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ADELANTO DE CAMINO DEL SUR

La historia del sur

El papel de los sureños en la fundación de los Estados Unidos fue verdaderamente esencial. De los cinco primeros presidentes de la joven nación, cinco fueron de Virginia, comenzando por George Washington y siguiendo por Thomas Jefferson, Madison y Monroe. En total, sirvieron treinta y dos años de los primeros treinta y seis. Esa circunstancia explica muchos de los aspectos de la Historia americana hasta el estallido de la guerra civil y cómo se llegó a ella.

 

El papel de los sureños en la fundación de los Estados Unidos fue verdaderamente esencial. De los cinco primeros presidentes de la joven nación, cinco fueron de Virginia, comenzando por George Washington y siguiendo por Thomas Jefferson, Madison y Monroe. En total, sirvieron treinta y dos años de los primeros treinta y seis. Esa circunstancia explica muchos de los aspectos de la Historia americana hasta el estallido de la guerra civil y cómo se llegó a ella.
 
Thomas Jefferson, tercer presidente de los EEUU
* (Este texto es un adelanto del nuevo libro de César Vidal Camino del Sur, editado por Martínez Roca, y que se extiende por 308 páginas).

Las semillas de la división

 

Los principios fundacionales de Estados Unidos nacían ya lastrados por dos graves problemas que eran el carácter federal de su Constitución y la existencia de la institución de la esclavitud.

La victoria en la guerra contra Gran Bretaña —y la subsiguiente independencia— proporcionó a los diferentes estados una sensación de unidad mayor de la existente hasta entonces y se tradujo en una nueva Constitución. Ésta implicaba en apariencia una hábil superación de los artículos de la Confederación —que carecían de la suficiente cohesión como para cimentar una unión nacional— y también del peligro de pasar por alto la diversidad de orígenes de los estados iniciales. Sin embargo, desde la misma fundación de la nación, la política de partidos giró en torno a las relaciones que debían existir entre el poder central y los diferentes estados federados. Así, mientras los federalistas encabezados por Alexander Hamilton abogaban por un Gobierno federal fuerte que defendiera los intereses nacionales por encima de los particulares, los republicanos de James Madison y Thomas Jefferson —sureños ambos— defendían una clara limitación del poder central sumada a la protección de los derechos de los estados federados.

George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, sureño como ya indicamos, se inclinaba por las tesis federalistas entre otras razones porque era consciente de que una constelación de estados nunca tendría la misma fuerza que un solo estado fuerte frente a posibles intervenciones extranjeras. Sin embargo, en 1800 Thomas Jefferson llegó a la presidencia tras derrotar al federalista John Adams. De manera comprensible, una vez en el poder, Jefferson siguió una política más cercana a las posturas federalistas que a las republicanas y, por añadidura, hizo todo lo posible por aumentar el territorio de la Unión. Así, adquirió de Napoleón el territorio de Louisiana, una región situada entre el río Mississippi y las montañas Rocosas. La compra duplicó la extensión de los Estados Unidos.

Durante su segundo mandato, Jefferson tampoco llevó a cabo una política favorable a preferir el fortalecimiento del poder de los estados sobre el del poder federal y cuando en 1812 estalló una nueva guerra con Gran Bretaña, en la ciudadanía de Estados Unidos se fortaleció el sentimiento de unidad nacional. Durante la década siguiente, los poderes del Gobierno federal se vieron ampliados gracias a distintas resoluciones del Tribunal Supremo que limitaban distintos poderes de carácter legislativo y ejecutivo de los estados federados. En paralelo, Estados Unidos adquirió Florida por cesión de España (1819) e incluso en 1823 su presidente se permitió formular la denominada doctrina Monroe, que excluía cualquier intervención de potencias extranjeras en el continente americano.

De manera nada casual, este período de fortalecimiento del poder federal —pilotado por presidentes sureños— pasaría a ser conocido como la «Era de las buenas intenciones» y sería objeto de un juicio muy positivo por parte de los contemporáneos y de los historiadores. Su final vendría seguido por la «Era de las rivalidades», un período de cuatro décadas en que, a pesar del enorme crecimiento territorial, la situación nacional se fue enrareciendo progresivamente por causa de las tensiones entre el poder federal y los estados federados. Esas tensiones, en buena medida propias del modelo federal, se verían extraordinariamente agudizadas por la existencia de una institución como la esclavitud. La tensión iba a llegar al punto de amenazar con la aniquilación de la Unión en 1861 por parte de los estados sureños.

