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Pío Moa

Agravios históricos

En democracia, los partidos presentan, como su nombre indica, alternativas y soluciones a los problemas políticos de un país, pero ninguno puede ser reconocido como el "representante natural" o cosa por el estilo, del país entero. De otra manera, el juego democrático se haría imposible. Esto, sin embargo, no ocurre en Cataluña ni, sobre todo, en Vasconia, donde algunos partidos no se consideran tales, sino algo así como la encarnación de las esencias históricas y políticas de las respectivas regiones. Todo ello empeorado por su aspiración a destruir España, dicho sin eufemismos, para, sobre sus ruinas, componer nuevos estados, con ellos como mandamases "naturales".

El nacionalismo vasco es particularmente siniestro. Su motivación más íntima y auténtica se encuentra en las frases de su maestro Sabino Arana sobre el carácter excepcional —por supuesto superior— de la "raza vasca", "la más libre y noble del mundo", "sin punto alguno de contacto o fraternidad con sus vecinas", etc. etc. No se trata de pintoresquismos, insisto, sino del núcleo esencial de la doctrina, sin el cual se verían forzados a admitir que la permanencia vasca en España, su contribución a la formación de España, son la realidad más decisiva de su historia. Y sin el cual no se entiende la trayectoria de traiciones a izquierdas y derechas, la táctica del chantaje y la insaciabilidad tan características del PNV.

Un partido así solo puede envilecer al pueblo que dice representar, en la medida en que logra seducirlo con tan miserables monsergas, tal como Hitler y los suyos envilecieron y terminaron por llevar al desastre al pueblo alemán.

Y un partido que así piensa, sólo puede estar dirigido, a su vez, por una mezcla de pícaros comunes y bocazas, de los que Arzallus es muestra eminente. Son los recogenueces del terrorismo, los que ayudan y disculpan a los héroes del tiro en la nuca, los admiten como representantes parlamentarios de los derechos humanos, los que trapichean a escondidas y colaboran con ellos en los municipios, les facilitan subvenciones, tratan de protegerlos de la extradición, mientras humillan y desprecian a las víctimas. Son los ayudantes del verdugo, más despreciables que el verdugo mismo, según la frase afortunada de Marx. Los que ahora mismo se comportan, una vez más, como chantajistas, amenazando con romper la ley, y como rateros, negándose a pagar lo que les corresponde.

Todo esto, con ser grave, no lo es tanto como las actitudes de partidos, de izquierda y también de derecha, que han tendido y tienden todavía a reconocer a los nacionalistas un plus de representatividad y, por tanto, unos derechos que vulneran los de los demás y limitan la libertad y la democracia, cuando no la suprimen prácticamente, como ocurre en el País Vasco.

Realmente, qué cantidad de agravios históricos perpetrados por el nacionalismo podrían fácilmente reseñarse. Y sin embargo, ahí tenemos al jefe de la Guardia Civil recomendando estudiar los agravios históricos invocados por esos mismos nacionalistas, para jolgorio de éstos, agravios imaginados desde su chifladura racista y su megalomanía. Desde luego, el primero en dar ejemplo y estudiar el fundamento de esos supuestos agravios es el citado jefe, pues con toda evidencia ni lo ha estudiado ni tiene idea de lo que dice, pese a lo cual continúa en su puesto. Esto sí resulta alarmante. También hace pocos años tuvimos, como encargada principal de la lucha antiterrorista, a una simpatizante del PNV. Es decir, de los recogenueces que a cada paso agravian a España, agravian a la democracia, a la dignidad humana y a la libertad. El PNV y la ETA, con toda su violencia y verborrea, son del todo impotentes frente a una realidad incomparablemente más sólida y poderosa que ellos. Su capacidad de hacer verdadero daño depende, sobre todo, de personajes como ese jefe y esa responsable.

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