, la época del Imperio español. Los especialistas prefieren el siglo de oro que la guerra civil, que hace tiempo que perdió aquella aura especial que tuvo hace 40 años.

Portada de "40 preguntas fundamentales sobre la Guerra Civil"La izquierda en España lleva más de una década utilizando la Guerra con fines electoralistas, ¿a qué cree que se debe esa anomalía?

Es un proceso complejo. Efectivamente, comenzó en la campaña electoral de 1993, cuando por primera vez Felipe González recurrió al fantasma de la guerra a pesar de que siempre había respetado el pacto de la Transición. Lo hizo porque era la primera vez en 10 años en que veía peligrar el poder. En España la izquierda tiene un complejo histórico que se remonta a 1931. Desde entonces las izquierdas han tenido un complejo de superlegitimidad, como si tuviesen el derecho de gobernar, es decir, que ellos son los únicos que valen de cara al pueblo, y que los demás, los partidos conservadores, no son más que elementos decorativos que no representan a nadie. De este modo, la izquierda española no acepta el hecho de que puede perder, no acepta adversario alguno.

Por otro lado, en los años 90 el Ejército ya había perdido su papel preponderante en la política española y eso, que conjuraba definitivamente el riesgo de involución, motivó que la izquierda se sintiese más fuerte. No es desdeñable tampoco el factor ideológico. En los últimos 15 años la izquierda mundial ha experimentado una evolución ideológica desde el marxismo clásico hasta la ideología dominante hoy, que es la de la corrección política o el buenismo.

Por último, creo que también ha tenido que ver la cultura del victimismo, que se ha apoderado de la izquierda española. Esto se ve en su interpretación de la guerra civil en un sentido sectario y victimista.

A diferencia de otros países de Europa que padecieron dictaduras (que son casi todos), España no termina de aprender a convivir con su pasado, ¿por qué?

La Historia de Europa es compleja y, curiosamente, han sido los alemanes los que han sabido enfrentarse a su pasado mejor que otros europeos. Han asumido su pasado histórico y han encontrado un equilibrio democrático. En el caso español lo que yo veo es un déficit cultural cuyas raíces se hunden en la modernización tardía de España. El hecho es que, a día de hoy, la modernización de España ha sido un éxito total y, sin embargo, no se han dado los mismos efectos que en otros países de Europa.

¿Por qué? Creo que tiene que ver con muchos factores. La dictadura, por ejemplo, duró mucho más que en Italia o Alemania y hasta una fecha muy avanzada. Pero hay también otro aspecto, hay en España una cultura del adversario de parte de las izquierdas que es algo más acusada que en otros países occidentales. Ha habido una tendencia al maximalismo en la izquierda más fuerte que en países como Alemania. De cualquier modo, esta pregunta tiene tanto contenido que, para responderla, haría falta dedicarle un libro monográfico.    

¿Existe con respecto a otros países de Europa Occidental una “singularidad española” o nuestra historia es, a grandes rasgos, similar a la de franceses, alemanes o británicos?

La respuesta es que sí y que no. España es un país plenamente occidental, ha conocido siempre sus mismas instituciones: la monarquía, las Cortes, la iglesia… Sin embargo, la historia de estas instituciones, el modo de utilizarlas sí que ha sido diferente. La Historia de España está muy marcada por la invasión islámica y la Reconquista. A este periodo, que fue muy largo, le sucedió otro dominado por las guerras constantes y la preponderancia mundial. Estas peculiaridades no las tienen otras naciones de Europa. La religión, por su parte, se ha vivido durante siglos en España de un modo muy cerrado. Por último, la modernización fue muy lenta y llegó tarde.

Ya en el siglo XX, los movimientos revolucionarios tuvieron mucha más virulencia que en cualquier otro lugar de occidente. La efervescencia revolucionaria desembocó en una guerra civil y en una dictadura anormalmente larga en términos occidentales.

También ha tenido importancia la debilidad del nacionalismo español, es decir, el proceso de integración nacional durante el siglo XIX. Nada que ver con lo que sucedió en Francia o, incluso en Italia, que es el país más parecido a España.

Volviendo sobre la Guerra Civil, ¿qué habría sido de España si los militares no se hubiesen sublevado?

Habría durado durante algún tiempo un Gobierno de izquierdas, eso es seguro. Luego podría haber sucedido cualquier cosa. Por ejemplo, que el Frente Popular se hubiese roto como pasó en Francia, donde duró sólo un año. Otra posibilidad es que las fuerzas revolucionarias se hubiesen adueñado de la situación entregando el Gobierno a Largo Caballero, que habría tratado de llevar a cabo su revolución. Es posible también que, andando el tiempo, se hubiera desatado otra clase de guerra civil entre las izquierdas, como sucedió en la Guerra Civil real en mayo de 1937.

¿La España de julio de 1936 era todavía una democracia con todas las garantías?