La presencia de esclavos africanos en lo que luego serían los Estados Unidos estuvo relacionada originalmente, como ya vimos, con la prosperidad que experimentó en la época de la colonia la bahía de Chesapeake. El cultivo de tabaco se convirtió en un magnífico negocio que exigía una mano de obra abundante. En el último cuarto del siglo XVII, en que se hizo excesivamente caro contar con mano de obra inglesa, los colonos ingleses en aquellas zonas comenzaron a importar esclavos africanos. En muy poco tiempo, los negros se convirtieron en la mano de obra predominante en el Sur.

Cuando las antiguas colonias inglesas se transformaron en una nación independiente, la esclavitud recibió escasa consideración. Algunos grupos como los cuáqueros la consideraban totalmente inicua y excomulgaban a los miembros que poseían esclavos, pero, sin ningún género de dudas, se trataba de una excepción. De hecho, en general, la población estimaba que los negros eran inferiores a los blancos y, por lo tanto, nada de extraño tenía que se vieran reducidos a la esclavitud. Incluso, en un ejercicio de autojustificación interesante, se alegaba no pocas veces que el haberlos arrancado de la barbarie en que vivían en sus países y traído a la civilización había significado para ellos un beneficio. Partiendo de ese contexto, no puede resultar extraño que la Constitución no mencionara la esclavitud, aunque de su silencio se desprendiera que la aceptaba. Por lo que se refiere a la Declaración de Derechos, tampoco incluía el de no ser reducido a esclavitud. Como corolario en parte lógico de este panorama, el Gobierno federal no estaba facultado para llevar a cabo la aprobación de ninguna ley que tuviera relación con el tema.

De esa manera, se otorgó a cada estado la potestad de decidir si consentía la esclavitud en su territorio o la prohibía. La única excepción al respecto fue el territorio situado al norte del río Ohio, donde la esclavitud ya había sido prohibida antes de que la Constitución fuera redactada y promulgada.

A pesar de todo lo anterior, durante los años que siguieron a la independencia, la posición mantenida por los cuáqueros se fue popularizando y caló en primer lugar, como era de esperar, entre las personas que pertenecían a alguna iglesia. Así, el 1 de enero de 1808 se declaró ilegal la importación de esclavos africanos y en 1819 la institución misma de la esclavitud se había convertido en ilegal en los estados situados al norte de la línea Mason-Dixon, que señalaba el límite entre Pennsylvania, el territorio denominado así por haber sido adquirido por el cuáquero inglés William Penn, y Maryland, entonces un estado sureño.

Contra lo que suele creerse, es más que posible que la esclavitud hubiera podido desaparecer de los estados sureños durante aquellos primeros años del siglo XIX. De hecho, no eran pocos los dueños de esclavos que los emancipaban en su testamento como una manera de desahogar sus conciencias y tampoco faltaron las organizaciones que buscaron devolver a los negros a su continente de origen. En 1816, por ejemplo, se fundó la Sociedad americana de colonización, que trasladó a África un contingente de negros liberados con los que se fundó Liberia. La capital de la nueva nación recibió precisamente el nombre de Monrovia en honor del presidente Monroe, sureño como ya indicamos. El intento pareció en aquel entonces afortunado y, de hecho, hasta bien entrado el siglo XX no serían pocos los negros que considerarían que la única salida razonable a los conflictos raciales en los Estados Unidos se hallaba en el retorno a África.

