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ECONOMÍA

Suecia: el fin de la mayor utopía progre del siglo XX

Suecia, otrora paradigma del Estado de Bienestar, se ha convertido hoy en el adalid de la privatización de los servicios públicos.

Suecia, otrora paradigma del Estado de Bienestar, se ha convertido hoy en el adalid de la privatización de los servicios públicos.
Hasta hace escasos años, el país nórdico recibía las pleitesías y más grandes alabanzas de la socialdemocracia europea como ejemplo de desarrollo económico y social. Sin embargo, para desdicha de la izquierda, el "modelo sueco" ha muerto. Suecia se ha embarcado en un intenso y creciente proceso de liberalización sin parangón en el Viejo Continente. La nueva deriva emprendida por la clase política de aquel país ha puesto punto y final al último gran mito de la economía planificada en Occidente.
 
La obra de Mauricio Rojas Reinventar el Estado de Bienestar, editada por Gota a Gota, desgrana los grandes cambios sociopolíticos que se han producido en Suecia. Desde mediados de los años 90, en ese país se aboga por la cesión al sector privado de un amplio abanico de servicios sociales que hasta hace poco manejaba exclusivamente el Estado, tales como la educación, la sanidad, la atención a la tercera edad, el sistema de pensiones o las prestaciones por desempleo y enfermedad, por citar sólo unos pocos.
 
Tras casi treinta años de férreo control público, Suecia sucumbió a una grave crisis económica, a principios de los 90. Entonces, la red estatal en la que tanto confiaban sus ciudadanos se vino abajo como un castillo de naipes, poniendo así al descubierto una de la mayores falacias políticas de la segunda mitad del siglo XX: el bienestar social.
 
Hasta 1950 Suecia había logrado un relevante desarrollo económico gracias a la escasa intervención pública y los bajos impuestos. Sin embargo, veinte años más tarde (1970) alcanzaba su cenit en cuanto a expansión estatal e impositiva se refiere, lastrando con ello los avances logrados hasta el momento. Rojas, economista y diputado del Partido Liberal, recuerda que entre 1950 y 1973 el crecimiento sueco fue el más lento de Europa Occidental, excepción hecha del británico.
 
Por entonces Suecia había emprendido la "vía socialdemócrata al socialismo". Rojas explica cómo los Gobiernos del país, en lugar de socializar los medios de producción, se incautaban de los recursos económicos de las empresas y los ciudadanos para, a través de unas onerosas cargas fiscales, "socializar los ingresos y, con ello, el consumo". Así, la presión tributaria se duplicó entre 1960 y 1989, pasando del 28 al 56% del PIB.
 
Con tal capacidad recaudatoria, no es de extrañar que el gasto público pasara del 31 al 60% del PIB entre 1960 y 1980. Había nacido el modelo sueco. El Estado monopolizaba un amplio sector de servicios de bienestar "totalmente politizado y herméticamente cerrado" tanto a las preferencias de los usuarios como a la competencia de las empresas privadas, que se consideraba desleal e ilegítima. El sistema, basado en una elevada confiscación de salarios y beneficios empresariales, aseguraba a todos los suecos un considerable nivel de ingresos y beneficios sociales mediante la función redistribuidora propia del poder político.
 
Eso decía la teoría. En la práctica, las cosas eran bien distintas. Entre 1960 y 1990 el empleo aumentó un 81% en EEUU; en Suecia, un raquítico 25% (menos de un 1% anual de media). El crecimiento del PIB se ralentizó, y los suecos perdieron poder adquisitivo frente a los estadounidenses.
 
Como ya hemos comentado, la libertad de elección y decisión de los suecos se vio severamente restringida por la coacción estatal. Así, Rojas detalla cómo el Estado intervenía en materias circunscritas al ámbito estrictamente privado, tales como la formación de la familia (Suecia aplicó durante décadas un amplio programa de esterilización selectiva de individuos) o la elección de vivienda (con políticas que combinaban las ayudas sociales con unas cargas tributarias elevadísimas).
 
Llegados a este punto, huelga decir que la educación básica, la sanidad o los servicios asistenciales eran también, en su inmensa mayoría, de titularidad pública. Y el ciudadano apenas podía, cuando podía, elegir.
 
El sueño keynesiano llegó a su fin en la primera mitad de los 90. Suecia entró en recesión: con el PIB estancado, el paró alcanzó el 13% en 1993, y la crisis fiscal que hubo de hacer frente el país fue de enorme magnitud. A la sustancial caída de los ingresos tributarios se sumó una cifra récord de gasto social, que llegó a representar el 72,4% del PIB. El elevado déficit y el endeudamiento público tuvieron por consecuencia el colapso del sistema de bienestar... y el consiguiente renacimiento del pensamiento liberal, firme detractor del paternalismo estatal imperante.
 
