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Ignacio Villa

Cuestión de programa electoral

Uno de los reproches que con más frecuencia ha tenido que oír el Gobierno de José María Aznar ha sido el de la tibieza a la hora de aplicar el programa electoral que les llevó a la mayoría absoluta en las últimas elecciones generales. Un reproche cargado de razón, puesto que durante el primer año y medio de mandato han estado inmersos en una actitud a medio camino entre el miedo y el complejo que les ha llevado a un planteamiento mezquino y distinto al prometido en su programa electoral —sobre todo en una cuestión tan importante como la reforma de la Justicia. Se diría que les acobarda la puesta en marcha de una promesa capital para el PP como es la regeneración de la vida política española.

El anuncio de la Ley de Calidad de la Enseñanza —y sobre todo la recuperación de la "revalida" con el objetivo de mejorar la preparación de los estudiantes españoles— no sólo ha sido un acierto, sino una muestra —al menos inicipiente— de que este Ejecutivo comienza a perder el miedo a su programa electoral. El PP, que sin duda alcanzó una victoria histórica en marzo de 2000, no debería olvidar que el apoyo que recibió de más de diez millones de españoles tenía como objetivo la ejecución de un programa electoral que necesitaba una mayoría suficiente para que los intereses nacionalistas no pudieran lastrar su gestión, como ya ocurrió en la pasada legislatura.

Ahora sólo falta que el Gobierno de José María Aznar demuestre que estos indicios se confirman en el tiempo. Una confirmación que debería llegar de la mano de la seguridad en la gestión propia y de la desaparición de miedos y complejos de la "mayoría absoluta". Dejando a un lado las cuestiones del terrorismo y de la política exterior —para las que es conveniente todo el consenso posible— en el resto de grandes asuntos de Gobierno, el Ejecutivo tiene como obligación cumplir lo prometido, sin autoritarismos, pero con claridad

Mantener una actitud de diálogo y consenso con el resto de fuerzas políticas no debería significar echar agua al vino. El diálogo es bueno, pero las propias convicciones también. El PP ganó las elecciones de 2000 por la gestión que había realizado en la anterior legislatura con una mayoría precaria. Ahora está en la obligación de cumplir lo prometido. Es la mejor herencia que el presidente Aznar puede dejar a su sucesor. Y esa herencia debería empezar por la gran asignatura pendiente del PP: la regeneración de la vida política. Si esta cuestión sigue aparcada en el baúl de los olvidos, los populares lo terminarán pagando electoralmente. Aunque el PP se olvide de su más importante propuesta, los ciudadanos no lo harán.

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