Eli WhitneyLa razón que impidió que este proceso de abolición paulatina de la esclavitud continuara hasta el final de la institución fue, paradójicamente, un avance técnico. Un tal Eli Whitney, natural de Connecticut, inventó a finales de 1793 una máquina desmotadora que permitía con bastante facilidad separar las fibras de algodón de las simientes. Así, se impulsó una producción floreciente —el rey algodón— destinada a la industria textil no sólo del norte de la nación, sino también del extranjero, especialmente, de Gran Bretaña. De esa manera, la esclavitud no sólo no desapareció, sino que incluso se vio interpretada como una necesidad indispensable para la prosperidad económica de los estados sureños. Por añadidura, los estados del Norte fueron optando por una política proteccionista —como Cataluña en España— que impedía que otras naciones compitieran con sus productos en el mercado americano, pero que, a la vez, dificultaba enormemente las exportaciones de los productos del Sur, también de manera semejante a como el proteccionismo favorecedor de Cataluña actuó negativamente sobre el resto de las regiones españolas.

La esclavitud era, ciertamente, una cuestión moral, pero el Sur la vivió como una cuestión económica esencial. Era, desde su punto de vista, uno de los pilares para evitar que su economía no se viera aún más perjudicada por el proteccionismo del Norte. Si los estados norteños hubieran optado por el librecambismo —de nuevo, los paralelos con España son obvios—, la nación se hubiera beneficiado y el Sur hubiera abolido paulatinamente la esclavitud, pero, al fin y a la postre, el resultado fue el opuesto. A todo ello se sumaba el temor a los efectos terribles de una rebelión de esclavos como la que había padecido la isla de Santo Domingo.

Por añadidura, a pesar de su firme creencia en que la razón y el derecho les asistían, y aunque contaban con mayor superficie, los sureños eran conscientes de que el crecimiento demográfico no parecía ir en su favor. Los estados esclavistas no alcanzaban los cuatro millones y medio de habitantes, de los que una tercera parte eran esclavos negros frente a los cinco millones de habitantes de los estados libres.

Además el fenómeno tan sólo acababa de empezar, ya que los inmigrantes extranjeros se asentaban en el Norte (industrial) y no en el Sur, donde las tareas agrícolas eran llevadas a cabo mayoritariamente por esclavos. Las consecuencias políticas de este proceso eran claras. Si en el Congreso de los Estados Unidos esta diferencia se traducía en una ventaja de los estados libres en una proporción de tres a dos, en la elección de los presidentes, el peso libre era también mayor. Para defenderse de esa situación, los sureños sólo contaban con el Senado. Dado su carácter de Cámara territorial —lo que se traducía en que cada estado contaba con dos senadores por dispar que fuera su población—, los sureños po­dían seguir imponiendo su punto de vista siempre que el número de estados libres no fuera superior al de los esclavistas.

En 1819, de los ventidós estados, la mitad exacta era esclavista. La posición de los estados sureños en 1820 obtuvo una clamorosa victoria en virtud del denominado «Compromiso de Missouri». De acuerdo con éste, Maine fue aceptado como estado libre al mismo tiempo que Missouri lo era como estado esclavista. A la vez que se mantenía la igualdad de senadores, se acordó que la esclavitud quedaría excluida de los territorios no organizados como estados situados al norte de los 36 grados treinta minutos de latitud norte, es decir, el límite meridional de Missouri. Durante la presidencia de Andrew Jackson, también sureño, Carolina del Sur intentó valerse de una cuestión impositiva —el denominado Arancel de las abominaciones— para situar una cuña entre los estados libres y aislar al nordeste. Sin embargo, semejante posición estaba llamada a contar con escaso futuro.

De la rebelión de nat turner al compromiso de 1850

El año siguiente fue testigo de un acontecimiento que iba a retrasar considerablemente las posibilidades de emancipación de los esclavos y a ahondar las diferencias entre el Norte y el Sur. El 21 de agosto de 1831, Nat Turner, un esclavo negro del condado de Southampton, Virginia, irrumpió en compañía de siete compañeros en casa de su amo y lo mató al igual que a otros cinco miembros de su familia. Lo que se produjo a continuación fue una verdadera orgía de sangre en el curso de la cual Turner y una setentena de esclavos negros ocasionaron la muerte de cincuenta y cinco blancos en el plazo de un día. El 30 de octubre, Nat Turner fue capturado y el 11 de noviembre se procedió a su ahorcamiento en compañía de otros dieciséis esclavos. Para entonces, un centenar más de negros —no pocos de ellos inocentes— habían muerto.