La reforma del modelo consistió, básicamente, en la sustitución del monopolio estatal de los servicios públicos mediante una creciente privatización de la gestión de los mismos. Suecia implantó los denominados vales de bienestar; es decir, se optó por transferir recursos a los ciudadanos para que éstos escogieran libremente entre una amplia oferta de servicios sociales privatizados. De este modo, por primera vez en décadas los padres podían elegir, sin costo extra, la escuela de su preferencia, ya fuera dentro del sector público o entre las denominadas escuelas independientes. Lo mismo ocurrió en materia de salud y atención médica, o en lo relacionado con el cuidado de los niños y los ancianos. A través de un sistema de licitaciones a cargo de los gobiernos provinciales y municipales (Suecia cuenta con un modelo político ampliamente descentralizado), las empresas pudieron ofertar servicios de bienestar en igualdad de condiciones y en directa competencia con el sector público.
 
En la actualidad, el país nórdico cuenta con cerca de 1.000 escuelas independientes, a las que asisten más de 135.000 alumnos. Mientras, casi el 35% del gasto público en salud se consume en la provisión privada de servicios médicos, aunque dicho porcentaje varía en función de las distintas regiones. Por lo que hace a los ancianos, disponen de vales o cheques públicos para cubrir diversas (cursos, terapias, entrenamiento físico específico, residencias, etcétera).
 
Asimismo, el Gobierno sueco apostó por la capitalización parcial del sistema público de pensiones, lo cual posibilitó, en gran parte, la reducción del abultado déficit del Estado. Además, en los últimos años se ha aplicado una sustancial rebaja de impuestos relacionados con el trabajo. Así, cada asalariado dispone hoy de 110 euros más al mes –de media– que hace apenas dos años, al tiempo que se ha reducido la carga tributaria en la contratación laboral.
 
Por último, cabe destacar la reforma del sistema de seguros de desempleo y enfermedad. Se han eliminado prestaciones y se han endurecido los requisitos exigibles para acceder a este tipo de servicios. Como consecuencia, quince años después del inicio de este ambicioso plan de reestructuración, Suecia se ha colocado nuevamente a la vanguardia del crecimiento económico entre los países más avanzados.
 
En términos generales, la carga tributaria que soportan los suecos se ha reducido de media un 15% desde 1990, al tiempo que el gasto y la deuda pública han caído un 20 y un 43%, respectivamente. Según Rojas, Suecia ha pasado del Estado de Bienestar clásico a un nuevo "Estado Posibilitador", en el que la gente cuenta con una mayor libertad de elección a la hora de consumir servicios sociales.
 
Así pues, el gran mito del movimiento progresista ha muerto. El intervencionismo público ha fracasado una vez más. Ahora bien, pese al desmentelamiento del monopolio estatal en múltiples sectores, Suecia sigue teniendo un Estado de gran tamaño. En esencia, la reforma sueca ha dado lugar a un nuevo modelo: el "capitalismo del bienestar", que dice Rojas. El objetivo es que las empresas, sin dejar de lado el aspecto comercial, "formen parte integral del sistema de prestación de servicios públicamente financiados", escribe este diputado liberal de origen chileno.
 
La regla general sigue siendo la financiación pública directa (vía asignación presupuestaria o pago público a la firma licitadora) o indirecta (a través de los denominados vales o cheques de bienestar) de los servicios básicos. De este modo, en Suecia la carga tributaria sigue siendo elevada, pues sigue siendo el erario público quien mantiene la red asistencial del país. Se trata de un sistema mixto, basado en la colaboración entre los sectores público y privado, que, si bien ha demostrado un mayor grado de eficiencia que el anterior, el del monopolio estatal, no parece pensado para dar el paso definitivo hacia la privatización total.
 
Suecia ha empezado a transitar la senda de la liberalización, pero aún le queda mucho camino por recorrer. La obra de Rojas arroja un rayo de luz y esperanza sobre las reformas emprendidas por la sociedad y la clase política de este paradigmático país nórdico. Al menos, para consuelo de aquellos que se hacen llamar liberales, el mito progre del "modelo sueco" se ha desvanecido entre las tinieblas del intervencionismo público más retrógrado y déspota que ha conocido Occidente tras la caída del Muro de Berlín.
 
 
MAURICIO ROJAS: REINVENTAR EL ESTADO DEL BIENESTAR. Gota a Gota (Madrid), 2008, 152 páginas. Prólogo de JOSÉ MARÍA AZNAR.
 
MANUEL LLAMAS, jefe de Economía de LIBERTAD DIGITAL.
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