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Jorge Vilches

Toca gobernar

El “año de gracia” ha sido un tiempo de desgobierno, de vacío y errores que no debería alegrar ni a los más sectarios del PP.

Algunos personajes cercanos al PSOE dicen que hemos pasado el “año de gracia” del gobierno Zapatero, y que ahora, en septiembre, comienzan los exámenes para el Ejecutivo socialista. Afirman que después de más de año y medio ha de pasar de las palabras a los hechos, que ya ha deshecho las principales obras “autoritarias” de Aznar, y que es hora de hacer algo positivo.

El gobierno de las promesas radicales ha terminado, o debería terminar ya; y poner punto final al periodo de la palabra florida, las fotos de sonrisas y los telediarios de publirreportaje. La época del compromiso verbal universal no ha conseguido lo que buscaba, sino todo lo contrario: una sociedad que se encuentra crispada o inquieta. Un gobierno democrático no puede ser el origen de la mayor parte de las inquietudes que aquejan a su país, no debe ser el constructor de un futuro repleto de incertidumbres.

Esta desazón social es el lógico resultado de una combinación indeseable. Por un lado, un gobierno indefinible que vive a la expectativa, con una oposición en construcción que cumple, en parte, su misión de control y alternativa. A esto se suman, por otro lado, unos socios parlamentarios del gobierno, minúsculos y radicales, que están en constante pie de guerra.

A poco más de año y medio de la victoria electoral de Zapatero, el PP le pisa los talones en las encuetas de intención de voto. La conclusión no se le puede escapar a nadie: el Gobierno, el PSOE y sus taifas han tenido que ser muy torpes y cometer muchos disparates para estar en esta situación. Y esto teniendo en cuenta que el PP está horneándose, en transición, lamiendo heridas electorales y personales.

El “año de gracia” ha sido un tiempo de desgobierno, de vacío y errores que no debería alegrar ni a los más sectarios del PP. El desgobierno es siempre peor que el mal gobierno. Los desaciertos de una política gubernamental concreta pueden ser subsanados, en un país democrático, con un cambio electoral. El desgobierno suele generar situaciones y transformaciones radicales prácticamente irreversibles. Por esto es algo más que inquietante que el gobierno Zapatero sólo se ocupe de las formas, de esas buenas palabras, de las fotos y del número de citas políticas que el Presidente consigue.

Es hora de gobernar, aunque sea mal y nos duela. ¿Qué pasa con la lucha antiterrorista, con la reforma de la Constitución y del Estado de las Autonomías? ¿Qué se va hacer contra la sequía y para paliar el problema de los incendios? ¿Qué se piensa sobre la educación, aparte de que no evalúe la asignatura de religión? ¿Hay algún plan viable para que la sanidad no sea deficitaria, y permanezca igual para todos y de calidad? ¿Cómo afronta el Gobierno de España el fracaso del tratado constitucional de la Unión Europea? ¿Qué política exterior tenemos? ¿Cómo se van a ordenar las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para una mayor eficacia? La solución de sentarse a hablar con los implicados es propia de un mediador, de un árbitro, no de un Gobierno. Los Ejecutivos están para proponer políticas definidas, e imponerlas si hace falta sin caer en el complejo del autoritarismo. Ala, a gobernar.

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