Andrew Jalcson, primer presidente Demócrata de los Estados UnidosDe manera fácilmente comprensible, en los estados sureños se desató una oleada de pánico que disipó cualquier posibilidad de tratar con sensatez la cuestión de la esclavitud. Carolina del Sur aprovechó incluso la ocasión para defender la tesis de que cada estado debía decidir las leyes federales que estarían vigentes en su interior y el 19 de noviembre de 1832 se inició una convención estatal celebrada en Columbia, la capital del estado, en el curso de la cual se decidió que no se recaudarían impuestos federales después del 1 de febrero de 1833, se prohibió llevar la cuestión ante el Tribunal Supremo y se amenazó al Gobierno federal con la secesión si intentaba cobrar los impuestos. El presidente Jackson publicó una proclama negando el derecho de los estados a la secesión —hoy diríamos autodeterminación— y a anular las normas federales. Finalmente, Carolina del Sur aceptó seguir pagando impuestos, pero, al mismo tiempo, se permitió anular una norma federal que facultaba al presidente para cobrarlos manu militari si así era necesario. Por si fuera poco, los estados sureños realizaron incesantes presiones —no sin éxito— para que se restringieran las actividades de los grupos abolicionistas.

La situación se vio sometida a un nuevo desafío después de la victoria de los Estados Unidos sobre México. De los territorios anexionados, California deseaba ser un estado libre —el decimosexto frente a tan sólo quince esclavistas— y el resto tenía la intención de prohibir en sus Constituciones la esclavitud. La única posibilidad de igualar nuevamente el número de estados era que Texas aceptara la desmembración, pero sus habitantes rechazaban tal posibilidad. En medio de este clima, algunos sureños como William Lowndes Yancey, de Alabama, abogaron claramente por la secesión. En opinión de Yancey, dentro de la Unión no estaban suficientemente garantizados los derechos de los estados y, por lo tanto, lo mejor sería abandonarla. Los estados sureños no hubieran optado por la independencia, pero, en cualquier caso, los del Norte consideraron que era más prudente abogar por una política de apaciguamiento de los esclavistas.

El muñidor de la misma fue el congresista Henry Clay, que también había sido artífice del Compromiso de Missouri tres décadas atrás. El acuerdo permitió que los estados sureños aceptaran que California fuera un estado libre, pero, a cambio, la esclavitud no se prohibiría de manera previa en el resto de los territorios arrebatados a México y además el tercio noroccidental de Texas sería desgajado para poder formar estados esclavistas y en compensación Estados Unidos pagaría las deudas que hubiera contraído durante su existencia como nación independiente. Como contraprestación simbólica, se prohibió el comercio de esclavos en el distrito de Columbia ya que a no pocos congresistas les repugnaba ver semejante actividad cerca del Capitolio.

La ley del esclavo fugitivo

El 9 de septiembre de 1850, California entró en la Unión como trigésimo primer estado y décimo de los libres. Texas renunció ese mismo día a sus reclamaciones en el noroeste, pero seguía siendo el estado mayor de la Unión seguido inmediatamente por California. Nueve días después fue aprobada la denominada ley del esclavo fugitivo. En virtud de la misma, cualquier negro podía ser reclamado como esclavo en virtud únicamente de una declaración jurada del supuesto dueño o de su representante. El negro, por el contrario, no podía prestar testimonio y se veía privado del juicio por jurado.

La reacción de los estados esclavistas al promulgarse la ley fue de verdadero entusiasmo hasta el punto de que la idea de secesión se vio momentáneamente descartada. De hecho, en las elecciones de 1851, los independentistas fueron derrotados a favor de candidaturas esclavistas más moderadas. Sin embargo, por mucho que la nueva ley fuera considerada un avance, en la práctica, perjudicó considerablemente a los estados sureños. El ferrocarril subterráneo —entre cuyos miembros más destacados se en­contraba el cuáquero sureño Levi Coffin— y otras organizaciones que se esforzaban por liberar esclavos negros no causaban un gran daño a la economía esclavista y podría haberse aceptado su acción como una pérdida pequeña. Sin embargo, la ley del esclavo fugitivo sembró en los estados del Norte sentimientos muy negativos hacia los sureños. Como ha sucedido ocasionalmente en relación con otros fenómenos históricos, la ley acabó teniendo un efecto negativo para los beneficiados por ella. De hecho, es posible que creara más abolicionistas que ningún otro acontecimiento anterior. Finalmente, la ley del esclavo fugitivo acabó provocando incluso una reacción literaria que también se volvería en su contra. Ésta fue la aparición de una novela titulada La cabaña del tío Tom16 o la vida entre los humildes debida a la pluma de Harriet Elizabeth Beecher Stowe. En su época constituyó un verdadero éxito —trescientos mil ejemplares vendidos en un año— pero, sobre todo, movilizó a buena parte de la opinión pública en contra de la ley del esclavo fugitivo.