No, ya no por esa fecha. Era una democracia con la mayor parte, no todas, de sus garantías. Desde febrero, debido a la política del Gobierno frentepopulista, de no aplicar la Ley y de vulnerar la Constitución, la democracia se había devaluado. Durante aquellos meses las actividades de loStanley G. Payne (Foto: Fernando Díaz Villanueva)s movimientos revolucionarios, las manifestaciones ilegales y la violencia generalizada ponía muy cuesta arriba la vida democrática. Para el mes de julio se puede decir que ya no se vivía en una democracia propiamente dicha, sino en algo parecido a un país latinoamericano.

Era una situación sin precedentes en Europa occidental. Durante los años críticos que siguieron a la Paz de Versalles, en Alemania o en Italia se vivieron procesos revolucionarios pero, al menos, se guardaron las formas democráticas. Éstas, en la España de julio de 1936, se habían perdido. La verdad es que la rebelión militar fue un alzamiento más contra de la ausencia de democracia que contra el exceso de la misma. Si se hubiera mantenido la democracia, los militares que no eran demócratas no hubieran podido quejarse y esto habría hecho mucho más difícil el levantamiento. Lo que pasó al final es que no se recuperó la democracia con el alzamiento sino que se edificó otra clase de república.  

Setenta años después de la Guerra Civil se ha recrudecido el debate sobre la misma, ¿por qué no ha sucedido esto antes?

En muchos sectores culturales no hay debate sino una línea interpretativa muy sesgada y distorsionada. Lo dramático actualmente no es la abundancia de debate sino la ausencia de debate.

Lo que sí hay es un movimiento bien organizado en la izquierda para utilizar la guerra civil con fines políticos. Esto enlaza con la superlegitimación de la que hablaba antes. La izquierda se siente muy fuerte en el ámbito cultural y en el académico y demuestra su poder de este modo. Por otro lado, los comunistas, partidos como Izquierda Unida o la esquerra catalana, tienen una necesidad imperiosa de utilizar su versión de la historia como argumento político. Realmente es lo único que le queda al comunismo en términos ideológicos.

Pío Moa es hoy, probablemente, el historiador más polémico de España, ¿cuál cree que han sido sus principales aportaciones a la historiografía sobre el periodo que comprende la II República y la guerra?

Moa ha conseguido abrir el debate y llevar a cabo un análisis muy importante sobre la República y los orígenes de la Guerra Civil que es, a mi juicio, su aportación más importante. La mayor contribución de Moa han sido sus investigaciones sobre el periodo que va de 1933 a 1936. Ha efectuado un análisis realmente original y ha llegado a conclusiones que no han sido todavía refutadas. Le han denunciado, le han vetado pero no han logrado rebatir con pruebas las tesis de Moa sobre la República.

Respecto a lo que ha escrito e investigado sobre la guerra y el franquismo yo lo encuentro más polémico.

La “querella de los historiadores” que está teniendo lugar actualmente en España reviste especial virulencia y no son extraños los ataques personales y las descalificaciones, al menos en lo que toca a especialistas como el propio Moa o César Vidal, ¿cómo se ha llegado a esto?

Esto ha sucedido por la convergencia de dos procesos histórico-culturales. Uno, que se ha dado en todo occidente, es el ascenso imparable de la corrección política, que quiere imponer su versión de todas las cosas de un modo exclusivo silenciando la voz de los discrepantes. El otro, más propio de España, es el desarrollo de esta nueva cultura de izquierdas en las universidades estatales, que son la mayoría. Esto ha ocasionado que el discurso sea monolítico de izquierdas y dominado siempre por los mismos. El que discrepa se encuentra denunciado y eliminado del debate.

Estados Unidos, su país natal, también sufrió una guerra civil en el siglo XIX, ¿duraron tantos años los efectos como en España?

Los efectos son siempre más traumáticos en el vencido que en el vencedor. En este caso habría que comparar a los sureños con los republicanos. Medio siglo después, en la primera década del siglo XX, ya no había tanto interés por parte de la sociedad sureña por la guerra y se empezaba a considerar un acontecimiento histórico más. En algunos sectores sociales se mantuvo cierto resentimiento pero sin fines políticos. Yo creo que para la Guerra de Cuba, precisamente contra España, ya se había producido la reconciliación nacional. En España se llegó a algo parecido en la Transición que es cuando se dieron por finiquitadas las dos Españas.

Lo que, setenta años después de la guerra, no había en Estados Unidos era revanchismo por parte de los vencidos. De cualquier modo, no se trata del mismo tipo de guerra civil la española y la americana. En la guerra entre confederados y unionistas no había grandes diferencias ideológicas a excepción de la emancipación de los esclavos y el derecho a secesión. En España se dio una modalidad de guerra civil muy ideológica, enmarcada dentro de las luchas revolucionarias del siglo XX. La de España fue una lucha a muerte, un choque entre dos maneras de entender la civilización, casi una guerra de religiones, radical y revolucionaria que abría un abismo entre los dos bandos.

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