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Retirada y ataques

El proceso tiene que ser gradual no sólo en número, sino estratégicamente, porque no vale dejar las cosas "como sea", que es el modus operandi del zapaterismo.

El esperado anuncio de Obama del pasado jueves, con los plazos y tropas del repliegue americano en Afganistán, vino justo después del reciente ataque sufrido por nuestras tropas en Afganistán. El ataque nos recuerda una vez más lo trágico de las guerras. Y también la insostenible posición del Gobierno Zapatero, que ha venido negando lo que era evidente ante los ojos de todo el mundo: que la guerra de Afganistán no difiere de la de Irak, empezando por el riesgo enorme para nuestros soldados.

Hasta hace no demasiado, nuestras tropas estuvieron sin los medios adecuados y sin las medidas de enfrentamiento necesarias para defenderse y garantizar el éxito de su misión, lo que el Gobierno ha preferido ocultar antes que solucionar. Y eso ante el cambio significativo de nuestro papel allí: desde hace unos meses nos hemos involucrado sobre el terreno en la última fase de la guerra. Que se centra en tres aspectos: primero, terminar con las cabezas más hostiles del movimiento talibán y de Al Qaeda, sobre todo en Pakistan; segundo, garantizar el control de las principales rutas de comunicación del país, que permitan entre este año y el que viene hacer la transferencia de seguridad a la fuerzas afganas en las dos provincias que controlan nuestras tropas, Herat y bagdhis; y finalmente, ultimar el acuerdo con los movimientos talibán mas "moderados". Ello para iniciar el abandono del país en este verano, como señaló Obama.

Pese a lo rápido que Chacón ha hablado ya de retirar efectivos, el peligro permanece intacto. El blindaje de nuestros vehículos, "el mejor del mundo" según la ministra de Defensa, es simplemente uno de los mejores. Y no inmuniza a nuestras tropas de ataques como el producido esta semana: pese a todo, una mina de 6 kilogramos bajo una rueda sigue siendo suficiente para producir un daño mortal o gravísimas lesiones.

Los esfuerzos en mejorar la protección son importantes e imprescindibles, pero no pueden llevarnos a la conclusión de que nuestros soldados no están en una guerra –que ya ha causado más de 2.500 muertos y más de 10.000 heridos– y que no deban atacar al enemigo. En los próximos meses, las tropas seguirán expuestas a su fuego, y resulta simplemente patético confiarlo todo a que el blindaje aguante.

¿Y después? En dos años sabremos si esta guerra mereció la pena, si ahora estamos más seguros y si Afganistán es capaz de tener un régimen político más plural y respetuoso con los derechos humanos. Si el Gobierno cree que ha llegado la hora de traer nuestras tropas a casa, ha de hacerlo sin huidas ni carreras, huyendo del grotesco espectáculo de Irak que tanto costó en términos de prestigio a nuestros soldados.

El proceso tiene que ser gradual no sólo en número, sino estratégicamente, porque no vale dejar las cosas "como sea", que es el modus operandi del zapaterismo. Los españoles tenemos que aprender varias lecciones: la primera y más importante es reconocer el valor y sacrificio de nuestras tropas y darles el respaldo moral merecido; también dotarles –aún es necesario– de unas reglas bélicas de enfrentamiento con garantías; y tener los medios disponibles, antes que sus carencias nos cuesten vidas en la próxima guerra que lamentablemente puede llegar pronto.

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