La novela ha sido objeto de enormes críticas con el paso de los años. Para muchos de sus contemporáneos, no pasó de ser un panfleto que demostraba el desconocimiento absoluto que la autora tenía de la vida de los esclavos y la animadversión hacia el Sur. Incluso en el siglo XX numerosos activistas negros se han burlado de su contenido motejando con el nombre de «tío Tom» a la gente de color que no asumía sus planteamientos agresivos. Buena parte de las objeciones planteadas por los sureños eran ciertas, pero no lo es menos que el libro se basaba en episodios reales como el de la esclava Eliza que huía a través de un río helado. Lamentablemente, la reacción contra la esclavitud pronto se teñiría de sangre.

Se aproxima la tragedia

Los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX estuvieron marcados, como ya vimos, por distintas aventuras de un carácter que hoy podríamos denominar imperial. Después del Compromiso de 1850, la nación entró en un período de calma ficticia que, finalmente, como un absceso lleno de pus, acabó reventando en 1854. En esa fecha, la mayoría de los territorios que aún no habían alcanzado la condición de estados ya tenían una postura concreta en relación con la esclavitud. Los territorios de Minnesota y Oregón contaban con Constituciones antiesclavistas mientras que los de Utah y Nuevo México no mencionaban la cuestión. Sin embargo, en enero de ese año Douglas presentó un proyecto de ley para crear el territorio de Nebraska. La finalidad inmediata de Douglas era poder especular con los ferrocarriles que se construirían en este territorio, pero de manera más mediata tenía la intención de utilizar la coyuntura para abrirse camino hacia la presidencia. Dado que tal eventualidad no resultaba planteable sin el apoyo de los estados sureños, Douglas propuso que el territorio de Nebraska decidiera sobre la cuestión de la esclavitud por sí mismo y no en virtud de acuerdos previos. Para evitar asimismo un choque con los estados antiesclavistas, el 23 de enero Douglas alteró su proyecto inicial dividiendo el territorio a la altura del paralelo cuarenta, denominando a la zona situada al norte Nebraska y a la ubicada al sur, Kansas. De ésta se suponía que aceptaría la esclavitud. En el Norte se argumentó que aquella medida iba en contra del acuerdo de 1820, ya que ambos territorios se encontraban al norte de la línea de los 36º 30’, pero, por otro, los sureños consideraron que aquel argumento carecía de peso, ya que, por ejemplo, la mitad del territorio de California caía al sur de la línea y, sin embargo, todo el estado era libre. El proyecto fue aprobado el 30 de mayo de 1854. La nueva victoria del esclavismo impulsó a varios whigs, miembros del partido de la tierra libre y demócratas antiesclavistas a reunirse en Ripon, Wisconsin, el 28 de febrero de 1854, y fundar un nuevo partido que recibió el nombre de republicano en clara resonancia del nombre que Jefferson había dado a la formación política fundada por él.

El partido republicano obtuvo una inmediata repercusión electoral. Cuando en 1854 se celebraron elecciones para el Congreso, los republicanos obtuvieron quince senadores (por cuarenta demócratas), pero lograron la mayoría en el Congreso con ciento ocho escaños frente a los ochenta y tres de los demócratas. No todos los conflictos políticos iban a solventarse con tanta facilidad.

