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Ignacio Villa

Recuperar el tiempo perdido

Cuando definitivamente la reforma de la Ley de partidos políticos vea la luz, estaremos ante un acontecimiento que, sin duda, servirá para fortalecer la sociedad democrática en todos los sentidos. El Partido Popular y el Partido Socialista han mantenido una intensa actitud negociadora en estas últimas horas con el objetivo de dar este paso que se antoja como decisivo en la lucha contra el terrorismo etarra y su entorno.

En público, nadie reconoce sus concesiones. En privado, se intentan reconducir las actitudes para dejar sobre la mesa un texto eficaz y duradero. Pero, detrás de esta reforma beneficiosa para todos, lo que nos está llegando hasta el momento es la cambiante actitud de los socialistas en esta historia. No es nuevo nada de lo que está ocurriendo, pero confirma una realidad: los complejos y las vergüenzas que azotan a la dirección del PSOE provocan que les cueste aceptar constructivamente una iniciativa del Gobierno que tiene como objetivo la defensa de la democracia. Esas reacciones timoratas son las que han motivado que primero aceptaran el espíritu de la iniciativa, luego recogieran velas sin proponer nada a cambio y, por último, optaran por volver al principio pero sin reconocer el cambio de actitud.

El PSOE está donde estaba al inicio de esta negociación. Simplemente intenta ahora recomponer la compostura para que parezca que en la futura Ley de partidos deja marcada la impronta de sus iniciativas. Pero no nos engañemos. Igual que en su momento reconocimos que las medallas de la propuesta sobre el Pacto Antiterrorista había que colgárselas al PSOE, ahora el mérito de la propuesta de la reforma de la Ley de partidos políticos hay que reconocérselo a los populares. El PSOE debería dejar de dar vueltas inútiles a una realidad obvia. El ciudadano sabe dar a cada uno lo suyo, y este “pedaleo” sin dirección sólo puede perjudicar a los socialistas. El PSOE no puede seguir maquillando sus errores: Ha llegado la hora de subirse al carro del sentido común.

No estaría de más que, tras esta última entrega de dudas y de ridículo, la dirección socialista que representa Rodríguez Zapatero aprendiera definitivamente. Una oposición constructiva, con un cierto toque institucional, con ofertas diferenciadas pero orientadas y con una personalidad que sepa pasar por encima de intereses mediáticos y personales es mucho más rentable electoralmente que el espectáculo que estamos presenciado en los últimos meses en la calle Ferraz. En política, no se trata de recuperar el tiempo perdido, se trata de saber rectificar sabiamente. Los electores siempre aceptan esta reacción cuando va cargada de humildad política.

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