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José García Domínguez

El PNV vuelve al monte

El PNV vuelve al monte. Aunque todavía está por ver que hubiese bajado alguna vez.

El PNV vuelve al monte. Aunque todavía está por ver que hubiese bajado alguna vez.

El PNV vuelve al monte. Aunque todavía está por ver que hubiese bajado alguna vez. Ese oscuro apparatchik provincial, Urkullu, acaso no haya sido más que un espejismo, la proyección de una fantasía ingenua que quería ignorar la vieja división del trabajo en el País Vasco entre los que mueven el árbol y los que recogen las nueces. Todos vuelven. Los de Arana, a las andadas; los de ETA, a la casa del padre. Helos ahí, pues, juntos y en unión, dando el cante a capela por la amnistía en la manifestación silenciosa de Bilbao. Nada extraño, por lo demás. Al contrario. A fin de cuentas, lo único que se interpuso siempre entre unos y otros fue la discrepancia técnica a propósito de cómo alcanzar el objetivo común. Apenas una disputa metodológica, únicamente eso.

Paradojas de la historia, cuando la izquierda toda ha abandonado el marxismo, muchas cabezas de la derecha todavía siguen colonizadas por sus esquemas de pensamiento, por su determinismo económico. De ahí la insistencia en referirse a la "izquierda abertzale" en los análisis a cuenta del futuro vasco. Como si ETA y su mundo se definieran por algún contenido de clase, y no por un culto tribalista que no se detiene ante las barreras sociales. Una vez descargadas las pistolas, ETA y el PNV resultan indistinguibles en términos sociológicos. Absolutamente indistinguibles. Razón última de que fuese inevitable el cortejo de Urkullu a Bildu. Y es que ya están compitiendo por idéntica clientela en las urnas.

Una disputa por el mismo nicho de mercado pareja, por cierto, a la que se da entre Convergencia y ERC en Cataluña. Por eso, porque sentimentalmente nunca han dejado de ser uno y lo mismo, el PNV no reclama ahora el desarme mitológico de ETA. Nada de crítica ni de autocrítica. Quizá les demanden renunciar las granadas, pero a la memoria histórica jamás. A fin de cuentas, la épica del martirio y la sangre es un patrimonio político irrenunciable para la gran familia nacionalista. Algo así como si la CDU de Ángela Merkel auspiciara homenajes póstumos a las Juventudes Hitlerianas. 2014 no solo habrá de ser el año del éxtasis catalanista. También verá –ya la está viendo– la resurrección del espíritu de Ibarretxe. Venga, todos al monte.        

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