En Kansas, por ejemplo, cuando comenzó el año de 1856, había dos Gobiernos, siendo uno esclavista y el otro libre. El 21 de mayo de 1856, los esclavistas atacaron la ciudad antiesclavista de Lawrence. Sólo hubo un muerto, pero la población quedó reducida a cenizas casi en su totalidad. El episodio provocó una verdadera oleada de indignación en el Norte que se vio acentuada por el hecho de que, al día siguiente del ataque, el congresista Preston Smith Brooks, de Carolina del Sur, propinó una brutal paliza a bastonazos al senador Sumner, conocido por sus posiciones abolicionistas. Los estados libres exigieron entonces que Brooks fuera expulsado de la Cámara, pero sus protestas resultaron infructuosas. Y entonces, para complicar todavía más la situación, tuvo lugar la conspiración de John Brown.

Ciudadano de Connecticut, Brown se había marchado a Kansas en 1855 con el proyecto de provocar una sublevación de esclavos que concluyera con la creación de una república negra. Al enterarse del saqueo de Lawrence, Brown tomó a cuatro hijos suyos —tuvo veinte— y a otros tres hombres y el 24 de mayo de 1856 atacó Pottawatomie Creek, una localidad situada a sesenta y cinco kilómetros de Lawrence. El resultado fue la muerte de cinco esclavistas y el inicio de una cadena de matanzas que para el otoño de ese año habían ocasionado doscientos muertos. No extraña que los estados del Sur se sintieran inquietos, aunque, a decir verdad, lo peor de Brown estaba por venir.

Aquel año de 1856 fue electoral. Con el apoyo de los estados sureños, el demócrata James Buchanan alcanzó la presidencia. Soltero —el único que llegaría a la Casa Blanca— y bastante mayor para la época porque tenía sesenta y seis años cumplidos, Buchanan desea­ba salvar la Unión y para lograrlo no tuvo el menor empacho en capitular ante los esclavistas a los que, ciertamente, debía su situación. Semejante actitud quedaría especialmente de manifiesto con ocasión del caso de Dred Scott.

Dred Scott, esclavo que acudió al Tribunal SupremoCorría el año 1834 cuando un cirujano militar de Missouri llamado John Emerson se trasladó a Rock Island, Illinois y, posteriormente, a Fort Snelling, Wisconsin. Emerson llevaba consigo a un esclavo llamado Dred Scott que, por aquella fecha, debía de rondar los cuarenta años. Emerson pasó cuatro años en el Norte y, finalmente, regresó a Missouri, donde falleció en 1843 dejando a su esposa los esclavos que tenía. En abril de 1846, cuando ya rebasaba la cincuentena, Scott demandó a la señora Emerson con la intención de ser liberado. Alegaba al respecto que había quedado automáticamente liberado a su paso por Illinois y Wisconsin, donde la institución era ilegal.

La cuestión legal resultaba sumamente compleja y el pleito se alargó durante una década hasta que en 1856 fue a parar al Tribunal Supremo. La institución seguía presidida por Taney, un personaje que simpatizaba abiertamente con las posiciones esclavistas y que además se veía acompañado en el tribunal por una mayoría de jueces de origen sureño. El 6 de marzo de 1857 se dictó finalmente la sentencia, que fue desfavorable a Dred Scott por siete votos contra dos, estos últimos de jueces pertenecientes a estados libres.

La esencia de la resolución venía a reducirse al hecho de que Dred Scott era negro y, por lo tanto, no era ciudadano de los Estados Unidos y en consecuencia, carecía de legitimidad para presentar una demanda ante un tribunal federal. El argumento era de dudosa solidez —uno de los votos particulares, el emitido por el juez Benjamin Robbins Curtis, así lo indicó, insistiendo en el hecho de que, por ejemplo, en algunos estados del Norte los negros eran ciudadanos y podían presentar demandas—, pero lo peor fue que la sentencia no se detenía en ese aspecto, sino que, de manera no solicitada, se extendía en otras consideraciones. Así, señalaba que en el territorio de Wisconsin, al menos, Scott no podía ser libre porque el Congreso no tenía autoridad para prohibir la esclavitud, ya que semejante competencia era exclusivamente de los estados. De esa manera, el Compromiso de Missouri de 1820 fue declarado inconstitucional y todos los territorios, incluso los que habían votado ser libres, quedaron abiertos a la esclavitud.

