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QUÉ COMPARACIONES. QUÉ COSAS

El Maquiavelito de Valladolid

El maquiavelismo es un invento de los enemigos (católicos y protestantes) de Maquiavelo. Probablemente fueron los jesuitas –mientras secretamente adoptaban sus métodos– quienes llamaron maquiavelismo a lo que en rigor era jesuitismo. En cualquier caso, si lo que Maquiavelo se proponía era describir la veritá, su método era candorosamente objetivo y honesto, no maquiavélico.

El maquiavelismo es un invento de los enemigos (católicos y protestantes) de Maquiavelo. Probablemente fueron los jesuitas –mientras secretamente adoptaban sus métodos– quienes llamaron maquiavelismo a lo que en rigor era jesuitismo. En cualquier caso, si lo que Maquiavelo se proponía era describir la veritá, su método era candorosamente objetivo y honesto, no maquiavélico.
Mi admirado Bernard F. Reilly, el gran medievalista norteamericano, autor de la clásica trilogía sobre los reyes de León: Alfonso VI, Urraca y Alfonso VII, ya calificó al primero, el más importante monarca español de la Reconquista, el inventor de las Cruzadas, como el Maquiavelo de León; porque tuvo la intuición genial de la necesidad histórica de un Estado integrador del "imperio" hispánico.

Zapatero ni siquiera es leonés. Es de Valladolid. Ciertamente, Valladolid fue fundada por el conde leonés Ansúrez, como leonés fue Fernando el Santo, que unificó definitivamente León y Castilla. (Un apunte: la obra historiográfica de Reilly debería conocerse más, siquiera sea para corregir el exceso de mitología castellanista en los estudios desde la Generación del 98: desde Menéndez Pidal hasta Maravall). Zapatero, como máximo, puede aspirar a ser el Maquiavelito de Pucela, que suena como a novillero.

Mi colega el profesor Pendás ha puesto las cosas en su sitio sobre la verdadera personalidad del florentino, ante la divulgación, hoy de moda, de la idea, un tanto disparatada, de que Zapatero es una suerte de Maquiavelo de León. Para acercarse al genial escritor renacentista, recomiendo –para el texto– a Leo Strauss y –para el contexto– a Friedrich Meinecke. Los sufridos lectores se pueden ahorrar las interpretaciones progres y posmodernas, un tanto superfluas, de Maravall, Solé Tura, Rafael del Águila, etc. El marxista prácticamente recita a Gramsci, y el posmoderno, que hace lo mismo con Pocock y Skinner, en cierta ocasión memorable, durante un acto académico, suscribió la descalificación de Leo Strauss como autor "neofascista". Zapatero –por cierto, como Obama– nunca pasó de ser un penene, un novillero de Derecho Constitucional, tan distante del teórico de la política. En el socialismo español, el único que tuvo tal status fue mi maestro de juventud, el profesor Tierno Galván, que sí conocía bien a Maquiavelo, el maquiavelismo y el anti-maquiavelismo español del Siglo de Oro. No deja de tener si aquél que Zapatero esté rodeado en la cúspide de su régimen por antiguos tiernistas: Blanco, Sebastián, Bono...

El libro de José García Abad es entretenido pero carece de profundidad. Lo menos maquiavélico de Zapatero es su banal uso de los amigos y su incapacidad de comprender que la esencia de la política es precisamente la estratégica distinción entre amigo y enemigo, una definición moderna que nos ha legado Carl Schmitt pero que originalmente concibió, con los precedentes socráticos, Diego Saavedra Fajardo, un tacitista español del Siglo de Oro, por tanto un conocedor del maquiavelismo, un clásico estudiado y comprendido muy bien por grandes maestros pensadores como Tierno Galván y Schmitt, quienes, por cierto, se conocían, se respetaban intelectualmente... y se odiaban cordialmente.

En plan banal, quizás la clave para comprender la personalidad de Zapatero, más que la referencia a los clásicos, sea su infancia infeliz, o su frustración por no ser admitido en una clase social y política a la que le hubiera gustado pertenecer. El complejo de penene marca lo suyo. Para el colmo, su mentor en la universidad de León era un catedrático de querencia comunista especializado en algo tan exótico y contradictorio como el Constitucionalismo Soviético, así que el daño es irreparable e irreversible (como, mutatis mutandis, pasa con Obama, cuyo mentor en Harvard parece que fue un profesor nihilista cuya principal doctrina jurídica eran las Constitutional choices).

Mis amigos en España no se han tomado en serio lo que vengo sosteniendo desde hace tiempo: que Obama es el Zapatero americano; con la gran diferencia de que en España la sociedad civil no es tan resistente ni la democracia está tan consolidada como en Estados Unidos. En lo ideológico, las semejanzas son notables: el suyo es un socialismo flácido, multiculturalista y multilateralista. Muy políticamente correcto o buenista. Hemos presenciado aquí una mutación del socialismo de la rosa "botejara" (Tierno Galván dixit) al socialismo salsa rosa, con una peculiar alianza de civilizaciones (moros, turcos y palestinos, católicos abortistas y anticlericales, masones, feministas, gays genéricos, ex comunistas y ex falangistas...). La coalición de Obama contiene categorías equivalentes, y el denominador común en ambos casos es un cierto anti-semitismo disfrazado de anti-sionismo o paranoia anti-neocón.

De la misma manera que Obama ha mesmerizado y anulado al establishment demócrata tradicional, Zapatero ha tenido la habilidad de domesticar o instrumentalizar a personajes históricos y curtidos del socialismo español, como Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana, José Bono o Raúl Morodo, aunque ellos se resistan a admitirlo.

Tanto Zapatero como Obama están sustentados en un izquierdismo infantil (de voz ahuecada y retórica sin substancia) y en un sindicalismo anacrónico y gangsteril. Algún día los historiadores aludirán a este período casi surrealista de la historia occidental haciendo referencia a estos dos presidentes, que están batiendo récords de incompetencia en sus países. Tristes muestras de fascinación irracional por dos líderes que han llegado al poder sin tener el menor curriculum, por sus telegénicas caras bonitas (la sonrisa y los ojos claros del español; la negritud clean and articulate del americano).

Desgraciadamente, ambos gobernantes están llevando sus países a unos niveles de desempleo, déficit y deuda pública nunca vistos desde la Segunda Guerra Mundial. La política de gestos y poses para las cámaras ya se ha agotado –aunque siempre contarán con el incienso de los medios progres y de ciertos segmentos de población cautiva–. Al final de la comedia, la sonrisa de Zapatero se ha petrificado en una mueca siniestra, y la retórica vacía de Obama ya sólo produce bostezos.

Maquiavelo sonreiría ante el espectáculo, decadente y trágico, que brindan ambos personajes: virtù blanda y desvirtuada, fortuna mal administrada yabsurda o incoherente necesità. Sobre todo, percibiría en ellos una grave carencia de sentido común, claridad moral (sí, Maquiavelo la tenía, y su Razón de Estadoera algo muy diferente a lo que nuestro Gracián entendía por tal) y liderazgo para liberar a sus respectivas naciones de los bárbaros, externos e internos.
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