Dred Scott fue liberado voluntariamente por un nuevo amo el 26 de mayo de 1857, menos de un mes después de la sentencia. Superaba ya los sesenta años y no dispuso de mucho tiempo para disfrutar de la libertad por la que había luchado durante tanto tiempo. Falleció en Saint Louis el 17 de septiembre del mismo año. Sin embargo, el destino del esclavo era una cuestión ciertamente secundaria comparado con la repercusión de la sentencia relacionada con él que ahondó todavía más el foso psicológico entre el Norte y el Sur. Pero el mayor desgaste tuvo lugar cuando John Brown asaltó el arsenal de Harper’s Ferry en el norte de Virginia. Su intención no era otra que provocar una sublevación de los negros del Sur. Brown fue vencido por el ejército de Estados Unidos en una operación en que algunos de los oficiales fueron precisamente figuras importantes de lo que luego se­rían los dos ejércitos de la guerra entre los Estados. Sin embargo, en la mente de muchos sureños quedó la idea de que aquel estado de co­sas no podía continuar. Y entonces surgió con repercusión nacional la figura de Abraham Lincoln.

Abraham LincolnElegido como candidato republicano a la presidencia, su plataforma electoral era unitaria. Se oponían al contenido del asunto Dred Scott, a la manipulación del concepto de soberanía popular realizado por Douglas y a la extensión de la esclavitud. Esperaba, de hecho, que esta institución desapareciera y a ella oponía principios como los de libertad individual, esfuerzo personal y movilidad social, pero, sobre todo, deseaba mantener la unión ante la posibilidad de una fractura nacional. Frente a él, el panorama que presentaban los partidos opuestos al republicano resultaba inquietante. Por un lado, había aparecido un nuevo partido conocido como el partido de la unión constitucional. Por otro, el partido demócrata no logró superar sus divisiones internas. El 18 de junio, los demócratas del Norte nominaron a Douglas para defender un plan que volvía a propugnar su concepto de soberanía popular. Por su parte, los demócratas del Sur eligieron a John C. Breckinridge, de Kentucky, que abogaba por un código federal de esclavos para los territorios. Si a los candidatos mencionados se sumaban el republicano Lincoln y Gerrit Smith, del partido de abolición radical, el elector tenía que elegir teóricamente entre cinco opciones.

Las elecciones resultaron especialmente reñidas. En el Sur, los demócratas no sólo dejaron de manifiesto que si Lincoln ganaba las elecciones se separarían de la Unión formando una nación independiente, sino que además quemaron su efigie en multitud de lugares y su nombre ni siquiera apareció en una decena de estados. En paralelo, se le acusó de tener la intención de entregar los puestos federales a los negros y de instarles a copular con mujeres blancas. Las acusaciones eran groseramente falsas porque ni siquiera todos los negros veían con simpatía a Lincoln. Ciertamente, en los escasos estados donde po­dían votar —Nueva York, Massachusetts y otros estados de Nueva Inglaterra— los negros tenían intención de dar su voto a Lincoln e incluso formaron clubes republicanos, pero, al mismo tiempo, Frederick Douglas, el dirigente negro más importante de toda la nación, no tuvo ningún reparo en afirmar que apenas había diferencias entre los demócratas y los republicanos.

Lincoln no dio la impresión de sentirse afectado por aquellas conductas. Manifestaba repetidamente que la gente del Sur, al fin y a la postre, actuaría con sentido común y no se produciría un proceso independentista. Su optimismo pareció quedar confirmado cuando en las elecciones estatales previas el partido republicano venció holgadamente en Vermont, Maine, Pennsylvania, Ohio e Illinois. Cuando se celebraron las elecciones, Lincoln había logrado 1.866.542 votos seguido por los 1.376.957 de Douglas, los 849.781 de Breckinridge y los 588.879 de Bell. Lincoln había triunfado en California, Oregón y todos los estados libres del Norte con la excepción de New Jersey. Lógicamente, en el colegio electoral, las diferencias resultaron aún más abismales a favor de Lincoln. A sus 189 compromisarios, Breckinridge sólo podía oponer 72; Bell, 39 y Douglas, 12. Se trataba de una victoria más que holgada. En el Sur, millares de personas se lanzaron a la calle pidiendo a gritos la independencia.
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